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Teoría de la revolución permanente (compilación)

Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas

Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas

Marzo de 1850

Difundido como boletín en 1850. Publicado por F. Engels en los apéndices del libro: C. Marx. Enhüllungen über den Kommunisten, Prozess zu Köln, Höttingen-Zurich, 1885. Traducido del alemán. La Liga Comunista (anteriormente la Liga de los Justos), surgió en 1847 influenciada por Marx y Engels, para la que redactan por su encargo el Manifiesto Comunista. Tomado de la versión publicada en Obras Escogidas, K. Marx y F. Engels, Editorial Cártago, Argentina, 1987, Tomo I, p. 154.

El Comité Central a la Liga

¡Hermanos! Durante los dos años revolucionarios de 1848 y 1849 la Liga ha salido airosa de una doble prueba: primero, porque sus miembros participaron enérgicamente en todas partes donde se produjo el movimiento y porque en la prensa, en las barricadas y en los campos de batalla estuvieron en la vanguardia de la única clase decididamente revolucionaria, del proletariado. Además, porque la concepción que la Liga tenía del movimiento, tal como fue formulada en las circulares de los congresos y del Comité Central en 1847, así como en el Manifiesto Comunista resultó ser la única acertada; porque las esperanzas expuestas en dichos documentos se vieron plenamente confirmadas, y los puntos de vista sobre las condiciones sociales del momento, que la Liga solo había propagado hasta entonces en secreto, están ahora en boca de todos los pueblos y se predican abiertamente en las plazas públicas. Al mismo tiempo, la primitiva y sólida organización de la Liga se ha debilitado considerablemente. Gran parte de sus miembros –los que participaron directamente en el movimiento revolucionario– creían que ya había pasado la época de las sociedades secretas y que bastaba con la sola actividad pública. Algunos círculos y comunidades fueron debilitando sus conexiones con el Comité Central y terminaron por romperlas poco a poco. Así pues, mientras el partido democrático, el partido de la pequeña burguesía, fortalecía cada vez más su organización en Alemania, el partido obrero perdía su única base firme, a lo sumo conservaba su organización en algunas localidades, para fines puramente locales, y por eso, en el movimiento general, cayó por entero bajo la influencia y la dirección de los demócratas pequeñoburgueses. Hay que acabar con tal estado de cosas, hay que restablecer la independencia de los obreros. Comprendiendo esta necesidad, el Comité Central, ya en el invierno de 1848-1849, envió a Josef Moll[1] con la misión de reorganizar la Liga de Alemania. La misión de Moll no produjo el efecto deseado, en parte porque los obreros alemanes no tenían aún suficiente experiencia, y en parte por haberse visto interrumpida a consecuencia de la insurrección de mayo del año pasado. El propio Moll, que empuñó las armas y se incorporó al ejército de Baden-Palatinado, cayó en el encuentro del 19 de julio[2] cerca del Murg. La Liga ha perdido con Moll a uno de sus miembros más antiguos, más activos y más seguros, que había participado en todos los congresos y comités centrales y que ya había cumplido anteriormente con gran éxito varias misiones. Después de la derrota de los partidos revolucionarios de Alemania y Francia en julio de 1849, casi todos los miembros del Comité Central volvieron a reunirse en Londres, y, después de completar su composición con nuevas fuerzas revolucionarias, emprendieron con renovada energía la tarea de reorganizar la Liga.

Esta reorganización solo puede ser lograda por un emisario especial, y el Comité Central considera que tiene gran importancia el que dicho emisario salga precisamente ahora, cuando es inminente una nueva revolución, cuando, por lo tanto, el partido obrero debe actuar de la manera más organizada, más unánime y más independiente, si no quiere ser de nuevo explotado por la burguesía y marchar a la zaga de esta, como en 1848.

