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Boletín Nº 5 (Diciembre 2003)

La insurrección traicionada

La insurrección traicionada

Eugenio Greco, Correo Internacional,
Diciembre de 1985, Año II Nro. 15

“Nosotros no preconizamos en modo alguno la insurrección en cualquier momento ni bajo cualesquiera condiciones. Pero exigimos que el pensamiento de los socialdemócratas no sea inseguro y vacilante. Si usted reconoce que se dan las condiciones para la insurrección, debe reconocer también la insurrección misma, debe reconocer las tareas específicas que al partido se le plantean en relación con ella.”

Lenin1

En marzo de 1985, los trabajadores bolivianos enfrentaron con una huelga general de dieciséis días al gobierno de Hernán Siles Suazo. En su transcurso, diez mil mineros armados con dinamita ocuparon la ciudad capital, La Paz, mientras el ejército permanecía dividido y vacilante, sin atinar a reprimir. En Oruro, una ciudad fundamental porque concentra a su alrededor las minas más importantes del país, los trabajadores desalojaron del poder al Prefecto (gobernador) y se adueñaron del gobierno hasta que lo entregaron voluntariamente a la policía local. Entre tanto, los campesinos apoyaban al movimiento obrero bloqueando las rutas, la población de La Paz se solidarizaba con los mineros en mil formas diferentes y el movimiento estudiantil luchaba al lado de los trabajadores.

Esta inmensa movilización revolucionaria fue organizada por la Confederación Obrera Boliviana (COB). Los mineros que ocuparon La Paz lo hicieron tras los estandartes de su su sindicato, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia Confederación Obrera Departamental (COD), es decir, la rama local de la COB. Los campesinos que bloqueaban las rutas eran de la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), que está aliada a la COB y tiene representación en ella. (FSTMB), que integra la COB y es su columna vertebral. Los trabajadores que tomaron el gobierno en Oruro marcharon bajo la dirección de la Confederación Obrera Departamental (COD), es decir, la rama local de la COB. Los campesinos que bloqueaban las rutas eran de la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), que está aliada a la COB y tiene representación en ella.

Las organizaciones estudiantiles que se movilizaron también están representadas en la COB. Y todos los trabajadores del país, que se lanzaron a la huelga general en forma unánime, lo hicieron organizados en sus sindicatos, que están dentro de la COB. Pese a tener todo a favor, la huelga general no triunfó. Las reivindicaciones económicas que le dieron origen no fueron satisfechas. El movimiento revolucionario retrocedió. La burguesía logró montar una trampa electoral que, fraude mediante, dio el gobierno al notorio reaccionario Víctor Paz Estenssoro. Este lanzó inmediatamente un nuevo ataque a las masas bolivianas en la misma línea fondomonetarista que su antecesor, pero mucho más violento. Una nueva huelga general le salió al paso en setiembre, pero esta vez fue categóricamente derrotada.

Vista retrospectivamente, esta segunda huelga general ya fue una batalla de retaguardia defensiva. Su suerte estaba determinada en gran medida por la huelga anterior: el retroceso de marzo explica la derrota de setiembre. Por eso, extraer hasta el final las conclusiones de la huelga de marzo es absolutamente necesario para armar políticamente al movimiento obrero boliviano y a los revolucionarios del altiplano y el mundo entero. No sólo para encontrar las razones de la derrota, sino, fundamentalmente, para entender por qué a la clase obrera boliviana se le escapó, una vez más, una victoria que tenía al alcance de la mano.

Dos traiciones

Según nuestro punto de vista, la huelga de marzo no triunfó por una sola y única razón: la dirección reconocida del movimiento obrero boliviano, fundamentalmente Juan Lechín y en segundo plano el Partido Comunista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, la traicionaron. Esa huelga general sólo podía triunfar si se transformaba en insurrección, derrocaba por la violencia al gobierno y ponía el poder en manos de la clase obrera y el pueblo, es decir de la COB. Eso es lo que no hizo la dirección de los obreros y el pueblo boliviano. Era de esperar que así fuera, dado que jamás una dirección no proletaria lleva a los trabajadores al poder par su propia voluntad. Y ni Lechín ni el PCB, ni el MIR son direcciones proletarias. Las dos primeras son burocracias antiobreras, en sus variantes nacionalista (Lechín) y moscovita (el PCB). El MIR es una dirección pequeñoburguesa.

Pero lo grave es que muchos de quienes se dicen revolucionarios y trotskistas no tuvieron una política para hacer la revolución, empujar a las masas hacia la insurrección y desplazar en algún momento de esa lucha a las direcciones traidoras. De allí que el centro de esta polémica sea señalar los tremendos errores teóricos y políticos de quienes traicionaron una vez más la revolución boliviana de la forma más infame: cobijándose bajo las banderas revolucionarias del trotskismo. Haremos esta polémica desde las posiciones de la única corriente que levantó una política revolucionaria para Bolivia: la Liga Internacional de los Trabajadores.

Los protagonistas de este debate son, pues, los siguientes:

La Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (LIT-CI), su partido boliviano, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y la organización que simpatiza con la LIT en Argentina, el Movimiento al Socialismo (MAS).

El Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional (SU) y su sección boliviana, el Partido Obrero Revolucionario Unificado (POR-U).

Dos grupos nacional-trotskistas débilmente asociados en la llamada Tendencia Cuartainternacionalista (TC): el Partido Obrero Revolucionario de Bolivia dirigido por Lora (POR-Lora) y el Partido Obrero (PO) de Argentina.

La huelga general y el problema del poder

La huelga general de marzo fue una lucha revolucionaria de masas contra el gobierno y el régimen burgués que cuestionó al sistema capitalista semicolonial boliviano. Todo el mundo lo entendió así. La burguesía, aterrorizada, la denunciaba. Lechín la reconocía aunque, por supuesto, añadía que la clase obrera no podía triunfar porque no estaba armada.

Las organizaciones con las cuales polemizamos también describían así la situación. André Dubois, periodista del SU, decía que “desde el comienzo de esta huelga... la reivindicación más inmediata pone a la orden del día un enfrentamiento sociopolítico y plantea, de hecho, la cuestión del poder” 2.

La TC, a través del periódico Masas, órgano del POR-Lora, afirmaba que “la huelga, desde el momento mismo de su estallido, plantea en términos inequívocos el problema del poder”.3 Y el PO informaba sobre la “fraternización revolucionaria” en las calles de La Paz de los mineros, los trabajadores fabriles, los docentes y los estudiantes, la reducción del gobierno a unay el “legítimo temor de que las fuerzas armadas se desintegren” si se las lanzaba a reprimir 4. “máscara impotente”

La LIT y el PST boliviano, por su parte, venían afirmando desde hacía más de dos años que en Bolivia estaba planteado el problema del poder; la huelga general de marzo lo ponía al rojo vivo. Podemos decir, pues, que todas las tendencias que se reclaman trotskistas describieron correctamente la situación como revolucionaria y a la huelga general como una huelga política que planteaba “el problema del poder”.

Hasta allí, todos coincidimos con nuestros maestros, que siempre asignaron ese carácter a las huelgas generales. Lenin, por ejemplo, decía que “el papel de clase verdaderamente avanzada... que levanta a las masas a la revolución, lo desempeña el proletariado industrial, que cumple dicha tarea con sus huelgas revolucionarias” 5.

Trotsky, por su parte, sostenía que “toda huelga general, cualesquiera que sean las consignas bajo las cuales haya aparecido, tiene una tendencia interna a transformarse en conflicto revolucionario declarado, en lucha directa por el poder... Paralizando las fábricas, los transportes, todos los medios de comunicación en general, las usinas eléctricas, etc., el proletariado paraliza así no sólo la producción sino también al gobierno. El poder del Estado queda suspendido en el aire... La huelga general plantea inevitablemente ante todas las clases de la nación la pregunta: quién va a ser el dueño de la casa?” 6.

