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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

La desocupación mundial y el plan quinquenal de la Unión Soviética

La desocupación mundial y el plan quinquenal de la Unión Soviética

La desocupación mundial y el plan quinquenal de la Unión Soviética[1]

Carta a los obreros comunistas de Checoslovaquia

 

 

21 de agosto de 1930

 

 

 

Hace varios meses, planteamos en la prensa inter­nacional de la Oposición de Izquierda (bolchevique leni­nista) la muy sencilla e irrefutable idea de que, frente al colosal aumento de la desocupación, los partidos comu­nistas de los países capitalistas deberían lanzar una campaña agitativa por el otorgamiento a la Unión Soviética de amplios créditos con facilidades para la industria. Formulamos esta consigna en términos todavía más concretos: sobre la base de su plan quinquenal (el actual o uno modificado, no nos detendremos aquí en esa cuestión), el gobierno soviético se declara dispuesto a colocar tales o cuales pedidos concretos de unidades electrotécnicas, maquinaria agrícola, etcétera, en Esta­dos Unidos, Alemania, Inglaterra, Checoslovaquia y otros países, a cambio de créditos a pagar en plazos determinados.

En este sentido, el gobierno soviético podría avalar plenamente su seriedad comercial ante el mundo capi­talista mediante un aumento simultáneo de las exportaciones soviéticas. De contar con créditos industriales amplios y bien distribuidos, las granjas colectivas po­drían adquirir una enorme gravitación económica en el futuro cercano y el volumen de exportaciones agrícolas podría incrementarse rápidamente. Asimismo, con la adquisición de equipos industriales extranjeros - con facilidades de crédito aceptables, vale decir, las que rigen habitualmente en el capitalismo- las exportacio­nes de petróleo, madera, etcétera, podrían experimentar un incremento importante. Respecto de las exporta­ciones soviéticas, también se podría concertar acuerdos a plazos determinados.

Nadie tiene mayor interés que el gobierno soviético en hacer conocer las propuestas concretas pertinentes a delegaciones obreras, comités de fábrica y representan­tes sindicales por un lado, a representantes de gobier­nos y trusts capitalistas por el otro; nos referimos, claro está, a propuestas técnica y económicamente riguro­sas y, por consiguiente, capaces de elevar el prestigio del gobierno soviético a los ojos de los obreros y servir de garantía de los créditos exigidos a los capitalistas. Quien conozca cómo se crearon las relaciones económi­cas entre la Unión Soviética y los gobiernos capitalistas, o siquiera posea un conocimiento teórico del abecé de la política económica del gobierno obrero en medio del cerco capitalista, no encontrará nada cuestionable ni dudoso en el plan propuesto. Al mismo tiempo, la nece­sidad y el apremio de lanzar una campaña enérgica por la realización de ese plan surgirán evidentemente de la desocupación reinante en los países capitalistas, por un lado, y de la aguda necesidad que tiene la economía soviética de recibir créditos extranjeros, por el otro.

No obstante, ante nuestras propuestas, el aparato stalinista dio la señal de alarma: rechazar, denunciar, repudiar. ¿Por qué? Por dos razones. No cabe duda de que para muchos burócratas soviéticos esa campaña educativa no facilitará, más bien obstaculizará, la obtención de créditos extranjeros. Que los Sokolnikovs negocien discretamente con Henderson y que los comu­nistas no alboroten, así no asustamos, no nos granjea­mos la mala voluntad de la burguesía. Seguramente, ésta es la idea que lleva a la burocracia stalinista, y sobre todo al propio Stalin, a salir a la palestra para opo­nerse a nuestro plan. Porque los venerables burócra­tas del socialismo nacional, cuando hablan entre ellos sobre los partidos comunistas extranjeros, lo hacen con gran desprecio, considerándolos incapaces de realizar cualquier actividad sería. La turba del aparato, los stali­nistas, han aprendido a confiar solamente en las cúpu­las gubernamentales y temen la intervención directa de las masas en asuntos “serios, de índole “práctica. Esto es, fundamentalmente, lo que motiva la repulsa con que ha sido recibida nuestra propuesta.

