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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

La cuestión de la unidad sindical

La cuestión de la unidad sindical

B. J. Widick

 

Traducción por Oscar Shiespire especialmente para este boletín de Widick, B.J., “The Question of Trade Union Unity”, The New International, Vol.4, Nº 1, enero de 1938, pág.13-15.

 

Las gigantescas luchas y los enormes avances de los trabajadores norteamericanos, especialmente en las industrias de producción en serie, durante los últimos dos años constituyen un extraordinario y decisivo capitulo en la historia del movimiento sindical, el cual podríamos denominar “El triunfo del sindicalismo industrial”. Significó mucho más que un mero triunfo de los principios de la organización sindical. Se transformaron en una serie de enfrentamientos de clase que comenzaron como una pequeña escaramuza y se desarrollaron en un embrión de guerra civil, incitando a secciones decisivas del proletariado norteamericano en luchas desesperadas contra sus enemigos de clase en los bastiones del capitalismo, las industrias básicas automotriz, del caucho, del acero y otras de su estilo.

Aun una mirada superficial sobre el mapa industrial de EE.UU. ofrece el testimonio impresionante de los avances hechos por el proletariado durante este período. En el estado de Michigan, conocido por los open shop[1] de la industria automotriz, Detroit y Flint cuentan con poderosas organizaciones sindicales. Sólo a Ford le fue posible detener la marcha de la bandera del sindicalismo. En Ohio, Akron, centro mundial del caucho, es un baluarte sindical. La casi feudal Pennsylvania, ciudad del acero, bastión de las dinastías del trust del acero, tambaleó ante de las infinitas iniciativas sindicales y su ulterior desarrollo.

En 1935 el movimiento sindical en Norteamérica se asentaba principalmente en los sindicatos por oficio, que representaban fundamentalmente a la aristocracia obrera, como los sindicatos de la construcción. Menos de un tercio de los tres millones de miembros de la AFL eran obreros industriales (mineros del carbón, obreros textiles, etcétera). El Comité Ejecutivo de la AFL, que tenía un férreo control sobre sus miembros, era una burocracia corrupta, reaccionaria y senil, totalmente incompetente para impulsar cualquier campaña seria por la organización sindical.

Hoy, hay más de tres millones de obreros trabajando en las líneas de producción de montaje enrolados bajo la bandera del CIO. A pesar del hecho de que cerca de un millón de miembros dejaron la AFL cuando el CIO fue forzado a separarse del organismo central, la AFL reporta más de tres millones setecientos mil miembros. Si uno añade a estos números los miembros de la Fraternidad en la industria del ferrocarril, y otros sindicatos, se puede afirmar tranquilamente que existen ocho millones trabajadores. La parte decisiva, del proletariado norteamericano está organizada.

Aunque estos amplios incrementos en la organización se produjeron en un período de declive general del capitalismo norteamericano y mundial, la recuperación de la actividad industrial, que dio apariencia de “prosperidad” (que ya está desapareciendo, estamos seguros) ofreció las bases económicas del resurgimiento del movimiento obrero. Las ganancias en la industria fueron elevadas. Por un lado, el aumento de los costos de vida exprimió de los trabajadores, y por el otro los industriales presionaban por un aumento de la productividad. Bajos salarios, largas jornadas de trabajo, y el aceleramiento del ritmo de producción llevaron inevitablemente a las huelgas para aliviar la presión.

El completo fracaso de la AFL para retener los centenares y miles de trabajadores de la producción en masa del acero, automóvil, caucho y otros que se habían unido al movimiento sindical en el primera oleada de la N.R.A. en 1933-34, hizo imposible que estos trabajadores se mantuvieran bajo esta organización y dirección. La política de la AFL de dividir a los trabajadores en numerosos sindicatos por oficio (por ejemplo, había 22 sindicatos en la industria automotriz) fue claramente visto por los obreros como un intento deliberado para dividirlos a favor de patronal.