Crisis revolucionaria y consigna de poder

La huelga general de marzo no fue, sin embargo, un relámpago en un cielo despejado. Fue la culminación de una crisis revolucionaria prolongada, que se inició en 1982 con la caída de la dictadura militar de García Meza, se atenuó con las expectativas de las masas en el flamante gobierno de Siles Suazo y resurgió tres meses después de que éste se instalara en la casa de gobierno. A partir de entonces una seguidilla de paros, varias huelgas generales, manifestaciones, ocupaciones de empresas, bloqueos de caminos y mil formas más de lucha de las masas cuestionaron permanentemente al gobierno y al estado burgués. Sin llegar a una clara situación insurreccional, este prólogo de la huelga de marzo constituyó una situación crónica de doble poder, podríamos decir una situación preinsurreccional, que se prolongó durante más de dos años.

Esta situación se ajusta a la descripción de Lenin: “La clase obrera no da tregua al enemigo, interrumpe el curso normal de la vida industrial, detiene constantemente el aparato

de la administración local y crea en todo el país un estado de alarma, movilizando nuevas y nuevas fuerzas para la lucha. Ningún Estado puede resistir durante largo tiempo semejante embestida...” 7.

Si esto era así, los revolucionarios estaban obligados a plantear al movimiento de masas, en su propaganda y agitación, que éste debía tomar en sus manos el gobierno, no sólo durante la huelga de marzo, sino en todo el período de crisis revolucionaria que la precedió. En situaciones como esa, la consigna de poder es la más importante, el eje del programa revolucionario. Todas las demás consignas que movilizan a las masas (en el caso boliviano, el salario mínimo, vital y móvil; el control obrero de la producción, los precios y el abastecimiento; las medidas agrarias; el no pago de la deuda externa, etcétera) conservan toda su vigencia. Pero se plantean en torno a la consigna de poder. ¡Queremos el salario para los obreros! ¡Salvar del hambre a los campesinos! ¡Romper el yugo económico y político imperialista! ¡La única forma de lograrlo es que esta gran movilización obrera y de masas culmine con el derrocamiento del gobierno de Siles y la toma del poder por los trabajadores, los campesinos y el pueblo!

Sin embargo, con esto no basta. Hay que indicarles a la clase obrera y al movimiento de masas cómo se concreta la “dictadura del proletariado” (expresión favorita de Lora) o el “gobierno de los trabajadores” (consigna del POR-U)*. Hay que decir con qué instituciones, con qué organizaciones pueden la clase obrera y el pueblo tomar el poder, destruir el Estado burgués y ponerse a gobernar el país.

Con la COB y contra la COB

Esta discusión lleva más de 30 años en Bolivia. Está planteada desde la revolución de 1952, cuando el movimiento obrero boliviano, aliado al movimiento campesino, destrozó al ejército burgués, creó sus propias milicias sindicales y campesinas y, como resultado de este gran triunfo, construyó la COB.

A partir de entonces, la corriente trotskista que hoy se encuentra organizada en la LIT, planteó que la COB debía tomar el poder para instaurar un gobierno obrero y campesino, y levantar consecuentemente esta consigna en cada ocasión que la lucha de clases lo hizo posible. Pero hace también más de 30 años que Lechín, acompañado por el SU, Lora y Compañía, se oponen a que la COB gobierne en Bolivia. Y así volvió a ocurrir en los casi tres años de crisis revolucionaria y en la huelga general de marzo.

El dirigente del POR-U Antonio Moreno afirma que la COB “es la única institución que ha planteado una solución alternativa a la crisis, a través de una serie de medidas inmediatas y transicionales” que “han movilizado no sólo a los trabajadores, sino también a los campesinos y a ciertos sectores de la pequeña burguesía que por lo tanto reconocen la dirección de la COB”. Pero después de aceptar que la COB la organización reconocida por la inmensa mayoría de la población boliviana –“trabajadores”, “campesinos” y “sectores de la pequeña burguesía”-; que es el canal organizativo de toda lucha obrera y popular; que es la “única institución que plantea una alternativa a la crisis”, el dirigente del POR-U llega a la sorprendente conclusión de que la COB no sirve para tomar el gobierno y habla de la “necesidad de una salida política que va más allá del marco de la COB” 8.

André Dubois también sostiene que la COB “reflejaba mal la dinámica real del movimiento social y se había mostrado fácilmente manipulable por el viejo aparato oficialista reunido alrededor de Juan Lechín”, razón por la cual había que “poner en marcha un instrumento más representativo”.

Lora teoriza: “Más que la teoría, la larga experiencia teórica (sic) ha demostrado que... por su propia naturaleza las organizaciones gremiales están impedidas, particularmente por su heterogeneidad ideológica, de jugar el papel de estado mayor de las huestes revolucionarias” 9.

Siguiendo a Lora, el dirigente del PO Roberto Gramar sostiene que la COB “no fue la autora de ninguna de las medidas de lucha que se han adoptado en Bolivia, sino que fue la encargada de levantarlas, anularlas o entregarlas” 10.**

La COB es mucho más que un sindicato

Antonio Moreno, Dubois, Lora y Gramar cometen el mismo error: identificar a la COB con su dirección burocrática. Es indiscutible que hay una burocracia lechinista en la COB y que es necesario combatirla con medidas que impongan la democracia obrera también en su cúpula. Pero lo que ellos plantean no es esto, sino que la COB no sirve para tomar el poder y, por lo tanto, se deben construir otros organismos para este fin.

Otro de los argumentos que utilizan para tratar de demostrar lo mismo, es que la COB es una organización sindical. Así lo dice claramente Lora y lo insinúa el SU cuando señala la necesidad de un instrumento más amplio y representativo. Este razonamiento choca con la realidad histórica y actual de la COB.

Si bien es cierto que su estructura básica son los sindicatos, la COB es mucho más que una central sindical. La COB de 1952 construyó milicias obreras que, junto a las campesinas, se constituyeron en la única fuerza armada del país hasta que, por la traición de su dirección, la burguesía logró reconstruir su ejército. La COB de la actualidad agrupa en su seno, además de los sindicatos, a las organizaciones campesinas, estudiantiles, de mujeres, etcétera. Y hubiera bastado con que su dirección llamara a los soldados y policías a organizarse por la base para que, automáticamente, se incorporaran a ella.

Cuando Lora afirma que la COB no puede tomar el poder porque tiene las limitaciones de cualquier “organización gremial”, por su “propia naturaleza”, sólo dice una estupidez vacía de todo contenido real. Desafiamos a Lora a que explique cómo entra en la “propia naturaleza” de un sindicato, tal cual él lo entiende, formar milicias y agrupar a los campesinos y demás sectores explotados de la población.

El primer antecedente: la Comuna de París

Afirmar que la COB no es un organismo apto para tomar y ejercer el poder porque está vertebrado alrededor de una determinada forma organizativa -los sindicatos- indica una supina ignorancia histórica y teórica sobre las instituciones de poder. Tanto la experiencia histórica como la teorización que sobre ella hicieron Marx, Engels, Lenin y Trotsky, afirman que los organismos de poder del proletariado y las masas revolucionarias no se ajustan a ninguna receta organizativa rígida, sino que adoptan las formas más variadas, según las propias masas los constituyen en las situaciones de crisis revolucionaria.