Pero existe otra razón. Los stalinistas sienten un miedo mortal ante la creciente influencia de la Oposi­ción de Izquierda comunista en el mundo entero y por ello consideran necesario responder a cada palabra de ésta con calumnias e insultos. Esas son las directivas que recibe invariablemente el aparato de la Comintern.

Rude Pravo [Verdad Roja], órgano principal del Partido Comunista de Checoslovaquia, cumplió esa or­den lo mejor que pudo. En su número del 24 de junio, somete la campaña por los desocupados propuesta por la Oposición de izquierda checa a una crítica que sólo se puede calificar de rabiosa. La misma, con toda su furia, es notable por la impotencia de que hace gala. Analizaremos línea por línea las objeciones y acusacio­nes de Rude Pravo, no porque nos preocupen los fun­cionarios que lanzan acusaciones groseras para suplir su falta de ideas y argumentos, sino porque queremos ayudar a la vanguardia obrera checoslovaca a orientarse en un problema tan grande e importante.

¡¡Rude Pravo afirma que la Oposición de Izquierda Comunista checa exige que el gobierno soviético, “conjuntamente con el gobierno checoslovaco, elabore un plan económico para solucionar la crisis”!! El periódico se mofa de esta idea, que es realmente disparatada, pero que es invento de los propios editores. El go­bierno soviético debe concertar un acuerdo con los trusts capitalistas y los gobiernos burgueses (siempre y cuando éstos se comprometan a garantizar los créditos) en torno a un plan determinado de pedidos y del pago de los mismos (de ninguna manera un “plan para solu­cionar la crisis”). Cada una de las partes persigue sus propios fines. Al gobierno soviético le interesa aumen­tar los recursos de la construcción socialista, garanti­zando así una tasa elevada y elevando el nivel de vida de los obreros. A los capitalistas les interesa obtener ganancias. A los obreros de Checoslovaquia, como a los de cualquier otro país capitalista en el que reina la de­socupación, les interesa disminuirla. Los obreros y simpatizantes comunistas persiguen otro fin, que no es menos importante: ayudar al estado obrero. Pero el ob­jetivo de la lucha en sí es accesible a los sectores obreros mas amplios y atrasados y, en consecuencia, también a los que contemplan a la Unión Soviética con indiferencia.

En cuanto a un plan conjunto “para solucionar la crisis”, nadie lo menciona. Sólo una revolución socialista puede liquidar la crisis. Imbuir a los obreros de esta idea es la obligación elemental de los partidos comunis­tas. Pero de esto no surge que los obreros no deban le­vantar la reivindicación inmediata de disminución de la desocupación y mitigación de sus peores consecuencias. La reducción de la jornada laboral es una de las consignas más importantes de este tipo. Junto con ella tenemos: la lucha contra la “racionalización” rapaz que impera actualmente, protección más amplia y efectiva a los desocupados, a expensas de los capitalistas y su go­bierno. ¿Acaso Rude Pravo está en contra de estas reivindicaciones? La consecuencia de que se otorgaran créditos industriales al estado soviético no seria la liqui­dación de la crisis sino la disminución de la desocupa­ción en algunas ramas de la industria. Así debemos plantear el problema, sin engañarnos a nosotros mis­mos ni engañar a los demás.

¿O acaso Rude Pravo opina que, en general, los comunistas no deben exigir ninguna medida que pueda paliar las desastrosas consecuencias que tiene el capi­talismo para los obreros? ¿Quizás la divisa de los stali­nistas checos es “cuanto peor están las cosas, mejor”? Eso pensaban los anarquistas en los viejos tiempos. Los marxistas jamás tuvieron nada que ver con esa posi­ción.