Ya les habíamos dicho, hermanos, en 1848, que los liberales burgueses alemanes llegarían pronto al poder y que inmediatamente emplearían contra los obreros este poder recién obtenido. Ya han visto cómo esto se ha cumplido. En efecto, inmediatamente después del movimiento de marzo de 1848 han sido los burgueses quienes se apropiaron del poder, utilizándolo sin dilaciones para obligar a los obreros, sus aliados en la lucha, a volver a su anterior condición de oprimidos. Y aunque la burguesía no podía lograr todo esto sin aliarse al partido feudal derrotado en marzo y, en fin de cuentas, sin ceder de nuevo la dominación a este mismo partido absolutista feudal, pudo, sin embargo, asegurarse las condiciones que, en vista de las dificultades financieras del gobierno, pondrían finalmente en sus manos el poder y salvaguardarían sus intereses en el caso de que fuese posible que el movimiento revolucionario entrase desde ahora en el cauce del llamado desarrollo pacífico. Para asegurar su dominación, la burguesía ni siquiera necesitaba recurrir a medidas violentas que despertarían el odio del pueblo contra ella, pues todas esas medidas violentas ya habían sido tomadas por la contrarrevolución feudal. Pero el desarrollo no seguirá ese cauce pacífico. Por el contrario, la revolución que ha de acelerar dicho desarrollo está próxima, ya sea provocada por una insurrección independiente del proletariado francés, ya por una invasión de Babilonia revolucionaria[3] por la Santa Alianza.

Y el papel traidor que los liberales burgueses alemanes desempeñaron con respecto al pueblo en 1848 lo desempeñarán en la próxima revolución los pequeños burgueses democráticos, que ocupan hoy en la oposición el mismo lugar que ocupaban los liberales burgueses antes de 1848. Este partido, el partido democrático, más peligroso para los obreros de lo que fue el partido liberal, está integrado por los tres elementos siguientes:

I. Por los sectores más progresistas de la gran burguesía, cuyo objetivo es el total e inmediato derrocamiento del feudalismo y del absolutismo. Dicha fracción está representada por los antiguos conciliadores de Berlín que habían propuesto suspender el pago de las contribuciones.

II. Por la pequeña burguesía democrático constitucional, cuyo principal objetivo en el movimiento precedente había sido crear un Estado federal más o menos democrático, tal como lo habían propugnado sus representantes -la izquierda de la Asamblea de Francfort-, más tarde el Parlamento de Stuttgart y ella misma en la campaña en favor de la Constitución del Imperio.

III. Por los pequeños burgueses republicanos, cuyo ideal es una república federal alemana al estilo de la suiza y que ahora se llaman a sí mismos “rojos” y “demócratas sociales”, porque tienen el piadoso deseo de acabar con la opresión del pequeño capital por el grande, del pequeño burgués por el gran burgués. Representaban a esta fracción los miembros de los congresos y comités democráticos, los dirigentes de las uniones democráticas y los redactores de la prensa democrática.

Ahora, después de su derrota, todas estas fracciones se llaman republicanas o rojas, exactamente como los pequeños burgueses republicanos de Francia se llaman hoy socialistas. Allí donde aún tienen la posibilidad de perseguir sus fines con métodos constitucionales, como en Wurtemberg, Baviera, etc., aprovechan la ocasión para conservar su vieja fraseología y para demostrar con los hechos que no han cambiado en absoluto. Se comprende, por lo demás, que el cambio de nombre de este partido no modifica en lo más mínimo su actitud hacia los obreros; lo único que hace es demostrar que ahora se ve obligado a luchar contra la burguesía aliada al absolutismo y a buscar el apoyo del proletariado.

El partido democrático pequeñoburgués es muy poderoso en Alemania. Abarca no solamente a la enorme mayoría de la población burguesa de las ciudades, a los pequeños comerciantes e industriales y a los maestros artesanos, sino que también lo siguen los campesinos y el proletariado agrícola, en tanto este último no ha encontrado aún el apoyo del proletariado urbano independiente.