El primer organismo de poder que constituyó la clase obrera no fue un soviet ni un sindicato: fue el Comité Central de la Guardia Nacional, que tomó el poder en París durante la insurrección de la Comuna. Esta es una verdad indiscutida para nuestros maestros, aunque haya diferencias sobre el carácter del gobierno que lo reemplazó, la Comuna elegida opr votación de toda la población.

Marx y Engels relataron cómo “la Guardia Nacional se reorganizó y confió su dirección suprema a un Comité Central elegido por todos sus efectivos”, para enfrentar las tropas prusianas que avanzaban sobre París. Luego, “la gloriosa revolución obrera del 18 de marzo se adueñó indiscutiblemente de París. El Comité Central era su gobierno provisional” 11. Marx incluso criticó el hecho de que “el Comité Central abandonó el poder demasiado pronto para dar paso a la Comuna”12.

Para Lenin, “la revolución del 18 de marzo... puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella”13. Trotsky afirma que la elección por voto universal de la Comuna para que reemplazara en el poder al Comité Central de la Guardia Nacional “fue una estupidez”, ya que para él la “institución de la ‘Comuna’” fue “el municipio democrático”. Y agrega: “esta estupidez sólo era posible después de la conquista del poder por el Comité Central de la Guardia Nacional, que era el ‘comité de acción’ o el soviet, del momento”14.

Es cierto que Marx, Engels y Lenin sostuvieron que la Comuna era un gobierno obrero, mientras que Trotsky sostuvo que era un municipio democrático burgués. Pero todos ellos coincidieron en que el primer organismo de poder obrero de la historia, que hizo la insurrección y actuó como gobierno, fue el Comité Central de la Guardia Nacional. Esto debería ser una llamada de atención para todos los que piensan que un organismo de poder, para serlo, debe seguir determinadas recetas organizativas y, en consecuencia, niegan ese carácter a la COB boliviana porque se asienta sobre los sindicatos.

Los soviets rusos

A partir del triunfo de la revolución rusa de 1917, la palabra soviet se convirtió en sinónimo de organismo de poder de la clase obrera. Los soviets eran algo muy diferente de los sindicatos. Nacieron como comisiones obreras para organizar las huelgas en la revolución en 1905. Reaparecieron en la revolución de febrero de 1917, extendiéndose a los soldados y más tarde a los campesinos. Se coordinaron a nivel nacional en un Congreso de los Soviets y tomaron el poder en octubre de 1917, dirigidos por el Partido Bolchevique.

La consigna estratégica de Lenin y Trotsky durante los meses que van de febrero a octubre de 1917 fue “¡Todo el poder a los Soviets!”. El éxito de esta consigna convirtió a los soviets en la organización de poder obrero por excelencia para los trabajadores y revolucionarios de todo el mundo.

Lenin definió a los soviets como “órganos de la lucha directa de masas. Han surgido como órganos de la lucha huelguística. Bajo la presión de la necesidad, se han convertido muy pronto en órganos de la lucha general revolucionaria contra el gobierno”15.

Esos “nuevos órganos del poder revolucionario... eran creados exclusivamente por las capas revolucionarias de la población... Por su carácter político-social esto era, en germen, la dictadura de los elementos revolucionarios del pueblo”16.

El fetichismo soviético

Sin embargo, al mismo tiempo Lenin ya alertaba que “el papel de los soviets... ha rodeado de tal aureola a esas organizaciones que, a veces, se las considera con cierto fetichismo. Se cree que dichos órganos son, siempre y en toda circunstancia, órganos ‘necesarios y suficientes’ para el movimiento de masas”17.

Trotsky también batalló incansablemente para “destrozar el culto fetichista de la forma soviética de doble poder”. Polemizando con el stalinismo que sostenía que “la revolución proletaria sólo se puede realizar a través de los Consejos (Soviets)”, Trotsky respondía: “Todo este esquema es, por supuesto, perfectamente inútil. Los Consejos son una forma de organización, pero en política lo decisivo es el contenido de clase de una organización y no su forma”18.

En síntesis, tanto para Lenin como para Trotsky lo que definía a los soviets como órganos de poder no era su forma organizativa, sino su “carácter político” y su “contenido de clase”. De allí que la definición más general que hace Trotsky no se refiere a una determinada forma de organización, sino al carácter de clase y las tareas planteadas: “El Soviet es la forma más elevada del frente único en la etapa en que el proletariado lucha por el poder”19. Exactamente la misma definición que Lenin: un organismo de “lucha general revolucionaria” de “las capas revolucionarias de la población” para tomar el poder.

Hasta tal punto nuestros maestros no se aferraban a la forma soviética de organización, que en plena revolución de 1917, en determinado momento Lenin abandonó la consigna de “¡Todo el poder a los Soviets!” y planteó la necesidad de “trasladar el centro de gravedad a los Comités de Fábrica” ya que ellos debían “convertirse en los órganos de la insurrección”20.

En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky explica así este brusco viraje del dirigente bolchevique: “Después del aplastamiento de julio, Lenin proclamó: ya no puede conquistarse el poder sino mediante una insurrección armada; y para ello, verosímilmente, habrá que apoyarse, no sobre los soviets desmoralizados por los conciliadores, sino sobre los comités de fábrica; los soviets, como órganos de poder, serán reconstruidos después de la victoria”21.

“Este ejemplo –comenta- muestra cuán poco nos inclinábamos ya entonces a considerar la forma soviética de organización como una panacea universal”22.

Trotsky en Francia, Alemania e Inglaterra

En todas las oportunidades en que debió dar una respuesta de poder a los procesos revolucionarios de su época, Trotsky dio muestras de esa misma elasticidad y de su rechazo a todo esquematismo organizativo.

En junio de 1936 estalló en Francia una huelga general que hizo decir a Trotsky “la revolución francesa ha comenzado”23. Desde muchos meses antes, el proletariado francés acumulaba fuerzas para ese estallido revolucionario, mientras la Internacional Comunista, usurpada por el stalinismo, trataba de impedir la revolución, encerrando a la clase obrera en la cárcel del frente popular con la burguesía. Pero, al mismo tiempo, proponía la creación de “comités de acción”, es decir organizaciones de base del Frente Popular. Ante el hecho de que el choque entre las clases se acercaba y no surgían otros organismos para la lucha por el poder, en noviembre de 1936 Trotsky calificó esta propuesta como “la única idea progresiva”“en ciertas condiciones, los comités de acción pueden convertirse en soviets”24.

Recapitulando lo ocurrido en Alemania en 1923, Trotsky verificaba que, pese a existir una situación propicia, no habían surgido soviets por la falencia de las direcciones del movimiento obrero, pero “merced a la presión de la base, los comités de base ocuparon por sí mismos en el movimiento obrero alemán, durante el otoño de 1923, el lugar que habrían tenido los soviets”. En vista de ese hecho, “proclamar en tales circunstancias la consigna de los soviets habría sido cometer el mayor error teóricoque se pueda concebir”25.

Finalmente, para quienes cuestionan la capacidad de la COB para tomar el poder por su carácter sindical, recordemos que Trotsky sostenía que “los sindicatos ingleses pueden ser una poderosa palanca de la revolución proletaria; incluso, en ciertas condiciones y por cierto período, pueden reemplazar a los soviets obreros”26.

A esto cabe agregar que, tras la muerte de Trotsky, en esta segunda posguerra hemos visto otro tipo de organizaciones no previstas por nuestros maestros, que sirvieron para tomar el poder. Nos referimos a los partidos-ejércitos guerrilleros, como el de Castro o el de Mao.

