Logo
Logo
Logo

Clásicos de León Trotsky online

La cuestión de la unidad sindical

La cuestión de la unidad sindical

25 de marzo de 1931

 

La cuestión de las organizaciones obreras no tiene una solución simple, adecuada para todas las formas organizativas y para todas las situaciones.

Respecto al partido, la cuestión se resuelve más categóricamente. Su independencia total es la condición elemental para la acción revolucionaria. Pero este principio tampoco da de antemano una respuesta prefabricada para todos los casos: ¿Cuándo y bajo qué condiciones debe producirse una ruptura o, por el contrario, una unificación con una corriente cercana? Estas cuestiones se resuelven en cada caso sobre la base de un análisis concreto de las tendencias y de las condiciones políticas. El criterio principal por el que guiarse sigue siendo siempre la necesidad de que la vanguardia del proletariado organizado, el partido, preserve su total independencia y autonomía sobre la base de un claro programa de acción.

Pero precisamente esa solución del asunto en lo que hace al partido generalmente admite y, lo que es más, hace indispensable adoptar una actitud muy diferente respecto al problema de la unidad de otras organizaciones de masas de la clase obrera: sindicatos, cooperativas, soviets.

Cada una de estas organizaciones tiene sus propias tareas y métodos de trabajo, que son independientes dentro de ciertos límites. Para el Partido Comunista todas estas organizaciones son, sobre todo, un campo propicio para la educación revolucionaria de amplios sectores obreros y para el reclutamiento de los obreros más avanzados. Cuanto más amplias masas abarca una organización determinada, mayores son las posibilidades que ofrece a la vanguardia revolucionaria.

Es por esto que, por regla general, no es el ala comunista sino la reformista la que toma la iniciativa de dividir las organizaciones de masas.

Basta con comparar la conducta de los bolcheviques en 1917 con la de los sindicatos ingleses en los últimos años. Los bolcheviques no sólo permanecieron en los mismos sindicatos con los mencheviques, sino que en algunos toleraron una dirección menchevique aun después de la Revolución de Octubre, aunque los bolcheviques tenían una mayoría aplastante en los soviets. En cambio los sindicatos británicos, por iniciativa de los laboristas, no sólo alejan a los comunistas del Partido Laborista sino que también, cuando les es posible, de los sindicatos.

En Francia la división de los sindicatos también fue fruto de la iniciativa de los reformistas, y no es casual que la organización sindical revolucionaria, obligada a actuar en forma independiente, adoptara el nombre de unitaria.

¿Entonces exigimos que los comunistas abandonen ahora las filas de la CGT? En absoluto. Al contrario, hay que fortalecer el ala revolucionaria dentro de la confederación de Jouhaux (CGT).

Con esto demostramos que para nosotros la división de la organización sindical no es en ningún caso una cuestión de principios. Todas las objeciones ultraizquierdistas previas que se pueden formular contra la unidad sindical se aplican en primer lugar a la participación de los comunistas en la CGT. Sin embargo, todo revolucionario que no haya perdido contacto con la realidad debe reconocer que la creación de fracciones comunistas en los sindicatos reformistas es una tarea de tremenda importancia. Una de las tareas de esas fracciones debe ser la defensa de la CGTU ante los miembros de los sindicatos reformistas. Esto no se puede lograr más que mostrando que los comunistas no quieren que se dividan los sindicatos sino que, por el contrario, están dispuestos en todo momento a restablecer la unidad sindical.

Si se creyera por un instante que el deber de contraponer una política revolucionaria a la de los reformistas impone a los comunistas la división de los sindicatos, no habría que limitarse solamente a Francia: se debería exigir que los comunistas rompieran, sin tener en cuenta la relación de fuerzas, con los sindicatos reformistas y formaran sus propios sindicatos en Alemania, en Inglaterra, en los Estados Unidos, etcétera. En ciertos países los partidos comunistas han adoptado concretamente esta línea. Hay casos específicos en los que los reformistas no dejan realmente otra posibilidad. En otros los comunistas cometen evidentemente un error al responder a las provocaciones de los reformistas. Pero hasta ahora nunca y en ningún lado los comunistas provocaron una división por no admitir de antemano el trabajo junto a los reformistas en las organizaciones de las masas proletarias.

Sin detenernos en las cooperativas, experiencias que no agregan nada a lo antedicho, tomaremos como ejemplo a los soviets. Estos surgen en los momentos más revolucionarios, cuando los problemas se plantean con la máxima agudeza.