A los ojos de los trabajadores, la AFL simbolizaba la liquidación, el engaño y la impotencia. La dura lección de la tregua del acuerdo de la industria automotriz entre Green y Roosevelt en 1934 que rompió el enorme sindicato de trabajadores automotrices en pedazos y que causó el crecimiento de sindicatos independientes, atormentaba a las mentes de todo obrero consciente de la producción en serie. El torpe engaño a los trabajadores del acero, la entrega del acuerdo de Washington mostró a los trabajadores del caucho –expuso claramente- la verdadera naturaleza reaccionaria de la burocracia de la AFL.

Fue inevitable la rebelión contra esta política inútil. Se presentó en la Convención Anual de la AFL en octubre de 1934. Se reunieron más de diez mil votos a favor de la resolución que exigía que las industrias de producción en serie se organizaran en base a sindicatos por industria. Fueron especialmente los trabajadores del caucho y los delegados del sindicato automotriz quienes buscaron organizar un comité a nivel nacional en la AFL para luchar por sindicatos por industria. Se dirigieron, casi naturalmente, a John L. Lewis, presidente del Sindicato Unido de Trabajadores Mineros, cuyos cuatrocientos mil miembros estaban organizados por industria. Fue allí que se plantó la semilla que dio origen al CIO en 1936.

Cuando el Comité Ejecutivo de la AFL fue finalmente forzado a aceptar una resolución de compromiso que permitía a ciertas industrias de producción en masa estar organizadas dentro de sindicatos por industria, con estatutos internacionales, lo frenó y retrasó tanto como era posible. Pero las bases y los afiliados fueron aprendiendo de sus experiencias. Green fue forzado a instituir una organización internacional para los trabajadores de la industria automotriz en agosto de 1935, aunque el asumía su control digitando como presidente a Francis Dillon, su secuaz.

Viajando en las proximidades de Akron, Ohio, Green intentó una jugada similar entre los obreros del caucho y su pequeña convención, para establecer un sindicato internacional. Recibió una viva derrota. Los activistas de la industria del caucho echaron a Green y a su mano derecha, Coleman Claherty, formando un sindicato internacional basado en el principio de sindicatos por industria con un programa de lucha militante para organizarse.

Mientras tanto, las continuas demandas realizadas por los trabajadores de base a lo largo del país, y el peligro que representaba para sus propios sindicatos si las industrias más importantes permanecían como open shops, llevaron a que Lewis, Sydney Hillman del “Sindicato Unido de Obreros de la Indumentaria”, David Dubinsky de la Internacional de Trabajadores del Vestido, y otros formaran el Comité para la Organización Industrial (el CIO). Estos dirigentes habían buscado convencer a los otros miembros del Consejo Ejecutivo la AFL de permitir la formación de sindicatos por industria, pero no tuvieron éxito. Lewis y compañía decidieron entonces promover la organización de los sindicatos por industria usando su poder y su prestigio, y el apoyo de sus miembros, para fortalecer las estructuras iniciales de las organizaciones del acero, del automóvil, del caucho y otros sindicatos de la industria de producción en serie.

Una huelga espontánea en la enorme planta del caucho de Goodyear en Akron, Ohio, en febrero de 1936 ofreció una primera prueba y la oportunidad para el nuevo desarrollo de los sindicatos por industria. El CIO fue convocado y decidió ayudar a los trabajadores del caucho para ganar la lucha. El coraje, la determinación y la militancia de los obreros llevaron al triunfo. Éste dio inspiración e ímpetu al movimiento sindical en todas partes, en especial en la industria automotriz. El CIO ayudó al activismo de la industria automotriz a ganar el control de la Unión de Trabajadores del Automóvil por fuera de la AFL, y en la convención de abril de 1936 largó una campaña nacional de organización.