Pero aquí Rude Pravo objeta que, según nuestro plan, “la contradicción principista entre el estado so­viético y el mundo capitalista debe ser remplazada por su colaboración recíproca”. Es difícil comprender el sentido de esta frase. Si tiene alguno, sólo puede ser és­te: para salvaguardar las contradicciones principistas, el estado soviético debe evitar todo vínculo económico con el mundo capitalista, es decir, no debe importar ni exportar ni tratar de obtener créditos y préstamos. Pero el gobierno soviético tuvo la política opuesta desde el día en que nació. Demostró invariablemente que, a pesar de las contradicciones principistas entre ambos sis­temas económicos, la colaboración entre ellos es posi­ble en la más amplia escala. Los líderes del estado soviético declararon más de una vez que el mismísimo principio del monopolio del comercio exterior represen­ta una ventaja para los grandes monopolios capitalistas, en el sentido de que les garantiza de antemano pedidos sistemáticos para muchos años. No puede negarse que muchos diplomáticos y administradores soviéticos se han excedido en sus argumentos a favor de la colabora­ción pacífica entre la Unión Soviética y el mundo capi­talista, presentando argumentos inoportunos y contra­rios a los principios. Pero ése es otro problema. Sea como fuere, las contradicciones principistas de dos sistemas económicos que coexisten durante un período relativamente prolongado no son eliminadas ni debili­tadas por el hecho de verse obligados, en esa etapa de transición, a concertar transacciones económicas en gran escala e incluso, en algunas ocasiones, acuerdos políticos. ¿Es posible que haya “comunistas” que todavía no lo comprenden?

Más abajo, Rude Pravo agrega nuevos elementos: “La preocupación principal de los soviets debería ser la eliminación [?] de la crisis capitalista, de manera que [!] se pueda seguir manteniendo esa bendición para la humanidad que es el sistema capitalista”. Cada frase acrecienta el disparate, lo multiplica, lo eleva a un gra­do superior. ¿Acaso Rude Pravo quiere decirnos que, para no aliviar la crisis capitalista, la república soviéti­ca debe abstenerse de importar mercancías extranje­ras, tecnología norteamericana, créditos comerciales alemanes y británicos, etcétera? Estas son las únicas conclusiones que le dan sentido a la frase citada más arriba. Pero sabemos que el gobierno soviético hace lo contrario. En este preciso instante, en Londres, Sokol­nikov negocia las relaciones económicas con Inglaterra y trata de obtener créditos. En Estados Unidos, Bogda­nov, presidente de la Amtorg,[2] está combatiendo al sector de la burguesía que quiere romper las relaciones económicas con la Unión Soviética y, más aun, Bogdanov exige mayores créditos.

Es evidente que Rude Pravo cayó en un exceso de celo. El blanco de sus ataques ya no es la Oposición, sino el estado obrero. Desde el punto de vista de Rude Pravo, todo el trabajo de la diplomacia soviética y de los representantes comerciales soviéticos parece estar diri­gido a garantizar el sistema capitalista. Esta idea no es nueva. Ese mismo punto de vista fue expresado por el fallecido autor holandés Gorter y por los dirigentes del autotitulado Partido Comunista Obrero de Alemania,[3] personas tendientes a caer en el utopismo y en el semianarquismo, que pensaban que el gobierno soviético debía conducir sus asuntos como si no estuviera en me­dio de un cerco capitalista sino en el vacío. Lenin, en su momento, refutó estos prejuicios de manera aplastante. Ahora los directores del periódico comunista checo pre­sentan las ideas de Gorter como argumentos profundos contra la Oposición de Izquierda comunista.