¿Puede alguien imaginarse, siquiera por un momento, la creación de soviets comunistas como contrapeso de los soviets socialdemócratas? Sería liquidar la idea misma de soviets. A comienzos de 1917 los bolcheviques eran una minoría insignificante dentro de los soviets. Durante meses (y en una etapa en que los meses valían por años, si no por décadas) toleraron una mayoría conciliacionista en los soviets, incluso cuando ya representaban una abrumadora mayoría en los comités de fábrica. Finalmente, aun después de la conquista del poder, toleraron a los mencheviques dentro de los soviets mientras éstos representaban a un sector de la clase obrera. En el momento en que los mencheviques se habían comprometido y aislado totalmente, transformándose en una camarilla, los soviets los expulsaron.

En España la consigna de soviets puede estar prácticamente a la orden del día en un futuro cercano. La creación misma de esos soviets (Juntas), suponiendo que haya una iniciativa enérgica y fuerte de los comunistas, no puede concebirse sino mediante un acuerdo técnico-organizativo con los sindicatos y con los socialistas sobre el método y los intervalos para la elección de los representantes obreros. Plantear en esas condiciones que es inadmisible trabajar con los reformistas en las organizaciones de masas sería una de las formas más desastrosas de sectarismo.

¿Cómo puede conciliarse entonces una actitud así de nuestra parte hacia las organizaciones proletarias dirigidas por los reformistas con nuestra caracterización del reformismo como ala izquierda de la burguesía imperialista? Esta no es una contradicción formal sino dialéctica, o sea que surge de la propia dinámica de la lucha de clases. Una parte considerable de la clase obrera (en muchos países la mayoría) rechaza nuestra caracterización del reformismo. En otros ni siquiera se ha planteado la cuestión. El problema consiste precisamente en llevar a las masas a conclusiones revolucionarias sobre la base de nuestras experiencias comunes con ellas.

Decimos a los obreros no comunistas o anticomunistas: “Hoy todavía confiáis en los dirigentes reformistas a los que nosotros consideramos traidores. No podemos ni queremos imponeros nuestro punto de vista por la fuerza. Queremos convenceros.

Intentemos entonces luchar juntos y examinemos los métodos y los resultados de esas luchas”. Esto quiere decir: total libertad para formar grupos dentro de los sindicatos unificados en que la disciplina sindical existe para todos.

No puede proponerse ninguna otra posición de principios.

* * * * * *

Actualmente el Comité Ejecutivo de la Liga Comunista (primera Oposición de Izquierda de Francia) está poniendo correctamente en primer lugar la cuestión del frente único. Es la única forma de impedir que los reformistas, y sobre todo sus agentes del ala izquierda, los monattistas, contrapongan la consigna formal de unidad a las tareas prácticas de la lucha de clases. Vassart[1], como contrapeso a la estéril línea oficial, ha planteado la idea de frente único con las organizaciones sindicales locales. Es correcta la forma de plantear la cuestión, en el sentido de que en casos de huelgas locales lo primero que hay que hacer es trabajar con los sindicatos locales y con las federaciones correspondientes. También es cierto que los estratos más bajos del aparato reformista son más sensibles a la presión de los obreros. Pero sería erróneo hacer cualquier tipo de diferencia de principios entre los acuerdos con los oportunistas locales y los que se puedan hacer con sus jefes.

Depende de las condiciones que se den, de la fuerza de la presión que ejerzan las masas y del carácter de las tareas que están a la orden del día.

Queda claro que para luchar en cada caso específico no vamos a poner como condición indispensable y previa el acuerdo con los reformistas, local o centralizado. No nos guiamos por los reformistas sino por las circunstancias objetivas y por el estado de ánimo de las masas. Lo mismo se aplica al carácter de las reivindicaciones que se plantean. Sería fatal comprometernos de antemano a aceptar el frente único con las condiciones de los reformistas, o sea sobre la base de reivindicaciones mínimas. Las masas obreras no saldrán a la lucha por reivindicaciones que les parezcan fantásticas. Pero, por otra parte, si se limitan de antemano las exigencias, los obreros pueden decirse: “No vale la pena”.

La tarea no consiste en proponerles formalmente siempre el frente único a los reformistas, sino en imponerles en cada caso las condiciones que correspondan lo mejor posible a la situación.