Las lecciones de la huelga de Goodyear permitieron tanto a los líderes de la CIO como a los militantes sindicales avanzar con un gran triunfo. Las líneas de piquetes de masas, la amplia difusión de las demandas de los huelguistas a través del uso de la radio, los periódicos y otros medios de propaganda, hicieron comprender el conflicto, ganaron simpatía y mostraron la lucha en forma atractiva. La orientación para la organización de la industria del acero utilizó todas las nuevas técnicas: impresionantes oficinas centrales del sindicato, especialistas en publicidad, directores para la investigación y una enorme plantilla de organizadores. Fueron también programadas en la industria textil, petrolera y otras.

Precisamente en esta coyuntura, en 1936, se desarrolló un arma inaudita y no esperada de lucha sindical que cambió tanto los planes del CIO como el curso del movimiento obrero. Éstas fueron las huelgas con tomas de fábrica. No se prestó demasiada atención a los huelguistas en la industria del caucho en el invierno de 1935-36, que un reportero apodó sit-down (sentadas) porque los trabajadores se sentaban en sus máquinas en protesta por sus demandas hasta que hubiera un acuerdo. A partir de que cincuenta hombres en una sección, clave de la producción, lograron paralizar una planta completa de diez mil trabajadores, las sit-down dieron a los trabajadores una nueva conciencia de su poder, ya que le costó a las empresas mucho dinero y trajo enormes y favorables resultados a los conflictos. Después de casi 100 sit-downs en Akron, Ohio (la mayoría de ellas muy exitosas) la idea ganó terreno. Captó la imaginación de los obreros industriales y todo tipo de actividades cuando la clase obrera francesa en mayo de 1936 sorprendió al mundo entero con la extensión, el poder y la victoria de las huelgas con toma de fábrica a nivel nacional, oleada que golpeó los cimientos mismos de la burguesía francesa.

El flujo y reflujo del la oleada de las huelgas con tomas de fábrica se desarrolló con intensidad hacia mayores convulsiones. Un grupo de mensajeros aquí, meseros en otro lado, trabajadores del acero, oficinistas, trabajadores automotrices, incluso estudiantes, usaban esta arma de las huelgas con tomas de fábrica para conseguir concesiones de sus superiores. Incluso ocupaciones menores perturbaban el flujo de producción en las plantas automotrices. Rápidamente éstas provocaron cierres en las plantas automotrices de Flint. La huelga con toma de fábrica de seis semanas en la General Motors, en febrero de 1937, se convirtió en un acontecimiento, antes que la dirección del CIO se percatara de lo que estaba pasando. Esta huelga de trabajadores automotrices fue la mayor huelga –y la más importante- desde que comenzaron los días de la NRA. Sus consecuencias directas repercutieron desde Atlanta, Georgia, hasta Los Ángeles, California. Involucró a más de ciento treinta mil trabajadores. Dejó al descubierto la naturaleza de clase del estado capitalista en una forma nunca vista. Una verdadera amenaza al sagrado concepto de la propiedad privada. El carácter de la lucha estaba dado por las duras batallas callejeras, la persecución, la Guardia Nacional como rompehuelgas y los políticos embusteros.

Las huelgas con toma de fábrica adquirieron mil veces más efectividad como herramienta de lucha de los trabajadores de la industria de producción en serie. Otra vez, el proletariado había demostrado su ingenio encontrando nuevas e invencibles armas de lucha contra la clase dominante cuando las condiciones históricas lo demandaban. A pesar del rol vacilante de los dirigentes del CIO y de los líderes y sus lugartenientes del Sindicato de Trabajadores Automotrices, las bases y las masas lucharon firmemente para obtener la victoria, a pesar de que el acuerdo en sí mismo era sólo de compromiso. Un nivel de conciencia sindical, y cierta conciencia de clase, penetró en las filas de miles de elementos atrasados de la clase obrera, aunque el régimen de Roosevelt, el estalinismo y los dirigentes de la CIO hicieron lo imposible para moderar y conciliar los antagonismos de clase que salían a la superficie en el fragor de la batalla.