La actitud del partido obrero revolucionario hacia los demócratas pequeñoburgueses es la siguiente: marcha con ella en la lucha por el derrocamiento de la fracción a cuya derrota aspira el partido obrero; marcha contra ella en todos los casos en que los demócratas pequeñoburgueses quieren consolidar su posición en provecho propio.

Muy lejos de desear la transformación revolucionaria de toda la sociedad en beneficio de los proletarios revolucionarios, la pequeña burguesía democrática tiende a un cambio del orden social que pueda hacer su vida en la sociedad actual lo más llevadera y cómoda posible. Por eso reclama ante todo una reducción de los gastos del Estado por medio de una limitación de la burocracia y la imposición de las principales cargas tributarias a los grandes terratenientes y los burgueses. Exige, además, que se ponga fin a la presión del gran capital sobre el pequeño capital, pidiendo la creación de instituciones crediticias del Estado y leyes contra la usura, con lo cual ella y los campesinos tendrían abierta la posibilidad de obtener créditos del Estado, y además en condiciones ventajosas, en lugar de tener que pedírselos a los capitalistas; pide igualmente el establecimiento de relaciones de propiedad burguesas en el campo mediante la total abolición del feudalismo. Para poder llevar a cabo todo esto necesita un régimen democrático, ya sea constitucional o republicano, que les proporcione una mayoría a ella y a sus aliados, los campesinos, y una autonomía democrática local que ponga en sus manos el control directo de la propiedad comunal y una serie de funciones desempeñadas en la actualidad por burócratas.

Los demócratas pequeñoburgueses consideran además que es preciso oponerse a la dominación y al rápido crecimiento del capital, en parte limitando el derecho de herencia, en parte poniendo en manos del Estado el mayor número posible de empresas. En lo que concierne a los obreros, es ante todo indudable que deben seguir siendo trabajadores asalariados, pero al mismo tiempo los pequeños burgueses democráticos desean que aquellos tengan salarios más altos y una existencia mejor asegurada; y confían en lograr esto en parte facilitando trabajo a los obreros por intermedio del Estado y en parte con medidas de beneficencia. En una palabra, confían en corromper a los obreros con limosnas más o menos veladas y en quebrantar su fuerza revolucionaria con un mejoramiento transitorio de su situación. No todas las fracciones de la democracia pequeño burguesa defienden todas las reivindicaciones que acabamos de citar. Sólo unos pocos demócratas pequeñoburgueses consideran el conjunto de estas reivindicaciones como un objetivo propio. Cuanto más allá van algunos individuos o fracciones de la democracia pequeñoburguesa, tanto mayor es el número de estas reivindicaciones que hacen suyas, y aquellos pocos que ven en lo antes expuesto su propio programa suponen seguramente que eso representa el máximo de lo que puede esperarse de la revolución. Pero estas reivindicaciones no pueden satisfacer en modo alguno al partido del proletariado. Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápidamente posible, después de haber obtenido, a lo sumo, las reivindicaciones antes mencionadas, nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que las clases más o menos poseedoras sean desalojadas de su posición dominante, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletariados se desarrolle –y no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo – en proporciones tales, que cese la competencia entre los proletarios de esos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de encubrir los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva. No cabe la menor duda de que con el desarrollo de la revolución la democracia pequeñoburguesa obtendrá en Alemania, por algún tiempo, una influencia predominante. La cuestión es, pues, saber cuál ha de ser la actitud del proletariado y particularmente de la Liga hacia la democracia pequeñoburguesa:

1. mientras subsista la situación actual, en la que los pequeños burgueses democráticos se encuentran también oprimidos;

2. en el curso de la próxima lucha revolucionaria, la cual les dará una situación de superioridad;

3. al terminar la lucha, durante el período de su superioridad sobre las clases derrocadas y sobre el proletariado.