Recapitulemos: el Comité Central de la Guardia Nacional en la Comuna de París, los soviets y los comités de fábrica en la revolución rusa, los comités de acción del frente popular en Francia, los comités de base en Alemania, los sindicatos en Inglaterra, los partidos-ejércitos guerrilleros en China, Vietnam y Cuba: todos ellos fueron, real o potencialmente, órganos de poder. Nadie que posea conocimientos elementales de historia y de teoría marxista revolucionaria puede sostener seriamente que la COB no sirve para tomar el poder porque se basa en los sindicatos.

Menos que menos si toma en cuenta el más categórico de estos ejemplos: los sindicatos ingleses. Que Trotsky señalara que podían jugar el papel de soviets, pese a que ellos sí eran sindicatos “clásicos”, que no cobijaban en su seno a campesinos y estudiantes como la COB, pese a que los dirigía una burocracia laborista mil veces peor que la de Lechín, ya que era agente directa del imperialismo británico, debería poner a pensar a Lora, Dubois y compañía.

La “heterogeneidad ideológica” de la COB

Otro argumento en contra de la COB como organismo de lucha por el poder es el que esgrime Lora cuando la descarta por su “heterogeneidad ideológica”. Dicho a la inversa, un organismo para tomar el poder debe ser, según Lora, ideológicamente homogéneo. Conclusión: Lora no tiene la menor idea de la diferencia entre una organización de masas y un partido revolucionario.

Toda organización de masas, desde un sindicato a un soviet, es ideológicamente heterogénea, ya que agrupa a todos los obreros y sectores de la población que luchan. Un partido es ideológicamente homogéneo porque agrupa a todos los que comparten su programa. Si una organización de masas no fuera ideológica y políticamente heterogénea, no sería de masas, ya que excluiría a todos aquellos que, aun queriendo luchar, no comparten la ideología de su dirección. Por eso, los soviets rusos no eran sólo de los obreros bolcheviques, sino que incluían a los partidarios de los mencheviques, los socialistas revolucionarios y multitud de otras corrientes.

Por esa razón, Lenin definía el futuro “gobierno provisional revolucionario” como una “organización común... sin partido o interpartidaria”27.

Trotsky, a su vez decía que cuando “las masas se ven arrastradas a la lucha, sienten... la necesidad aguda de una organización prestigiosa que se eleve por encima de los partidos”28. Así surgen los soviets, que son capaces “de unir a la clase obrera en su conjunto, sea cual sea el número” de quienes han llegado a “comprender los problemas de la conquista del poder”29. Y dado que “las masas entran a la lucha con todas sus ideas, agrupamientos, tradiciones y organizaciones, los partidos no son excluidos, por el contrario, se los supone necesarios; al mismo tiempo, son controlados en la acción y las masas aprenden a liberarse de la influencia de los partidos putrefactos”30.

¿Se quiere mayor “heterogeneidad ideológica” que ésta, que incluye a los “partidos putrefactos” en el órgano de lucha por el poder? Precisamente por ser un organismo de frente único del proletariado y las masas explotadas, todo órgano de poder se sustenta obligatoriamente en la presencia en su seno de la amplia mayoría del movimiento de masas, con sus ideologías y partidos reformistas, centristas y revolucionarios a cuestas. El partido revolucionario lucha por la dirección del organismo de masas, contra los demás partidos. Trata de imponer su programa y su política. Pero si lo logra, no expulsa al resto de las corrientes; jamás exige de un organismo de masas la homogeneidad ideológica que pretende el ultrasectario de Lora.

Capitulación a Lechín

Consecuentemente con su consigna del poder a la COB, el PST la formuló bajo la exigencia a Lechín de que se hiciera cargo del gobierno del país en nombre de la COB y bajo su disciplina. Ni el SU ni la TC levantaron esa consigna. Para Lora un gobierno de la COB sería “nada más que una variante de los gobiernos burgueses” si la burocracia lechinista seguía a su frente. Gramar dice textualmente lo mismo10. Dubois y Antonio Moreno ni siquiera se plantean el problema.

Tanto el SU como la TC manifiestan una absoluta falta de política frente a la dirección burocrática de Lechín que se transforma en una capitulación total a éste, disfrazada con lenguaje ultraizquierdista. Al no exigirle a Lechín, como dirección de la COB, que tome el poder y gobierne bajo la disciplina de la COB, el SU y la TC no sólo desconocen la urgente necesidad del proletariado boliviano –tomar el poder con la dirección y organización que tiene–, sino que además no comprometen al burócrata ante las masas por traicionar esa necesidad. Finalmente no se postulan como dirección de alternativa que se propone hacer lo que la situación exige -tomar el poder con la COB– ya que Lechín se niega a hacerlo.

Lora ataca la exigencia del PST de que Lechín fuera presidente tomando el poder con la COB o, en caso contrario, renunciara a su jefatura arguyendo que eso significa que la toma del poder “es tarea de algunos dirigentes sindicales, no de las masas”31. Parece que Lora no leyó a Lenin y a Trotsky -o no entendió nada de lo que leyó–, ya que esta táctica no la inventaron el PST ni la LIT, sino los bolcheviques durante la revolución rusa.

Cuando la dirección conciliadora de los soviets empantanaba la revolución, Lenin propuso la “formación de un gobierno constituido por socialistas-revolucionarios y mencheviques, responsable ante los soviets”. Si ellos aceptaban, los bolcheviques “renunciarán a exigir de inmediato el paso del poder al proletariado y a los campesinos pobres y a los métodos revolucionarios de lucha en pos de esa reivindicación”32.

Trotsky hizo el balance de esta táctica genial: “Los mencheviques y los socialistas revolucionarios rechazaron este compromiso... En manos de los bolcheviques este rechazo se transformó en el arma más poderosa para la preparación de la insurrección armada, que, siete semanas más tarde, barrió a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios”33.

Renunciar a exigirle a Lechín que tome el poder y gobierne a nombre de la COB y como responsable ante ella significa ni más ni menos que capitular a Lechín. Es negarse a manejar el “arma más poderosa” para “barrerlo” de la dirección del movimiento de masas boliviano.

Capitulación a la burguesía y a los oportunistas

Significa también negarse a derrocar a la burguesía puesto que mientras las masas acepten a Lechín como su dirigente, no hay otra forma de plantearles que tomen el poder que no sea la de exigir que lo haga su dirección reconocida. No se trataba, pues, de una simple maniobra para desenmascarar a Lechín. Había posibilidades de que se diera en la realidad en Bolivia, de la misma forma en que, para Lenin, las había en Rusia***. “¿Pero quizá –se preguntaba- ya sea imposible” que los conciliadores tomen el poder? Y contestaba: “Quizá, pero si existe, aunque más no sea una posibilidad sobre cien, valdría la pena intentarlo”34.

Pensamos que en Bolivia igual que en Rusia, valía la pena intentarlo. Sobre todo porque esa “posibilidad sobre cien” es la que se dio en todas las revoluciones de esta segunda posguerra, donde direcciones pequeñoburguesas o burocráticas como Tito, Mao o Castro, tomaron el poder obligadas por la crisis sin salida y la presión del movimiento de masas, haciendo realidad la hipótesis que planteaba Trotsky en el Programa de Transición****.

El SU y la TC no sólo capitulan por omisión, no exigiéndole a Lechín que tome el poder. También capitulan positivamente al plantear todo tipo de frentes a los partidos enemigos de la revolución. Lora, por ejemplo, propone “un frente de izquierdas” que “no es otra cosa que el frente antimperialista”35. El SU un “frente de izquierda unido y eficaz”.