Esto requiere una estrategia activa y flexible. En todo caso, no hay duda de que sólo precisamente de este modo podrá la CGTU mitigar las consecuencias de la división de las masas en dos organizaciones sindicales, hacer recaer la responsabilidad de la división sobre quienes corresponde y plantear sus posiciones de lucha.

La particularidad de la situación francesa reside en el hecho de que durante muchos años existieron dos centrales obreras separadas. Ante el reflujo del movimiento en los últimos años, la gente se acostumbró a la división. Muchas veces hasta quedó olvidada. Sin embargo puede preverse que la reanimación en las filas de la clase reactualizará inevitablemente la consigna de unidad de las organizaciones sindicales. Si se considera que más del noventa por ciento del proletariado francés está fuera de los sindicatos se hace evidente que al acentuarse la reanimación crecerá la presión de los no organizados. La consigna de unidad no es más que una de las primeras consecuencias de esa presión. Si se tiene una política correcta esta presión actuará en favor del Partido Comunista y de la CGTU.

Dado que una política activa de frente único es el método de principio para el próximo período de la estrategia sindical de los comunistas franceses, sería un error garrafal contraponerla a la de unidad de las organizaciones sindicales.

Es indudable que la unidad de la clase obrera sólo puede realizarse sobre bases revolucionarias. La política de frente único es uno de los medios para liberar a los obreros de la influencia reformista e incluso, en última instancia, de avanzar hacia la genuina unidad de la clase obrera. Debemos explicar constantemente esta verdad marxista a los obreros de vanguardia. Pero una perspectiva histórica, por correcta que sea, no puede reemplazar la experiencia viva de las masas. El partido es la vanguardia pero en su accionar, especialmente en su accionar sindical, debe ser capaz de volcarse sobre la retaguardia.

Concretamente debe demostrarles a los obreros –una, dos, diez veces si es necesario– que está dispuesto en todo momento a ayudarlos a reconstruir la unidad de las organizaciones sindicales. Y en este aspecto somos fieles a los principios esenciales de la estrategia marxista: la combinación de la lucha por reformas con la lucha por la revolución.

¿Cuál es ahora la actitud de las dos Confederaciones hacia la unidad? Al conjunto de los obreros puede parecerles idéntica. En realidad el sector burocrático de ambas organizaciones ha declarado que la unificación sólo puede concebirse “desde abajo” y sobre la base de los principios de cada una de ellas.

Amparándose en la consigna de unidad por abajo, que tomó prestada de la CGTU, la confederación reformista explota la poca memoria de la clase obrera y la ignorancia de la joven generación que no conoce el accionar divisionista de Jouhaux, Dumoulin y Cia. Al mismo tiempo los monattistas ayudan a Jouhaux al reemplazar la actividad combativa del movimiento obrero por la consigna aislada de unidad sindical. Como honestos integrantes palaciegos, dirigen todos sus esfuerzos contra la CGTU para sacarle el mayor número posible de sindicatos, nuclearlos a su alrededor y entrar entonces en negociaciones con los reformistas en pie de igualdad.

Por lo que puedo juzgar desde aquí, en base al material que tengo, Vassart se ha pronunciado en favor de que los propios comunistas planteen la consigna de un congreso unificador de ambas confederaciones sindicales. Su propuesta fue rechazada categóricamente. En cuanto al autor, lo acusaron de pasarse a las posiciones de Monatte. No puedo pronunciarme sobre esta discusión por falta de datos, pero considero que los comunistas franceses no tienen ningún motivo para abandonar la consigna de congreso de fusión. Todo lo contrario.

Los monattistas dicen: “Ambos son rupturistas, a cual peor.

Somos los únicos que estamos por la unidad. Obreros, seguidnos”. Los reformistas replican: “Nosotros estamos por la unidad por abajo”. Es decir que “nosotros” permitiremos a los obreros que vuelvan a entrar a nuestra organización. ¿Qué debe decir a esto la Confederación revolucionaria? “No por nada nos llamamos Confederación unitaria. Estamos prontos a llevar a cabo hoy mismo la unificación de las organizaciones sindicales.

Pero para lograrlo los obreros no necesitan de intrigantes palaciegos que no tienen el respaldo de ninguna organización sindical y que se alimentan de divisiones como gusanos en una herida infectada. Proponemos que se prepare y se especifique el plazo de realización de un congreso de fusión sobre la base de la democracia sindical”.