1. En los momentos presentes, en que la pequeña burguesía democrática es oprimida en todas partes, ésta predica en general al proletariado la unión y la conciliación, le tiende la mano y trata de crear un gran partido de oposición que abarque todas las tendencias del partido democrático, es decir, trata de arrastrar al proletariado a una organización de partido donde predominarán las frases socialdemócratas de tipo general, tras las que se ocultarán los intereses particulares de la democracia pequeñoburguesa, y en la que las reivindicaciones especiales del proletariado no serán planteadas en aras de la tan deseada paz. Semejante unión sería hecha en exclusivo beneficio de la pequeña burguesía democrática y en indudable perjuicio del proletariado. Éste habría perdido toda su posición independiente conquistada a costa de tantos esfuerzos y habría caído una vez más en la situación de simple apéndice de la democracia burguesa oficial. Tal unión debe ser, por lo tanto, resueltamente rechazada. En vez de descender una vez más al papel de coro destinado a aplaudir a los demócratas burgueses, los obreros, y ante todo la Liga, deben procurar establecer junto a los demócratas oficiales una organización propia del partido obrero, a la vez legal y secreta, y hacer de cada comunidad centro y núcleo de sociedades obreras, en las que la actitud y los intereses del proletariado puedan discutirse independientemente de las influencias burguesas. Una prueba de cuán poco seria es la actitud de los demócratas burgueses hacia una alianza con el proletariado en la cual éste tuviese la misma fuerza y los mismos derechos la tenemos en los demócratas de Breslau, cuyo órgano de prensa, el Neue Oder-Zeitung[4], ataca con furia a los obreros organizados independientemente, a los que denomina socialistas. Para luchar contra un enemigo común no se precisa ninguna unión especial. Por cuanto es necesario luchar directamente contra tal enemigo, los intereses de ambos partidos por el momento coinciden, y dicha unión, lo mismo que ha venido ocurriendo hasta ahora, surgirá en el futuro por sí misma y únicamente para el momento dado. Es evidente que en los futuros conflictos sangrientos, al igual que en todos los anteriores, serán sobre todo los obreros los que tendrán que conquistar la victoria con su valor, resolución y espíritu de sacrificio. En esta lucha, como en las anteriores, la masa pequeñoburguesa mantendrá una actitud de espera, de irresolución e inactividad tanto tiempo como le sea posible, con el propósito de que, en cuanto quede asegurada la victoria, utilizarla en beneficio propio, invitar a los obreros a que permanezcan tranquilos y retornen al trabajo, evitar los denominados excesos y despojar al proletariado de los frutos de la victoria. No está en manos de los obreros impedir que los demócratas pequeñoburgueses procedan de este modo, pero sí está en sus manos dificultarles la posibilidad de imponerse al proletariado en armas, y dictarles condiciones tales que la dominación de los demócratas burgueses lleve desde el principio el germen de su caída, facilitando así considerablemente su ulterior sustitución por el poder del proletariado. Durante el conflicto e inmediatamente después de terminada la lucha, los obreros deben procurar, ante todo y en cuanto sea posible, contrarrestar los intentos contemporizadores de la burguesía y obligar a los demócratas a llevar a la práctica su actual fraseología terrorista.