Se trata, evidentemente, de frentes políticos, puesto que el frente para la acción, la organización de la lucha común a la cual todos los partidos obreros y de izquierda se ven obligados a disciplinarse –mal que les pese- existe y es la COB. Pero en una situación más que revolucionaria, donde, como reconocen el SU y la TC, “está planteado el problema del poder” el único frente político posible para los trotskistas es con las organizaciones que quieren que se haga la revolución. El único frente político que hicieron los bolcheviques en octubre fue el frente con los socialistas revolucionarios de izquierda, para impulsar juntos la toma del poder por los soviets.

Por el contrario, los frentes que plantean el SU y la TC serían con el PC, el MIR, el PS-1 -¿quizá también con el PRIN de Lechín?-, ya que ellos son los únicos partidos “de izquierda” en Bolivia. Todos estos partidos son enemigos mortales de la toma del poder por los trabajadores. Un frente con ellos sería un frente contra la revolución. Los frentes contra la revolución que quieren el SU y la TC son la cara capituladora de su política; así como su negativa a exigir que Lechín tome el poder a la cabeza de la COB es la cara sectaria. Las dos son caras de una misma política nefasta.

Inventar no cuesta nada

Descartada la COB como organismo de poder, el SU y la TC se dedican a inventar organismos “de masas” para hacer la revolución.

Antonio Moreno quiere que el poder lo tomen unos “consejos de coordinación popular”. Su partido, el POR-U, en cambio, prefiere “desarrollar los consejos populares, los comités y otras organizaciones de base”, pero “más que nada... una Asamblea Nacional del pueblo”. Dubois, con una imaginación más totalizadora, gusta de “los comités populares de barrio, para cumplir funciones indispensables como el abastecimiento”, y también de “una estructura nacional unitaria para defender un plan de salvación nacional”, y también de “hacer converger estructuras tales como los comités populares, las organizaciones obreras y campesinas en un foro o asamblea nacional, poco importa el nombre”.

Lora, por su parte, inventa “un organismo entre los partidos obreros y las organizaciones de masas que actúe como dirección y canal de movilización”36. También descubre que en Bolivia “brotan órganos de poder” porque “en la población de Chuñu Chuñu los campesinos apresaron a uno que robó una oveja y de común acuerdo procedieron a castrarlo y cortarle la lengua”37.

De esta forma, el SU y la TC proceden en forma inversa a los marxistas. En vez de preguntarse qué organismos se han dado las masas y proponerles que con ellos tomen el poder, se dedican a sacar de sus febriles intelectos una serie de recetas organizativas: consejos populares, asambleas o foros nacionales, estructuras nacionales de comités de barrio, frente de los partidos obreros que no quieren tomar el poder para que tomen el poder. Cualquier cosa menos reconocer que el organismo que se han dado las masas para luchar es la COB.

Trotsky recomendaba lo opuesto: no inventar nada; descubrir qué organizaciones de poder habían construido las propias masas. Porque, “si se ha llegado al estadio de la conquista del poder, si las masas están dispuestas para la insurrección, sin que existan soviets, esto significa que otras formas y otros métodos se organización han permitido efectuar la labor de preparación que asegurará el éxito de la insurrección”38.

No era tan difícil descubrir esas “formas y métodos de organización” en Bolivia, ya que existía el antecedente de la revolución triunfante de 1952, hecha por los sindicatos con sus milicias. Sólo una profunda repugnancia por la clase obrera, sus métodos y organizaciones, propia de pequeñoburgueses sin remedio, puede explicar que los dirigentes del SU y la TC no hayan visto a la COB como la organización revolucionaria de las masas bolivianas. Peor aún, que le opusieran organismos sólo existentes en sus propias cabezas, sustituyendo –diría Trotsky– “la acción revolucionaria por el más nefasto de los juegos, aquél que consiste en distraerse, en el campo de la organización, con puerilidades”39.

Huelga general e insurrección

¡Todo el poder a la COB! fue, pues, la única consigna verdaderamente revolucionaria durante el período que va desde las primeras luchas contra Siles hasta la huelga general de marzo. Sin embargo, la estrategia revolucionaria no se agota en la consigna, que señala el objetivo del movimiento pero no los medios para su realización.

Gramar afirma correctamente que no se debe confundir situación revolucionaria con insurrección. Efectivamente, para tomar el poder no basta con una situación revolucionaria, ni siquiera con una huelga general: es necesaria una insurrección.

Lo curioso es que ninguna de las corrientes con las cuales discutimos llamó a los trabajadores a hacer la insurrección, a organizarse y armarse para ella. Polemizando con el MAS, Gramar sostiene que en Bolivia no se estuvo ni siquiera cerca de una insurrección, ya que la “insurrección no ha anidado en las masas”. Lora afirma, en medio de la huelga general que “no se puede decir que ingresamos a la etapa insurreccional”40. El SU ni habla de insurrección.

El SU y la TC desconocen lo más elemental de la teoría marxista revolucionaria, ya que para Lenin y Trotsky la huelga general tendía siempre a la insurrección. Trotsky sostenía que “la huelga general no resuelve el problema del poder, no hace más que plantearlo. Para apoderarse del poder es preciso, apoyándose en la huelga general, organizar la insurrección”41. En 1920, refiriéndose a las lecciones de la revolución de 1905, Lenin decía que “la lucha revolucionaria alcanzó tal grado de desarrollo y tal potencia, que la insurrección armada coincidió con la huelga de masas”. Y agregaba: “esta experiencia tiene significación mundial para todas las revoluciones proletarias”42.

En el marzo boliviano, la tendencia a la insurrección se expresó, pues, en el simple hecho de que hubo una huelga general. Pero la realidad superó esta verdad teórica. Muchas huelgas generales, sobre todo en Argentina por razones históricas, mantienen congelada y larvada su tendencia natural a la insurrección. Nunca ha sido así en Bolivia, y menos que menos en la huelga general de marzo. Ya vimos el ejemplo de Oruro, donde los trabajadores tomaron el gobierno en sus manos durante un día. Pero el mejor ejemplo es el de La Paz. ¿Qué significa la ocupación de la ciudad capital del país por 10.000 mineros armados con dinamita, que hacen en ella lo que se les da la gana mientras la burguesía se esconde debajo de la cama, la pequeña burguesía acomodada tiembla de pánico, la clase obrera y el pueblo pobre los apoya y el ejército se muestra incapaz de intervenir por lo que el propio PG denomina “peligro de desintegración”?

Si a esto no se lo quiere llamar semiinsurrección, comienzo de insurrección o “tendencia a la insurrección”, no sabemos qué otro nombre puede tener. ¿Les parece bien al SU y a la TC denominarlo “manifestación armada”? Pero si fue una manifestación armada, se trata claramente de una insurrección en curso. Lenin descubrió esta dinámica ya en 1905: “La huelga se ha convertido en huelga general y ha desembocado en una formidable manifestación... Ha comenzado la insurrección”43.

La ceguera del SU y la TC, que les impidió ver que estaban frente a un comienzo de insurrección, tiene su explicación última en su ceguera frente a la COB: si los trabajadores y el pueblo bolivianos no habían constituido un organismo para la insurrección y para gobernar... la insurrección no existía.

El PO, como de costumbre, fue todavía más lejos. En medio de la huelga general, escribió que “las jornadas bolivianas provocan la tentación de compararlas con las llamadas ‘jornadas de julio’ de la revolución rusa”. Aquí se demuestra una ignorancia fantástica, ya que lo que caracterizó a las jornadas de julio fue la ofensiva hacia el poder de lo más avanzado del proletariado de San Petersburgo, antes de que las grandes masas de toda Rusia estuvieran dispuestas a acompañarlo, lo cual lo llevó a una derrota en las calles; mientras que en Bolivia, las grandes masas populares, acompañaron en forma unánime y en todo el país la huelga general y la ocupación minera de La Paz y no hubo una derrota en las calles sino un retroceso. El propio retroceso no se debió a que la insurrección fuera prematura, sino porque estaba más que madura y no se concretó por la traición de las direcciones.