Estas consideraciones se vuelven especialmente ri­dículas teniendo en cuenta que el gobierno soviético, sobre todo últimamente, estimó necesario repetir una vez más que aceptará, dentro de ciertos límites, pagar las viejas deudas zaristas, siempre y cuando se le facili­ten nuevos créditos. Por otra parte, el gobierno soviéti­co emplea a mineros alemanes desocupados. ¿Acaso no salva con ello al capitalismo alemán? Al repetir esas frases carentes de contenido, los funcionarios seudoco­munistas no hacen otra cosa que cerrar sus ojos a todo lo que ocurre en el mundo. Nuestra propuesta persigue un doble objetivo: primero, queremos que el propio go­bierno soviético incluya los vínculos entre las econo­mías soviética y mundial, que en la actualidad son cir­cunstanciales, parciales y no sistemáticos, en el marco de un amplio plan (no es éste el problema que nos ocu­pa ahora); segundo, queremos arrastrar a la lucha por las posiciones económicas internacionales de la Unión Soviética a la vanguardia del proletariado mundial y -por su intermedio- a las masas obreras. La esencia de la campaña que proponemos reside en que puede vincular con lazos nuevos y más firmes la necesidad del gobierno soviético de obtener productos extranjeros a la necesidad de los desocupados de obtener trabajo, a la necesidad del proletariado de paliar la desocupación.

Más abajo, Rude Pravo adopta un tono irónico: una lastima que los señores trotskistas no nos ha­yan dicho sobre qué principios se debe elaborar el plan general checo-soviético para la superación de la crisis: sobre principios capitalistas - pero con ello se ayudaría a la victoria del capitalismo en Rusia -, o sobre princi­pios socialistas - lo que significaría que los trotskistas creen que los propios capitalistas están dispuestos a establecer el socialismo La estupidez humana verdaderamente no tiene límites; y no hay peor estupidez que la del burócrata auto­complaciente.

¿Sobre qué principios se podrían basar las relacio­nes económicas de la Unión Soviética con el mercado mundial? Desde luego, sobre principios capitalistas, es decir, sobre el principio de la compra y venta. Así ha sido hasta el momento. Así será hasta que los obreros de otros países liquiden el capitalismo. Y no lo ha­rán - dicho sea entre paréntesis - mientras no lleven a cabo una purga implacable entre sus “líderes”, expulsando a los charlatanes autocomplacientes y rempla­zándolos con revolucionarios proletarios honestos, capaces de observar, aprender y pensar. Pero ése es otro problema. Lo que nos ocupa aquí es la economía.

Pero, ¿acaso la cooperación basada en los principios capitalistas no conducirá en realidad a la victoria del ca­pitalismo en Rusia? Eso ocurriría si allí no existiera el monopolio del comercio exterior, complementado por la dictadura del proletariado y la nacionalización de la tie­rra, las fábricas, las acerías y los bancos. Si el estado obrero no ejerciera el monopolio del comercio exterior, la victoria del capitalismo seria inevitable. ¿Acaso la Oposición de Izquierda propone abolir el monopolio del comercio exterior? Fue Stalin, junto con Sokolnikov, Rikov, Bujarin y otros, quien trató de restringir el monopolio en 1922. Nosotros, junto con Lenin, lucha­mos por el monopolio del comercio exterior y lo defendimos. Se entiende que éste no es un remedio infalible. Hay que elaborar planes económicos adecuados, contar con una buena dirección, reducir en forma sistemática los costos de producción en la URSS para ponerlos al nivel de los costos de producción del mercado mundial. Pero, nuevamente, éste es otro problema. De todas ma­neras, los planes de colocación de pedidos y solicitud de créditos en el exterior que tenemos en mente surgen de las necesidades y tareas internas de la economía soviética y coadyuvan a la consolidación de sus componentes socialistas.