Deben actuar de tal manera que la excitación revolucionaria no vuelva a ser reprimida inmediatamente después de la victoria. Por el contrario, deben intentar mantenerla tanto tiempo como sea posible. Los obreros no sólo no deben oponerse a los llamados excesos, a los actos de venganza popular contra individuos odiados o contra edificios públicos que el pueblo sólo puede recordar con odio, no sólo deben tolerar tales actos, sino que deben asumir la dirección de los mismos. Durante la lucha y después de ella los obreros deben aprovechar todas las oportunidades para presentar sus propias demandas junto a las demandas de los demócratas burgueses. Deben exigir garantías para los obreros tan pronto como los demócratas burgueses se dispongan a tomar el poder. Si fuese preciso, estas garantías deben ser arrancadas por la fuerza. En general, es preciso procurar que los nuevos gobernantes se obliguen a las mayores concesiones y promesas; es el medio más seguro de comprometerlos. Los obreros deben moderar por lo general y en la medida de lo posible la embriaguez del triunfo y el entusiasmo provocado por la nueva situación que sigue a toda lucha callejera victoriosa, oponiendo a todo esto una apreciación fría y serena de los acontecimientos, y manifestando abiertamente su desconfianza hacia el nuevo gobierno. Junto a los nuevos gobiernos oficiales, los obreros deberán constituir inmediatamente gobiernos obreros revolucionarios, ya sea en forma de comités o consejos municipales, ya en forma de clubes obreros o de comités obreros, de tal manera que los gobiernos democrático burgueses no sólo pierdan inmediatamente el apoyo de los obreros, sino que se vean desde el primer momento vigilados y amenazados por autoridades tras las cuales está toda la masa de los obreros. En una palabra, desde el primer momento de la victoria es preciso encauzar la desconfianza, no ya contra el partido reaccionario derrotado, sino contra los antiguos aliados, contra el partido que quiera aprovechar la victoria común en su exclusivo beneficio.

2. Pero para poder oponerse enérgica y amenazadoramente a este partido, cuya traición a los obreros comenzará desde los primeros momentos de la victoria, éstos deben estar armados y tener su organización. Se procederá inmediatamente a armar a todo el proletariado con fusiles, carabinas, cañones y municiones; es preciso oponerse al resurgimiento de la vieja milicia burguesa dirigida contra los obreros. Donde no puedan ser tomadas estas medidas, los obreros deben tratar de organizarse independientemente como guardia proletaria, con jefes y un Estado Mayor Central elegidos por ellos mismos, y ponerse a las órdenes no del gobierno, sino de los concejos municipales revolucionarios creados por los mismos obreros. Donde los obreros trabajen en empresas del Estado, deberán procurar su armamento y organización en cuerpos especiales con mandos elegidos por ellos mismos o bien como unidades que formen parte de la guardia proletaria. Con ningún pretexto entregarán sus armas ni municiones; todo intento de desarme será rechazado, en caso de necesidad, por la fuerza de las armas. Destrucción de la influencia de los demócratas burgueses sobre los obreros; formación inmediata de una organización independiente y armada de la clase obrera; creación de condiciones tales que, en la medida de lo posible, sean lo más duras y comprometedoras para la dominación temporaria e inevitable de la democracia burguesa: tales son los puntos principales que el proletariado, y por lo tanto la Liga, deben tener presentes durante la próxima insurrección y después de ella.

3. Tan pronto como los nuevos gobiernos se hayan consolidado un poco comenzarán su lucha contra los obreros. Para estar en condiciones de oponerse enérgicamente a los demócratas pequeñoburgueses es preciso ante todo que los obreros estén organizados de un modo independiente y centralizados a través de sus clubes. Después del derrocamiento de los gobiernos existentes, y a la primera oportunidad, el Comité Central se trasladará a Alemania, convocará inmediatamente un Congreso, ante el que propondrá las medidas necesarias para la centralización de los clubes obreros bajo la dirección de un organismo establecido en el centro principal del movimiento. La rápida organización de agrupaciones -por lo menos provinciales- de los clubes obreros es una de las medidas más importantes para vigorizar y desarrollar el partido obrero. La consecuencia inmediata del derrocamiento de los gobiernos existentes ha de ser la elección de una asamblea nacional representativa. Aquí el proletariado deberá vigilar:

I. Que ni un solo núcleo obrero sea privado del derecho de voto con ningún pretexto ni por ningún truco de las autoridades locales o de los comisarios del gobierno.