Pero lo más grave de esta comparación es que constituye una traición directa a la huelga general, ya que era decirles a los trabajadores que hacían huelga que estaban condenados a la derrota, a una “jornada de julio”.

La insurrección social y la insurrección “como arte”

Gramar hace una distinción correcta cuando dice que existe una insurrección “masiva e irrefrenable” y otra insurrección que,La primera es la que hacen las masas en lucha, que llegan hasta disputar el control de las calles al régimen burgués; la que, como ya vimos, Lenin define como el paso de la huelga general a las manifestaciones. La segunda es la acción concreta de los destacamentos armados de esas masas en lucha para apoderarse del poder político. “en tanto acción política consciente, es un arte”.

La diferencia que tenemos con Gramar es que, para nosotros, la insurrección “masiva e irrefrenable” estaba en marcha en Bolivia durante el mes de marzo: huelga general, ocupación armada de La Paz por los mineros, apoyo de los campesinos y el pueblo pobre, crisis completa de la burguesía, parálisis y vacilación del ejército. Faltaba hacer la insurrección como “acción política conciente”. Concretamente, que los mineros se dirigieran hacia los cuarteles para hacer pasar a gran parte de la base del ejército al bando revolucionario, que por esa vía mejoraran su armamento sumando los fusiles a la dinamita, que se dirigieran a los trabajadores fabriles y estatales y a los estudiantes para armar junto con ellos pequeños destacamentos de combate y que, finalmente, ocuparan la casa de gobierno y los centros neurálgicos de transporte y comunicación.

Esta diferencia entre la insurrección como fenómeno político-social y la insurrección como acción político- militar explica la aparente contradicción de Lenin, cuando afirma, por un lado, que los soviets son “órganos de la insurrección” y, media página más adelante, sostiene que los soviets son “insuficientes... para organizar la insurrección en el sentido más riguroso del término”. Se trata, en efecto, de la necesidad de una organización específicamente militar para hacer la insurrección.

“Los soviets” –dice Lenin- son necesarios “para aglutinar a las masas, para forjar una unidad combativa... pero son insuficientes para organizar directamente las fuerzas de combate”. Es necesario contar “a la vez que con los soviets, con una organización militar”, “una organización de combate... en forma de destacamentos obreros armados”. Sin ella, “todos los soviets y todos los delegados de las masas serán impotentes”.

La diferencia entre ambas organizaciones radica en que los soviets abarcan a “la masa a través de sus representantes” en tanto que la organización militar abarca “a la masa de quienes participen directamente en la lucha de calles y en la guerra civil...”44.

Esta diferencia entre la organización de masas y de poder y la organización específicamente militar que hace la insurrección crea las condiciones para un desfasaje político entre una y otra. Esto sucedió en la propia revolución rusa: mientras los soviets a nivel nacional eran dominados por los mencheviques y socialistas revolucionarios, opuestos a muerte a la insurrección, los bolcheviques dominaban ampliamente los destacamentos obreros armados y los regimientos. Esto precipitó una discusión entre Lenin y Trotsky sobre el momento de la insurrección. Trotsky planteaba esperar el Congreso Nacional de los Soviets, donde los bolcheviques ganarían la mayoría, para lanzar la insurrección. Lenin contestaba: “Dejar pasar un momento como éste y ‘esperar’ el Congreso de los Soviets sería una perfecta idiotez o una completa traición”45. “Quién ha de hacerse cargo del poder? Esto, ahora, no tiene importancia: que se haga cargo el Comité Militar Revolucionario, u ‘otra institución’... Si hoy nos adueñamos del poder, no nos adueñamos de él contra los soviets sino para ellos”46.

En esta discusión táctica, Trotsky, más vinculado que Lenin a la situación concreta ya que éste se encontraba en la clandestinidad, tuvo razón: los bolcheviques esperaron al Congreso de los Soviets, ganaron la mayoría y lanzaron la insurrección. Pero en realidad el Congreso de los Soviets proclamó la insurrección, no la organizó. Quien la organizó y la hizo fue el mismo organismo que barajaba Lenin. Trotsky cuenta cómo “el Soviet de Petrogrado, bajo mi presidencia, creó definitivamente el Comité Revolucionario Militar, que desde su mismo nacimiento se hizo cargo de todos los preparativos para la insurrección”47.

Volviendo a Bolivia, debemos decir claramente que los 10.000 mineros armados ocupando La Paz eran ya un organismo militar para hacer la insurrección o, como mínimo, un embrión de ese organismo militar. Era a ellos a quienes había que plantearles que se pusieran en marcha hacia la toma del poder por la fuerza, hacia la insurrección. Ese organismo debía reforzarse, extenderse a todo el proletariado y a los cuarteles, elaborar un plan concreto para la insurrección y ejecutarlo.

Todo esto, por supuesto, sin esperar ni un minuto a que Lechín cambiara de posición y se pronunciara por la insurrección. La insurrección se iba a hacer aunque la COB, oficialmente, no la convocara. ¿Y después? Y después, posiblemente, casi seguramente, los insurrectos entregarían el poder a la COB. Parafraseando a Lenin: aunque Lechín y compañía, que dirigen la COB, estaban en contra de la insurrección, si los trabajadores armados se adueñaban del poder no lo hacían “contra la COB, sino para ella”.

El problema del armamento

No en vano Lechín se ha puesto durante décadas a la cabeza de los grandes movimientos revolucionarios del proletariado boliviano para mejor entregarlos al enemigo de clase. El viejo burócrata sí vio que se gestaba una insurrección, dijo que era necesaria... y que no se podía hacer porque no había armas. Gramar opina igual que Lechín: para él, la dinamita de los mineros es sólo “un instrumento de trabajo” y “no fue la dinamita lo que decidió la situación en 1952, sino una insurrección imparable”. Dubois dice lo mismo: “el pueblo boliviano no está armado”.

Concordamos con Lechín en que no hay insurrección que triunfe si no resuelve el problema del armamento. Y concordamos con Gramar en que, sin insurrección, la dinamita por sí misma no resolvía nada en 1952... ni nunca. Pero discrepamos con el concepto un tanto oficinesco de Gramar sobre la dinamita, que lo lleva a coincidir con Dubois y con Lechín en que los mineros armados con dinamita... no están armados.

Para decirlo en forma comprensible para Gramar: si la dinamita se usa para extraer el mineral, es un “instrumento de trabajo”; si se usa para matar fascistas y militares de la burguesía, es un arma. La insurrección de 1952 fue “imparable” porque puso en movimiento a los obreros y campesinos y dividió al ejército, parte del cual se pasó y entregó armas al campo revolucionario. Pero antes que nada fue una verdadera insurrección porque los trabajadores empezaron a armarse con lo primero que tenían a mano, la dinamita; la emplearon en múltiples enfrentamientos con los contrarrevolucionarios; y eso fue un factor decisivo para que ocurriera todo lo demás. Los mineros con dinamita que ocuparon La Paz en marzo ya habían empezado a armarse. Este hecho político- militar es fundamental. Incluso sin dinamita y sin nada, bastaría con que se hubieran empezado a organizar para la lucha física en las calles para que la insurrección ya estuviera en marcha. Porque, en contra de lo que dice Lechín, el armamento es producto de la organización militar de la insurrección y no un requisito previo. Lenin recomendaba organizar militarmente la insurrección creando “grupos voluntarios... de diez, cinco e incluso tres miembros... de partido, y sin partido, vinculados todos ellos por una tarea revolucionaria común: la insurrección contra el gobierno... antes de obtener las armas, independientemente del problema del armamento”48. Trotsky acusaba de “escépticos que... no creen en la fuerza del proletariado” a quienes “invocan... la ausencia de armamento... para explicar por qué aún no se ha encarado la creación de la milicia”49.