Significa, entonces -ironiza Rude Pravo-, ¡qué la burguesía ayudará al socialismo! ¡Argumento fabuloso! Pero, ¿por qué tardó tanto en surgir a la faz de la tierra? La mayoría de las complejas maquinarias de las fábri­cas soviéticas son importadas del extranjero. Los trusts soviéticos han concertado decenas de acuerdos con los trusts monopolistas del mundo para recibir ayuda téc­nica (máquinas, materiales, planes, fórmulas, etcéte­ra). La gran usina hidroeléctrica del Dnieper fue cons­truida en buena medida con la ayuda de técnicos ex­tranjeros y la participación de empresas alemanas y norteamericanas. Parecería, entonces, que la burguesía ayuda a construir el socialismo. Al mismo tiempo, el gobierno soviético, al efectuar compras en el extranjero y aliviar la crisis, ayuda al capitalismo. Diríase que se han invertido los papeles. Pero esa inversión no se pro­dujo en la realidad, sino tan sólo en la cabeza del fun­cionario de Rude Pravo. ¡Ay, no es una cabeza en la que se pueda confiar!

¿Qué significa, en verdad, el intercambio de “servi­cios”? Por supuesto que la colaboración económica entre el estado obrero y el mundo capitalista da lugar a una serie de contradicciones. Pero son contradicciones de la vida, es decir, no son un invento de la Oposición de Izquierda sino un producto de la propia realidad. El gobierno soviético considera que el socialismo se forta­lece mas con la importación de maquinarias que el capi­talismo con el oro recibido en concepto de pago. Y es cierto. Por otra parte, lo que más le preocupa a la bur­guesía al vender sus maquinarias es obtener ganancias. Algunos capitalistas descartan que se pueda construir el socialismo. Otros ni siquiera piensan en ello. Por últi­mo, la burguesía, bajo el azote de una crisis, está preocupada por su propia salvación. Es menester utilizar es­ta circunstancia para fortalecer las posiciones comunis­tas entre los desocupados.

Rude Pravo aprende de nosotros por primera vez que la burguesía ayuda a construir el socialismo a pesar suyo, y exclama: “En ese caso, los trotskistas ultraizquierdistas fomentan peores ilusiones que los social-fascistas respecto de los acontecimientos mundiales.”

Nuevamente, en esta frase, cada palabra agrega algo a la confusión. En primer lugar, se nos tacha de “ul­traizquierdistas”, lo que jamás fuimos. El fallecido Gorter, a quien mencionamos más arriba, fue ultraiz­quierdista y sus compañeros actuales siguen siéndolo. Para ellos el comercio exterior, las concesiones, crédi­tos, préstamos, etcétera, significan la muerte del socia­lismo. Rude Pravo repite estos argumentos, aunque no de manera tan literaria. Todo el artículo de Rude Pravo que venimos analizando es una muestra del más absur­do ultraizquierdismo dirigido contra el leninismo.

Prosigamos: ¿a qué “ilusiones respecto de los acon­tecimientos mundiales” se refieren? Las negociaciones y acuerdos económicos entre dos gobiernos se basan en las relaciones pacificas, pero de ninguna manera consti­tuyen una garantía del mantenimiento de dichas relaciones. Cuando estalla la guerra, todos los acuerdos quedan en la nada, aunque los concierten dos estados capitalistas. Es también evidente que si la revolución proletaria triunfara, digamos, en Gran Bretaña, los acuerdos de Stalin con Macdonald quedarían disueltos y los remplazaría la unión fraternal de dos estados pro­letarios. Sin embargo, a pesar de que las guerras y re­voluciones son inevitables, el gobierno soviético ha con­certado y sigue concertando acuerdos económicos, a ve­ces a plazos muy extensos; por ejemplo, ¡algunas con­cesiones tienen una duración de noventa y nueve años! En base a esto los ultraizquierdistas sacaron la conclu­sión de que el gobierno soviético postergó la revolución proletaria para dentro de noventa y nueve años. Nos reímos de ellos. Ahora los funcionarios de Rude Pravo emplean este argumento contra... los “trotskistas”. Pero el cambio de destinatario no le dio mayor peso a este argumento.