II. Que junto a los candidatos burgueses democráticos figuren en todas partes candidatos obreros, elegidos en lo posible entre los miembros de la Liga, y que para su triunfo se pongan en juego todos los medios disponibles. Incluso donde no exista ninguna esperanza de triunfo, los obreros deben presentar candidatos propios para conservar la independencia, hacer un recuento de fuerzas y demostrar abiertamente a todo el mundo su posición revolucionaria y los puntos de vista del partido. Al mismo tiempo, los obreros no deben dejarse engañar por los alegatos de los demócratas de que, por ejemplo, tal actitud divide el partido democrático y facilita el triunfo de la reacción. Todos estos alegatos no tienen otra finalidad que embaucar al proletariado. Los éxitos que el partido proletario alcance con semejante acción independiente pesan mucho más que el daño que pueda ocasionar la presencia de unos cuantos reaccionarios en la asamblea representativa. Si la democracia actúa desde el principio resueltamente y en forma terrorista contra la reacción, la influencia de ésta en las elecciones quedará liquidada de antemano.

El primer punto que provocará el conflicto entre los demócratas burgueses y los obreros será la abolición del feudalismo. Al igual que en la primera revolución francesa, los pequeños burgueses entregarán las tierras feudales a los campesinos como propiedad libre, es decir, tratarán de conservar el proletariado agrícola y crear una clase campesina pequeñoburguesa, la cual pasará por el mismo ciclo de empobrecimiento y endeudamiento en que se encuentra actualmente el campesino francés.

Los obreros, tanto en interés del proletariado agrícola como en el suyo propio, deben oponerse a este plan y exigir que las propiedades feudales confiscadas se conviertan en propiedad del Estado y se transformen en colonias obreras explotadas por el proletariado agrícola asociado, el cual aprovechará todas las ventajas de la gran explotación agrícola. De este modo, y en medio del resquebrajamiento de las relaciones de propiedad burguesas, el principio de la propiedad colectiva obtendrá inmediatamente una base firme. Del mismo modo que los demócratas se unen con los campesinos, los obreros deben unirse con el proletariado agrícola. Además, los demócratas trabajarán directamente por una república federal, o bien, en el caso de que no puedan evitar la formación de una república única e indivisible, tratarán por lo menos de paralizar al gobierno central concediendo la mayor autonomía e independencia posibles a los municipios[5] y a las provincias. En oposición a este plan, los obreros no sólo deberán defender una República alemana única e indivisible, sino luchar en esta República por la más resuelta centralización del poder en manos del Estado. Los obreros no se deben dejar desorientar por la cháchara democrática acerca del municipio libre, la autonomía local, etc. En un país como Alemania, donde aún hay tantas reminiscencias del medievo que barrer y tanta terquedad local y provincial que romper, no se puede tolerar en modo alguno ni bajo ninguna circunstancia que cada aldea, ciudad o provincia pongan nuevos obstáculos a la actividad revolucionaria, que sólo puede desarrollar toda su fuerza habiendo centralización. No se puede tolerar que vuelva a repetirse la situación actual, en que los alemanes deben ir luchando en cada ciudad y en cada provincia por un mismo avance. Y menos que nada puede tolerarse que al amparo de la llamada libre autonomía local se perpetúe la propiedad comunal -una forma de propiedad que incluso está por debajo de la moderna propiedad privada y que en todas partes se está desintegrando y trasformando en esta última- y se perpetúen los pleitos entre municipios ricos y pobres que esta propiedad comunal provoca, así como el derecho civil municipal, con sus triquiñuelas contra los obreros, y que subsiste junto al derecho civil del Estado. Lo mismo que en Francia en 1793, la centralización más rigurosa debe ser hoy, en Alemania, la tarea del partido verdaderamente revolucionario[6].

Hemos visto que los demócratas llegarán al poder en el próximo movimiento y que se verán obligados a proponer medidas más o menos socialistas. ¿Cuáles son, se preguntará, las medidas que los obreros deberán proponer en oposición a las medidas de los demócratas? Es evidente que en los primeros momentos del movimiento no podrán proponer medidas puramente comunistas, pero sí pueden:

l. Obligar a los demócratas a irrumpir en todas las esferas posibles del régimen social existente, a perturbar su curso normal, forzarlos a que se comprometan ellos mismos así como concentrar el mayor número de fuerzas productivas, medios de transporte, fábricas, ferrocarriles, etc. en manos del Estado.