Milicia y ejército

En relación con el otro aspecto del armamento, la cuestión del ejército, Lenin y Trotsky lo subordinaban a la organización militar de la insurrección. Lenin decía que “todo movimiento verdaderamente popular” produce “inevitablemente... la vacilación de las tropas”, pero que “el cambio de frente” de estas no es “un acto simple, único, resultante del convencimiento”, sino el fruto de una “verdadera lucha par ganarse al ejército”50. Esa lucha es imposible, según Trotsky, sin “la milicia obrera” que,51. “con el apoyo de toda la clase, deberá derrotar, desarmar y aterrorizar a las pandillas de bandidos de la reacción y franquear así a los obreros el camino a la fraternización revolucionaria con el ejército”

En síntesis, a la base del ejército no se la gana para la revolución sólo ni fundamentalmente con la propaganda, sino armando la milicia obrera. En Bolivia, la política revolucionaria estaba planteada en esa misma forma, concreta y material. Había que desarrollar la organización armada embrionaria que constituían los mineros con su dinamita, extenderla a los trabajadores fabriles y a los estudiantes revolucionarios, hacerse dueños de las calles exterminando a cuanto fascista narcotraficante asomara la cabeza y marchar hacia los cuarteles a ganarse a los soldados.

Tanto el SU como la TC hablaron propagandísticamente y al pasar del armamento y de que los soldados debían pasarse al campo de la revolución. Pero al no encarar, ni siquiera plantear medidas concretas, prácticas para organizar militarmente la insurrección, no hicieron nada para armar al proletariado y ganar a la base del ejército.

Cómo se forja un partido revolucionario

Existe una polémica, a veces explícita y casi siempre tácita, entre dos concepciones sobre la forma en que se forja un partido revolucionario. Una de ellas, que podríamos denominar “posibilista”, sostiene que el partido se construye haciendo lo posible, es decir lo que le permite su desarrollo e influencia en el movimiento de masas. Dada la situación mundial en que, por razones históricas, los partidos trotskistas son marginales y no tienen influencia de masas en ningún país el mundo, lo “posible” es hacer sindicalismo, comentarios, críticas a los partidos oportunistas de masas, etcétera. Pero el curso de los acontecimientos está fatalmente determinado por los “factores objetivos” –entre los cuales se incluye el dominio de las masas por los aparatos burocráticos- y nada puede hacer el partido trotskista, pequeño, marginal, para modificarlo.

De esta concepción nacen graves deformaciones, tanto políticas como prácticas. En lo político lleva a que, aunque en ocasiones se puedan hacer descripciones certeras sobre una situación, eso no se plasma en consignas claras, concretas, tajantes y precisas para actuar sobre esa realidad y modificarla a favor de la revolución. En lo práctico, los dirigentes y militantes de tal partido, educados en que nada pueden hacer para cambiar la historia, carecen de la audacia necesaria para actuar en esas raras ocasiones en que efectivamente pueden hacerlo, es decir, en las crisis revolucionarias.

La otra concepción es opuesta: los revolucionarios intervenimos en la lucha de clases como podemos, para incidir sobre ella y tratar de llevar al triunfo al proletariado. No importa si ya tenemos influencia sobre las masas que nos permita cambiar la historia, o todavía no la tenemos. En toda circunstancia proponemos a la clase obrera y a su vanguardia líneas de acción revolucionarias, prácticas, concretas.

Sabemos que cuando la lucha de clases no es aguda, nuestras políticas no se pueden imponer, son “imposibles”. Sabemos que, incluso en las crisis revolucionarias, para que nuestras políticas se impongan es necesario un mínimo de fuerza y organización; en caso contrario son “imposibles”. Pero aún así seguimos el ejemplo de Marx, que proponía políticas y medidas claras y concretas a los revolucionarios de la Comuna de París desde el extranjero sin tener un solo militante organizado en París.

Esta concepción de cómo se construye un partido revolucionario forja partidos, dirigentes y militantes para la acción revolucionaria, convencidos de que pueden cambiar la historia, no limitarse a contemplar y comentar cómo otros lo hacen... o no lo hacen. El gran valor de lo que escribía Marx sobre la Comuna de París no fue su incidencia en ella, que fue nula, sino el precedente histórico que dejó su apasionado esfuerzo por lograr, de la única forma que tenía a su alcance, que la revolución triunfara. Gran parte de los geniales descubrimientos de Lenin y Trotsky sobre cómo hacer una revolución se asientan en ese precedente histórico que dejó Marx. Y otra gran parte se asienta en la convicción apasionada de Lenin y Trotsky en que ellos y sus organizaciones existían para actuar sobre la lucha de clases, para hacer la revolución, no para plantear políticas “posibles” según unas condiciones “objetivas” que ellos no se sentían capaces de modificar.

El “posibilismo” es un cáncer que impide intervenir en forma revolucionaria en cualquier lucha de clases, incluso en la más defensiva de las huelgas del más estable de los países. Pero ese cáncer es mortal en las situaciones revolucionarias agudas, ya que en ellas el “factor subjetivo” adquiere un peso decisivo. Cuando las masas se lanzan al asalto contra el viejo sistema y éste se tambalea en su crisis agónica, la acción de una pequeña organización revolucionaria puede adquirir un peso objetivo: definir la situación con un triunfo revolucionario (precisamente por eso, es en esas circunstancias cuando la pequeña organización, si tiene una clara política revolucionaria y la audacia necesaria puede, en pocos meses o semanas, ganar influencia de masas). Pero si ha sido educada en el “posibilismo” durante toda su existencia anterior, será totalmente incapaz de formular tal política y de adquirir tal audacia.

“Posibilismo” y bolchevismo en Bolivia

La revolución boliviana permite desnudar lo nefasto de la concepción “posibilista”. En última instancia tanto el SU como la TC actuaron convencidos de que el triunfo de la revolución era imposible o, al menos, no dependía de ellos. Era imposible que la única organización obrera y de masas existente y reconocida tomara el poder... porque la dirigía Lechín, porque era un sindicato y no un soviet, porque la “izuquierda” no se unía en un frente, porque las masas no estaban armadas... por lo que fuera, pero era imposible. ¿Qué había que hacer? Esperar... a que el partido trotskista creciera y ganara a las masas, a que la izquierda se uniera, a que surgieran soviets o algo parecido, a que las masas rompieran con Lechín...

La clase obrera y las masas habían llegado lo más lejos que pueden llegar por sus propios medios: habían realizado el 90% de la preparación de la insurrección. Pero nuestros “posibilistas” decían a coro que la insurrección no estaba planteada... había que esperar. Ellos no se consideraban capaces de aprovechar esas excepcionales circunstancias revolucionarias para actuar y cambiar la historia de Bolivia.

Sin embargo, en Bolivia hubieran bastado 200 o 300 militantes revolucionarios decididos y audaces, que en un trabajo de años hubieran ganado para la política revolucionaria correcta a 50 o 100 activistas mineros para que la insurrección se desarrollara y triunfara. Que esos 50 mineros dijeran a los 10.000 que ocupaban La Paz: ¡Hay que voltear al gobierno! ¡Los que quieran hacerlo júntense en grupos de combate y empiecen a conseguir armas! ¡Vayamos a los cuarteles a ganar a los soldados! ¡Vayamos a las fábricas, universidades y barrios a hacer más grupos de combate! ¡Mandemos una delegación a Oruro a decirles a los trabajadores que no se vayan de la casa de gobierno porque nosotros en La Paz vamos a hacer lo mismo con el Palacio Quemado!