Conjuntamente a la huelga de la General Motors como parte del éxito del CIO, se anunció que la U.S. Stell firmó un contrato con el CIO que incluía a más doscientos cincuenta mil trabajadores, lo cual marcó un jalón en el desarrollo del movimiento sindical en la industria. Al CIO se lo consideró generalmente como sucesor de la AFL, como la principal corriente del movimiento obrero norteamericano. Por cierto, fue una corriente progresiva del movimiento sindical. Tanto los dirigentes del CIO como las bases empezaron a considerarse invencibles –repetidas alertas hechas por socialistas revolucionarios, allí donde tenía influencia, como en el caucho, fueron ignoradas y tildadas como “pesimismo”. El talón de Aquiles del CIO fue su confianza en la política de colaboración de clases, su dependencia del gobierno, específicamente de Roosevelt. El movimiento sindical, de conjunto, falló ampliamente en comprender que el triunfo en las huelgas en el caucho y en la industria automotriz fueron posibles sólo porque, en la acción, los trabajadores adoptaron la política de enfrentamiento de clase; que la fuerza de los piquetes y la intransigencia de las bases contra los malos acuerdos y agachadas, llevaron a la victoria.

Esta debilidad inherente del CIO (y por supuesto de la AFL,), dada por la colaboración de clases allí donde le era posible, se hizo evidente, con un enorme costo para los trabajadores, en la primavera de 1937, en la así llamada huelga de Little Steel.

El rechazo de las cuatro compañías independientes de acero, Inlan, Republic, Crucible y Bethlehem, a firmar un contrato con el CIO en abril de 1937 hizo inevitable la huelga. Los trabajadores pensaron que obtendrían un seguro triunfo. Los altos líderes del CIO, Lewis, Philip Murria y otros, fueron directamente al ataque. Los estalinistas, con su habitual pompa, también predecían un éxito inevitable. Lamieron las botas de los dirigentes del CIO para obtener puestos de dirección secundaria en el sindicato, y tenían seguidores dado que las bases los consideraban – ¡qué espantosa ilusión!- progresivos.

Las compañías del acero no perdieron tiempo. Terrorismo, toneladas de falsa propaganda, injurias, y todo medio de represión fueron inmediatamente utilizados contra los huelguistas que habían bloqueado las plantas claves. Los trabajadores del acero sabían que vendría el enfrentamiento. Años de brutalidad de la patronal les habían enseñado que sólo una lucha de vida o muerte podía darles una victoria. Pero los activistas fueron arrastrados por los líderes capituladores del CIO y los estalinistas embusteros. En vez de piquetes masivos, de una contraofensiva dirigida hacia el ataque de los barones del acero, y de un enfrentamiento de clase, los trabajadores fueron ganados para una política y programa de confianza en el gobierno y sus agencias.

Esto llevó al brutal shock del Memorial Day[2], cuando los matones de la policía de Chicago masacraron a obreros del acero, que puso en evidencia la debilidad de la política del CIO, el peligro de sufrir una derrota a menos que los obreros tengan un programa para la acción que haya sido testeado y probado como correcto en la industria automotriz y otras huelgas. Una campaña agresiva contra los asesinatos sangrientos podría haber volcado en una acción decisiva a centenares de miles de trabajadores de otras industrias. Las bases de los obreros del caucho demandaron una huelga general, tal como proponían los socialistas revolucionarios. Los activistas sindicales de las plantas automotrices hervían de furia. La acción de las masas estaba a la orden de día.

Pero los líderes de la CIO, acompañados por los traidores estalinistas, miraron en cambio hacia Roosevelt. Éste los rechazó, como era de esperar, con una clásica declaración: “Una plaga en cada una de vuestras casas”[3]. El gobernador Earle de Pennsylvania, un socio político y personal de los líderes de la CIO, traicionó a los obreros del acero, desalojando la importante planta Cambria de Johnstown. El gobernador Murphy, el “Roosevelt de Michigan” como Lewis lo llamaba, dejó correr a los vigilantes[4] en Monroe, Michigan, y amenazó en llamar a la Guardia Nacional, si los trabajadores planteaban defenderse en la planta de acero de allí. El gobernador de Ohio apoyado por la CIO, Martin L. Davey, fue llamado por Lewis para detener el matonaje en Youngstown y Canton. Lo hizo. Quebró la huelga reabriendo las plantas con las bayonetas de la Guardia Nacional. Davey sustituyó con el terrorismo “legal” al crudo matonaje de los vigilantes.