Esta forma de plantear la cuestión les quitará inmediatamente su base de sustentación a los monattistas, que son un grupo político totalmente estéril pero que puede sembrar gran confusión en las filas del proletariado. ¿No nos costará muy cara esta liquidación del grupo de los palaciegos? Podría objetarse que en caso de que los reformistas aceptaran un congreso de unificación los comunistas podrían quedar en minoría y la CGTU tendría que ceder paso a la CGT.

Semejante planteamiento sólo puede resultar convincente para un burócrata sindical de izquierda que lucha por su “independencia” perdiendo de vista las tareas y las perspectivas del conjunto del movimiento obrero. La unidad de las dos organizaciones sindicales, aun cuando el ala revolucionaria permaneciera en minoría por un tiempo, pronto demostraría ser favorable al comunismo. La unificación de las confederaciones acarrearía un gran flujo de miembros nuevos. Con esto la influencia de la crisis se reflejaría más profunda y decisivamente en los sindicatos. Aprovechando esta nueva oleada el ala 62 izquierda podría comenzar una batalla decisiva para conquistar la confederación unitaria. Solamente los sectarios o los funcionarios pueden preferir una mayoría segura en una confederación sindical pequeña y aislada en vez de un trabajo de oposición en una organización amplia y realmente masiva; nunca los revolucionarios proletarios.

Para un marxista que piensa es bastante evidente que una de las razones que contribuyeron a los monstruosos errores de la dirección de la CGTU provienen de la situación planteada. Gente como Monmousseau, Semard y otros, sin preparación teórica ni experiencia revolucionaria, se autoproclamaron inmediatamente “dueños” de una organización independiente y tuvieron por lo tanto la posibilidad de experimentar con ella bajo las órdenes de Losovski, Manuilski y Cía.[2] Es indudable que si los reformistas no hubieran provocado en determinado momento la ruptura de la Confederación, Monmousseau y Cía. habrían tenido que contar con masas más amplias. Este solo hecho hubiera disciplinado su aventurerismo burocrático. Por eso las ventajas de la unidad hubieran sido inmensamente mayores que las desventajas. Si el ala revolucionaria permaneciera uno o dos años en minoría dentro de una confederación unificada que reuniera cerca de un millón de obreros, esos dos años serían indudablemente mucho más fructíferos para la educación no sólo de los sindicalistas comunistas sino de todo el partido que cinco años de zigzags “independientes” en una CGTU cada vez más débil.

Son los reformistas y no nosotros los que pueden temer la unidad sindical. Si aceptan un congreso unificado (no en las palabras sino en los hechos) estarán dadas las condiciones para sacar al movimiento sindical francés de su callejón sin salida.

Precisamente por esto los reformistas no lo consentirán.

Las condiciones de la crisis están creando grandes dificultades a los reformistas, principalmente en el campo sindical. Por eso les es tan imprescindible cubrirse el flanco izquierdo, y los intrigantes palaciegos de la unidad se les ofrecen como escudo.

Ahora una de las tareas más importantes e indispensables es desenmascarar el trabajo divisionista de los reformistas y el parasitismo de los monattistas. La consigna de congreso de unificación contribuye en mucho a su solución. Cuando los monattistas hablan de unidad usan esta consigna contra los comunistas. Si la propia CGTU propone una vía para la unidad, asestará un golpe mortal a los monattistas y debilitará a los reformistas. ¿Está claro? Es cierto que sabemos de antemano que, debido a la resistencia de los reformistas, la consigna de unidad no deparará ahora los resultados que se obtendrían en caso de una verdadera unidad de las organización sindicales. Pero se logrará indudablemente un resultado más limitado, siempre que los comunistas sigan una política correcta. Las grandes masas obreras verán quién está realmente por la unidad y quién está en contra, y se convencerán de que no son necesarios los servicios de los palaciegos. No hay duda de que los monattistas terminarán reducidos a la nada, la CGTU fortalecida y la CGT debilitada y más inestable.

Planteadas así las cosas, ¿no equivale esto a una maniobra más que a lograr una unidad efectiva? Esta objeción no nos asusta. Así es como los reformistas caracterizan especialmente nuestra política de frente único: como ellos no quieren dar la batalla declaran que nuestro objetivo es hacer maniobras.

Hacer de antemano diferencias entre la política de frente único y la de fusión de las organizaciones sindicales sería totalmente erróneo. Mientras los comunistas mantengan la total independencia de su partido, de su fracción en los sindicatos, de toda su política, la fusión de las confederaciones no es más que una forma de la política de frente único. Una forma más amplia. Al rechazar nuestra propuesta, los reformistas la transforman en una “maniobra”. Pero es una “maniobra” legítima e indispensable de nuestra parte: con maniobras así se educa a las masas obreras.