Sólo con eso, era posible –no seguro pero sí muy posible- que triunfara la insurrección boliviana. Un partido educado en la acción revolucionaria lo hubiera podido hacer. El PST boliviano, muy pequeño y muy joven, intentó hacerlo: no le alcanzaron las fuerzas. El POR -Lora y el POR-U ni siquiera lo intentaron.

En medio de una revolución que rugía en las calles, el SU y la TC se contentaron con parlotear acerca de la inevitabilidad de la insurrección... en un futuro indefinido. Lenin despreciaba a quienes se dedicaban a “hablar de la inevitabilidad” de la insurrección. Para él “si se quiere ser partidario de la revolución hay que hablar de si es necesaria la insurrección para la victoria de la revolución, de si es necesario o no preconizarla activamente, propagarla, prepararla inmediata y enérgicamente”52. Si “reconocemos” que estamos ante “una verdadera revolución... la tarea política más urgente y central del partido será la de preparar lasfuerzas y la organización del proletariado para la insurrección armada”53.

Nuestros “posibilistas” del SU y de la TC reconocían que en Bolivia estaba en curso una “revolución verdadera”, pero para nada encararon la “tarea más urgente” para un leninista.

Es una traición muy grande y muy grave. El POR-U formó parte de la dirección de la COB como integrante de la Dirección Revolucionaria Unificada que, según el propio Dubois, “había representado un polo decisivo cuando el sexto congreso de la COB, en agosto de 1984”. El POR-Lora se autoproclamó, en medio de la huelga, “la dirección de las masas y no únicamente de la clase obrera”54; no lo era, pero sí era el partido trotskista más conocido y numeroso de Bolivia. La responsabilidad del SU y la TC en que no haya triunfado la revolución boliviana es inmensa.

* Aunque tanto Lora como el SU hablan mucho del gobierno obrero, ninguno de ellos tomó esta consigna de poder como eje de su programa, ni siquiera en medio de la huelga general. El “Manifiesto” del 13 de marzo del POR-U publicado en INPRECOR N° 194 levanta un programa de medidas económico-sociales que no incluye el derrocamiento de Siles y la toma del poder como única forma de conquistarlas. Por su parte, Lora sostenía en Masas del 20 de marzo que la “victoria plena del movimiento” sería... la “consecución” del “salario mínimo vital con escala móvil”.

** Este disparate colosal no tiene como causa que Gramar se haya vuelto más loco que Lora. La verdadera razón de la mayor prudencia de Lora radica en que escribe desde La Paz, rodeado por un pueblo que reconoce en la COB su propia organización, lo cual exige por cierto algo de cautela aún en la locura. Gramar y su maestro Altamira, en cambio, escriben desde Buenos Aires, sin estar expuestos a tan desagradables presiones; por eso se animan a decir que la COB es la organización de los rompehuelgas y entregadores, no de los obreros en lucha.

*** No nos proponemos aquí discutir qué clase de gobierno y régimen político sería el de la COB dirigida por Lechín. Podría considerarse un “gobierno obrero y campesino” de tipo transicional como lo define Trotsky y como caracteriza Lenin al posible gobierno de los socialistas-revolucionarios y mencheviques en Rusia. Pero también, en base al hecho de que la COB es una institución obrera, se lo podría definir como una dictadura del proletariado con un gobierno burocrático. Nos inclinamos por esta segunda hipótesis. Pero sólo la historia podría develar la incógnita, ya que sería la primera vez que tomaría el poder una institución obrera con dirección no revolucionaria. Lo que ahora nos importa es que, sea cual fuere la definición, sería un enorme paso revolucionario y para nada un nuevo “gobierno burgués”, como aseguran Lora y el PO.

**** “No es posible –dice el Programa de Transición- negar categóricamente ‘a priori’ la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional de circunstancias (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) los partidos pequeñoburgueses, sin exceptuar a los stalinianos, puedan llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía”.

***** Por supuesto, como para Gramar todo lo que hicieron las masas bolivianas durante la huelga no tiene nada que ver con una insurrección “masiva e irrefrenable”, menos que menos estaba planteada la “insurrección como acción política conciente”. De allí que el PO hablara de las “jornadas de julio”: nada de luchar por el poder; fue un error desafiar al gobierno burgués en ese momento, o, como dice Gramar “es simplemente una aventura plantear que un aparato burocrático se lance a una insurrección que no ha anidado en las masas”.

1 Lenin, Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1953, T. XI, p. 348.

2 INPRECOR, 15/4/85, pp. 3-7.

3 Masas, 21/3/85.

4 Prensa Obrera, 20/3/85

5 Obras Completas, T. XIX, p. 220.

6 Trotsky, ¿Adónde va Francia?, Pluma, Buenos Aires, 1974, pp. 79-80 y 86.

7 Obras Completas, T. IX, p. 341.

8 Intercontinental Press, 15/4/85.

9 Masas, 17/3/85.

10 Prensa Obrera, 18/4/85

11 Marx-Engels, Obras Escogidas, Cartago, Buenos Aires, 1957, pp. 349-350.

12 La Comuna de París, Polémica, Buenos Aires, 1973, p. 102.

13 Idem, p. 105.

14 Trotsky, The crisis of the French Section, Pathfinder, New York, 1977, p. 111.

15 Obras Completas, T. XI, p. 118.

16 Obras Completas, T. X, p. 237.

17 Obras Completas, T. XI, p. 118.

18 Trotky, La lucha contra el fascismo en Alemania, Pluma, Buenos Aires, 1973, T. I, p. 41.

19 Idem, p. 149.

20 Citado por Pablo Solón, La COB debe ser gobierno, Ed. Trinchera Socialista, La Paz, 1984, p. 22.

21 Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, Pluma, Colombia, 1982, T. III, p. 188.

22 La lucha contra el fascismo… T.I, pp. 41-42.

23 ¿Adónde va Francia?, p. 157.

24 Idem, pp. 119 y 121.

25 Trotsky, Stalin: el gran organizador de derrotas, Distribuidora Baires, Buenos Aires, 1974, p. 254.

26 Idem, p. 181.

27 Obras Completas, T. XV, p. 343.

28 Trotsky, La revolución española, Yunque, Buenos Aires, 1973, p. 100.

29 Stalin: el gran organizador..., p. 253.

30 ¿Adónde va Francia?, p. 121.

31 Masas, 14/3/85.

32 Obras Completas, T. XXV, pp. 297-298.

33 La lucha contra el fascismo..., T. I, p. 139.

34 Obras Completas, T. XXV, p. 298.

35 Masas, 16/3/85.

36 Masas, 19/3/85.

37 Masas, 22/3/85.

38 Stalin, el gran organizador..., p. 252.

39 Idem, p. 255.

40 Masas, 20/3/85.

41 Stalin, el gran organizador…, p. 198.

42 Obras Completas, T. XXXI, p. 326.

43 Idem, T. VIII, p. 67.

44 Idem, T. XI, pp. 118-120.

45 Idem, T. XXVI, p. 71.

46 Idem, T. XXVI, pp. 220-221.

47 Trotsky, Stalin, Yunque, Buenos Aires, 1975, T II, p. 63.

48 Obras Completas, T. XI, p. 120.

49 ¿Adónde va Francia?, p. 34.

50 Obras Completas, T. XI, p. 167.

51 ¿Adónde va Francia?, p. 94.

52 Obras Completas, T. IX, p. 63.

53 Idem, T. X, p. 140.

54 Masas, 15/3/85.