Si Rude Pravo considera realmente que es su deber defender los principios proletarios en la esfera de la política internacional del gobierno soviético, ¿por qué guardó silencio cuando la dirección stalinista dominante los pisoteó? Entre muchos ejemplos, recordemos dos.

Después que el bloque de los stalinistas con los rom­pehuelgas británicos - los dirigentes de los sindi­catos - reveló totalmente su carácter reaccionario, Sta­lin y Bujarin explicaron al presídium de la Comintern que de ninguna manera podían romper el Comité Anglo-Ruso, porque empeorarían las relaciones entre la URSS y Gran Bretaña. Stalin intentó escudar su amis­tad con Purcell tras la hostilidad de Baldwin[4] y Chamberlain. Esta política desastrosa, que quebró al comu­nismo británico por muchos años y no le rindió el menor beneficio a la Unión Soviética contó, si no nos equivocamos, con el firme apoyo de Rude Pravo. ¿Y dónde estaban estos paladines de los principios cuando el gobier­no soviético refrendaba el Pacto Kellogg, cometiendo simultáneamente un crimen desde el punto de vista de los principios y una estupidez desde el punto de vista práctico? El Pacto Kellogg es un lazo imperialista que rodea el cuello de los estados más débiles. Y el gobier­no soviético lo refrendó, considerándolo un instrumento para la paz. Esto, en verdad, se llama sembrar ilusio­nes, encubrir las contradicciones, engañar flagrantemente a los obreros al estilo de la socialdemocracia. ¿Protestó Rude Pravo? No, se unió al coro. ¿Por qué re­frendó el Pacto Kellogg el gobierno soviético? Porque Stalin esperaba, absurdamente, que en esta forma el gobierno norteamericano le daría su reconocimiento, le otorgaría créditos, etcétera. Los capitalistas embolsa­ron la adhesión soviética, muy útil para engañar a los obreros norteamericanos y, desde luego, no dieron nada a cambio. Frente a tales métodos para obtener créditos capitalistas, los bolcheviques leninistas libran una lucha implacable, mientras que los funcionarios de Rude Pravo se unen al coro de sus superiores. Además, por otra parte, el plan de la campaña que proponemos no contiene ni una pizca de capitulación principista ante la burguesía ni la socialdemocracia.

Estos son todos los argumentos de la publicación central del Partido Comunista Checoslovaco. Deben suscitar en todo comunista serio un sentimiento de ver­güenza por el nivel político en que ha caído la dirección de una de las secciones más grandes de la Comintern.

Pero todos estos argumentos no son nada compara­dos con aquél con que concluye el artículo. Rude Pravo afirma que nuestra propuesta es una especie de trampa cuyo objeto es encubrir “el verdadero intento de ma­niobra, concretamente: se debe responsabilizar por la desocupación a la Unión Soviética, que no coloca sufi­cientes pedidos [...] la crisis industrial no debe comprometer al inservible sistema capitalista sino a la Unión Soviética."

Por increíbles que parezcan estas líneas, la cita es textual. Si Rude Pravo considera que nuestro plan es erróneo, tiene, por supuesto, pleno derecho a demos­trar que semejante error podría ayudar al enemigo de clase. Todo error de estrategia revolucionaria que co­mete el proletariado beneficia de alguna manera a la burguesía. Todo revolucionario puede cometer un error y ayudar así inconscientemente a la burguesía. Todo error debe ser sometido a la crítica implacable. Pero só­lo funcionarios sin honor y sin conciencia pueden acusar a los revolucionarios proletarios de elaborar conscien­temente un plan cuyo objetivo sea ayudar a la burgue­sía y comprometer a la Unión Soviética. Pero no vale la pena examinar esto; es demasiado estúpido. Es perfectamente obvio que al hacerlo cumplían una orden; los que cumplen la orden son un hato de infelices. Pero, por otra parte, no debemos olvidar ni por un instante que estos caballeros comprometen sin cesar a la Unión Soviética y la bandera del comunismo.