Quedó demostrado lo poco preparados que estaban los huelguistas para estos eventos, cuando la Guardia Nacional fue recibida con una ovación y los líderes del CIO acompañados por los estalinistas, organizaron mítines de bienvenida a los rompehuelgas de uniforme. Tal traición desmoralizó a los trabajadores de base del acero. Cuando vieron las consecuencias de la política de los líderes, los huelguistas volvieron al trabajo, resentidos, desilusionados, pero sin olvidar.

El rol de los líderes de la AFL fue de rompehuelgas durante la huelga de “Little Steel”. Intentaron firmar contratos y hacer acuerdos con la Centrales Patronales. Sin embargo, las bases de la AFL se pusieron de pie, apoyando los piquetes en Youngstown, Ohio, por ejemplo, y el sindicato de los Camioneros de la AFL llamando a la huelga general para apoyar a los trabajadores del acero. Aprovechando la derrota del CIO, el Comité Ejecutivo de la AFL ordenó a todas las Centrales de Trabajadores a expulsar a los afiliados de la CIO allí donde el movimiento obrero estaba todavía unido. En Akron, Cleveland, Detroit y otras ciudades industriales se llevaron a cabo rupturas, precisamente cuando la solidaridad obrera era indispensable para evitar que la derrota del “Little Steel” se transforme en una huida. Esto muestra por qué el Medio Oeste es hoy el centro de la creciente reacción contra el movimiento obrero, que amenaza con eliminar las conquistas de los últimos dos años.

El carácter de la Convención Nacional de la AFL en Denver, Colorado, en septiembre de este año, fue determinado en parte por las derrotas del CIO en el acero y, posteriormente, en otros sitios. Además, la AFL, por muchas razones, había desarrollado una nueva vida y fuerza durante el período de alzamiento del CIO. La victoria en el caucho y en la industria automotriz dio ímpetu a todos los sindicatos. La AFL se vio obligada a impulsar campañas de organización sindical más agresivas. En muchas secciones, como en Minneapolis, la AFL es el movimiento más avanzado (Debido allí, por supuesto, al trabajo destacado de los socialistas revolucionarios en el Sindicato de los Camioneros). En la Costa Oeste, los sindicatos marítimos, afiliados hasta hace poco a la AFL, seguían el impulso iniciado en 1934 con la victoria de la huelga general[5]. Sobre la base de las victorias obtenidas por las bases –contra la política de los dirigentes oficiales- la burocracia de la AFL está ahora buscando reubicarse buscando un rol dominante en el movimiento obrero.

Mientras tanto, los golpes de las fuerzas reaccionarias tanto sobre los sindicatos de la AFL como del CIO aceleraron el desarrollo hacia la unidad de las filas obreras. La caída de la actividad económica con los recurrentes despidos y la pérdida de las concesiones ganadas a los capitalistas en las recientes huelgas, alarmaron a todo el movimiento sindical. La militancia entre los trabajadores está en retroceso debido a estos factores, y en particular a causa del sometimiento de los elementos progresivos bajo el lema de la “responsabilidad sindical”. El régimen de Roosevelt quiere un movimiento obrero unificado tras su programa para la guerra, ya que piensa que puede tener un control de la clase obrera si ésta está unificada.
El factor más importante a favor de la unidad, es sin embargo el triunfo a favor del CIO, de los sindicatos por industria. Esto es irrefutable, y ambos dirigentes del CIO y de la AFL así lo reconocieron. Podemos observar el desarrollo de esta cuestión, en el hecho de que uno de los más agrios enemigos de la CIO, Wharton, presidente del sindicato de maquinistas, ha organizado su sindicato sobre la base de industria allí donde le fue posible. La pelea entre el CIO y la AFL no descansa más sobre esta cuestión básica. Desde el momento que el CIO comenzó a afiliar a los trabajadores por oficio, los aspectos judiciales se agravaron; sin embargo, quedó definitivamente establecido el sindicalismo por industria.