2. Los obreros deberán llevar al extremo las propuestas de los demócratas, que, como es natural, no actuarán como revolucionarios, sino como simples reformistas. Estas propuestas deberán ser convertidas en ataques directos contra la propiedad privada. Así, por ejemplo, si los pequeños burgueses proponen la compra de los ferrocarriles y de las fábricas, los obreros deben exigir que, como propiedad de los reaccionarios, estos ferrocarriles y estas fábricas sean simplemente confiscados por el Estado sin ninguna indemnización. Si los demócratas proponen impuestos proporcionales, los obreros deben exigir impuestos progresivos. Si los propios demócratas proponen impuestos progresivos moderados, los obreros deben insistir en un impuesto cuya tasa crezca en tales proporciones que provoque la ruina del gran capital; si los demócratas piden la regulación de la deuda pública, los obreros deben exigir la bancarrota del Estado. Así pues, las reivindicaciones de los obreros deben regirse en todas partes por las concesiones y medidas de los demócratas.

Aunque los obreros alemanes no puedan alcanzar el poder ni ver realizados sus intereses de clase sin haber pasado íntegramente por un prolongado desarrollo revolucionario, pueden por lo menos tener la seguridad de que esta vez el primer acto del drama revolucionario que se avecina coincidirá con el triunfo directo de su propia clase en Francia, lo cual contribuirá a acelerarlo considerablemente.

Pero la máxima aportación a la victoria final la harán los propios obreros alemanes cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posición independiente de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeñoburgueses los aparten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado. Su grito de guerra debe ser: la revolución permanente.

C. Marx/F. Engels
Londres, marzo de 1850


[1] Moll, Joseph: obrero relojero alemán, exiliado en Londres, fue comisionado en 1847 por la renovada Liga de Los Justos para tratar con Marx y Engels, en Bruselas, el ingreso de éstos en la Liga, propuesta que fue aceptada.

[2] En la edición de 1885 se da una fecha equivocada; debe decir 29 de junio. (NdE.)

[3] Se refiere a París, considerado desde los tiempos de la revolución burguesa de Francia de fines del siglo XVIII como el hogar de la revolución

[4] Neue Oder-Zeitung (Nueva Gaceta del Oder): diario publicado en Breslau entre 1849 y 1855.

[5] El término municipio (Gemeinde) se emplea aquí en el sentido amplio de la palabra, tanto para designar los municipios urbanos como las comunidades rurales

[6] En la actualidad, debemos hacer constar que este párrafo se basa en un malentendido. Debido a las falsificaciones de los historiadores bonapartistas y liberales, se consideraba entonces como un hecho establecido que la máquina centralizada de gobierno del Estado francés había sido introducida por la gran revolución, y que la Convención la utilizó como arma necesaria y decisiva para triunfar sobre la reacción monárquica y federal, así como sobre el enemigo exterior. Pero hoy ya nadie ignora que durante toda la revolución, hasta el 18 Brumario, toda la administración de los departamentos, distritos y municipios era elegida por los propios gobernados y gozaba de completa libertad dentro del marco de las leyes generales del Estado; que esta autonomía provincial y local, análoga a la norteamericana, fue precisamente la palanca más poderosa en manos de la revolución hasta el punto que, inmediatamente después de su golpe de Estado del 18 Brumario, Napoleón se apresuró a sustituirla por la administración de los prefectos, administración que se conserva hasta ahora y que ha sido, por lo tanto, desde los primeros momentos, un auténtico instrumento de la reacción. Pero, por cuanto la autonomía local y provincial no se opone a la centralización política y nacional, no hay por qué identificarla con ese estrecho egoísmo cantonal o comunal que con caracteres tan repulsivos nos ofrece Suiza, el mismo que los republicanos federales del sur de Alemania quisieron extender a todo el país en 1849. (Nota de Engels a la edición de 1885.).