Así que los bolcheviques leninistas queremos que la responsabilidad de la desocupación recaiga sobre la Unión Soviética. ¿Qué concepto le merece a Rude Pravo la capacidad intelectual de los obreros checos? Demás está decir que ni uno de ellos podría creer que la Unión Soviética está en condiciones de colocar pedidos en tal cantidad que liquiden el desempleo en el mundo capitalista o siquiera en un gran país capitalista. Si inte­rrogáramos a diez obreros en las calles de Praga, cualquiera de ellos consideraría que la sola idea de que se le puedan exigir semejantes pedidos a la Unión Soviética, o acusarla de colocar pedidos “insuficientes”, es un disparate. ¿A qué apunta todo esto? ¿Para qué sirve? El asunto es exactamente al revés. El fin político de la campaña es convertir a aquellos obreros que mantienen una actitud indiferente, o incluso hostil hacia la Unión Soviética, en partidarios de la misma. En la medida en que los gobiernos y partidos capitalistas, incluidos los socialdemócratas, se opongan a la campaña, son ellos los que quedarán comprometidos a los ojos de los obreros. Políticamente saldrán más perjudicados, cuanto mayor la energía y seriedad con que los comunistas lleven a cabo la campaña. Cualesquiera que sean los re­sultados económicos, los beneficios políticos están ga­rantizados. Los obreros arrastrados por la campana en torno al problema actual y apremiante de la desocupación saldrán a defender a la URSS cuando se plantee el peligro de guerra. Estos métodos de movilización de los obreros son mucho más fructíferos que la repetición de meras frases sobre la inminencia de una intervención.

Pero no ocultamos a nuestros camaradas obreros que jamás confiaríamos la ejecución de esa campaña a los editores de Rude Pravo. Esta gente es capaz de es­tropear cualquier movilización. No quieren pensar; son incapaces de aprender. Pero de allí no se deduce que debemos abstenernos de realizar movilizaciones de masas en defensa de los intereses de la Unión Soviética, sino simplemente que debemos desechar a los dirigentes inservibles. Aquí nos acercamos al problema gene­ral: el régimen de la Comintern, su política y la elección de su burocracia. Necesitamos una purga proletaria, un cambio en el aparato, un cambio de orientación, un cambio de régimen. La Oposición de Izquierda comu­nista (bolchevique leninista) lucha precisamente por eso. El fin más inmediato de nuestra lucha es la rege­neración de la Internacional Comunista sobre la base de la teoría y la práctica de Marx y Lenin.



[1] La desocupación mundial y el plan quinquenal soviético. Del folleto World Unemployment and the Five Year Plan. [La desocupación mundial y el plan quinquenal], Liga Comunista de Norteamérica, 1931. Traducido [al inglés] por Morris Lewitt.

[2] La Corporación Comercial Amtorg se fundó en Nueva York, con casa matriz en Moscú, en 1924, con el objeto de organizar el comercio entre Estados Unidos y la Unión soviética mientras Estados Unidos se negara a reconocer a la URSS.

[3] Hermann Gorter (1864-1927): escritor y poeta holandés, militante del ala izquierda del movimiento obrero, fue adversario de la Primera Guerra Mundial. Tras la derrota de la revolución alemana (1918-1919), se convirtió en un sectario incurable junto con la mayoría de los dirigentes del PC Holandés. Fundó el Partido Comunista Laborista, antiparlamentario. El Partido Comunista Obrero Alemán (KAPD) estaba constituido por ultraizquierdistas expulsados del PC en el otoño de 1919. Si bien al principio llegó a tener decenas de miles de militantes, en pocos años se convirtió en una pequeña secta.

[4] Stanley Baldwin (1867-1947): dirigente del Partido Conservador británico y primer ministro en 1923,1924-1929, 1935-1937.



Libro 1