La unidad del movimiento obrero, que es frenada por una guerra intestina y destructiva, es obviamente algo progresivo. La costosa lucha entre los sindicatos del CIO dominados por los estalinistas y el reaccionario Dave Beck que controla el sindicato de la AFL en la Costa Oeste es un crimen contra la clase obrera, que sufre los más duros ataques. Esta deplorable situación en la Costa Oeste que mencionamos específicamente porque muestra los problemas que enfrenta el movimiento obrero en su lucha por la unidad.

Tanto los dirigentes del CIO como de la AFL deben ser condenados duramente por la falta de democracia dentro de los sindicatos. La acción arbitraria de Lewis en designar a Harry Bridges, burdo estalinista, como director del CIO en la Costa Oeste, actuando directamente en las manos de ese conocido zar del trabajo, Beck. Toda la estructura del CIO es burocrática por donde se la mire. Un comité de 15, dominado por Lewis, jamás votado por las bases, es el único cuerpo de decisión política. Al cabo de dos años, los obreros del acero no han tenido una convención para elegir sus propios dirigentes. Los secuaces de Lewis controlan el sindicato del acero. El crecimiento de la burocracia en los nuevos sindicatos del CIO, como en el sindicato automotriz es muy peligroso. Claro está, los pecados en este tema de los dirigentes de los sindicatos de la AFL son innumerables. La democracia dentro del movimiento obrero, la autonomía de los sindicatos internacionales, la elección de los dirigentes de los sindicatos; son algunas de las demandas y de los problemas más importantes para las bases obreras. En esta lucha, los socialistas revolucionarios tienen que tomar la delantera como líderes de la oposición obrera a la burocracia.

La tendencia general del movimiento obrero en Norteamérica, debido a los factores señalados en este artículo, es hacia la unidad. Los marxistas revolucionarios, por sobre todo, deben plantear ¿qué tipo de unidad? Sólo puede haber un tipo de unidad que tenga real validez para los revolucionarios socialistas. Es la unidad de los trabajadores contra la patronal, bajo un programa que plantee los intereses fundamentales de los obreros, un programa de enfrentamiento de clase. Nuestra tarea, en el próximo período, consiste en luchar por la unidad del movimiento obrero que incluye: 1.democracia en todos los sindicatos; 2.política de enfrentamiento de clases contra la patronal 3.reconocimiento de los derechos y la superioridad de los sindicatos por industria. En la lucha por estas demandas en el próximo período, los socialistas revolucionarios no sólo pueden ganar para sus filas a los militantes y activistas entre los trabajadores sino que también puede preparar a la clase obrera para su misión histórica, el derrocamiento revolucionario del capitalismo norteamericano.



[1] Taller franco que emplea obreros agremiados y no agremiados. Sería similar a las agencias de personal eventual de hoy (N. de E.).
[2] Día en que se rememora en EE.UU. a los soldados caídos (N. de T.).
[3] Hace referencia a una frase de la Biblia utilizada por Roosevelt, para no intervenir políticamente en el conflicto y dejar actuar a la represión. (N. de E.)
[4] Vigilantes: grupo de ciudadanos, generalmente de clase media, que armados y organizados intervenían en forma reaccionaria, en distintos conflictos, organizaciones de tipo para-militar (N. de E.).
[5] En referencia a la huelga de los obreros marítimos de 1934, dirigida por el PC, que logra enfrentar con métodos radicales a la patronal (N. de E.).