* * * * * *

El Comité Ejecutivo de la Liga Comunista, repetimos, tiene toda la razón cuando repite insistentemente que la unidad de acción no puede darse hasta que no se logre la unificación de las organizaciones sindicales. Tal como se ha hecho hasta ahora, hay que desarrollar esta idea, explicarla y aplicarla en la práctica.

Pero esto no exime del deber de plantear con toda energía, en el momento preciso, la cuestión de la fusión de las confederaciones (o de las simples federaciones).

El problema consiste en saber si la dirección comunista es capaz de efectuar ahora una maniobra tan enérgica. El futuro dirá. Pero si el Partido Comunista y la dirección de la CGTU se niegan hoy a seguir el consejo de la Liga (que es lo más probable) muy bien puede suceder que se vea obligado a seguirlo mañana. No es necesario agregar que no hacemos un fetiche de la unidad sindical. No posponemos nada que signifique lucha para cuando se logre la unidad. Para nosotros no es una panacea sino una lección sobre cosas importantes y decisivas que debe enseñarse a los obreros que la han olvidado o que no conocen el pasado.

Por supuesto, para participar en el congreso de unificación no plantearemos ninguna condición de principios.

Cuando los palaciegos de la unidad, a los que no avergüenza la fraseología barata, dicen que la confederación unificada debe basarse sobre el principio de la lucha de clases, etcétera, es que están haciendo acrobacias verbales en provecho de los oportunistas. Como si se les pudiera pedir seriamente a Jouhaux y Cía. que emprendan, en nombre de la unidad con los comunistas, el camino de la lucha de clases que estos caballeros abandonaron deliberadamente en nombre de la unidad de la burguesía. Y estos mismos palaciegos, estos Monattes, Ziromskis y Dumoulins, ¿qué entienden por “lucha de clases”? No, nosotros estamos prontos a entrar en el terreno de la unidad sindical, pero no para “corregir” (con la ayuda de fórmulas de curanderos ) a los mercenarios del capital, sino para arrancar a los obreros de la influencia de sus traidores.

Las únicas condiciones que ponemos son simplemente garantías organizativas de la democracia sindical, en primer lugar la libertad de crítica para la minoría, siempre con la condición de que se someta a la disciplina sindical. No pedimos más, y por nuestra parte no prometemos nada más.

Supongamos que el partido Comunista, si bien no inmediatamente, sigue nuestro consejo. ¿Cómo actuaría su Comité Central? En primer lugar debería preparar cuidadosamente el plan de la campaña dentro del partido, para discutirlo en las fracciones sindicales en base a las condiciones locales, de modo que la consigna de unidad pueda lanzarse al mismo tiempo desde arriba y desde abajo. Justo después de una cuidadosa preparación y elaboración, y de haber eliminado todas las dudas y malentendidos dentro de sus propias filas, la dirección de la CGTU debería dirigirse a la de la confederación reformista con propuestas concretas: crear una comisión paritaria para la preparación, en un plazo por ejemplo de dos meses, del congreso de unificación sindical, al que todas las organizaciones sindicales del país deben tener acceso.

Simultáneamente, las organizaciones locales de la CGTU se dirigen a las organizaciones locales de la CGT con la misma propuesta, formulada precisa y concretamente.

El Partido Comunista debería realizar una gran agitación en el país apoyando y explicando la iniciativa de la CGTU. Por un cierto tiempo debe concentrarse la atención de amplios sectores obreros, principalmente los de la CGT, en la sencilla idea de que los comunistas proponen lograr inmediatamente la unidad de las organizaciones sindicales. Cualquiera que sea la actitud de los reformistas, cualesquiera que sean las tretas a las que recurran, los comunistas saldrán beneficiados de esta campaña, aun si en este primer intento sus propuestas no llevan más que a una demostración de su actitud.

Durante este periodo, la lucha en nombre del frente único no cesa ni un minuto. Los comunistas continúan atacando a los reformistas en las provincias y en la metrópolis, basándose en la creciente actividad de los obreros renovando sus ofertas de acciones combativas sobre la base de la política de frente único, desenmascarando a los reformistas, fortaleciendo sus propias filas, etcétera. Y bien puede suceder que en seis meses, o en uno o dos años, los comunistas se vean obligados a repetir su propuesta de fusión de las confederaciones sindicales, y a poner a los reformistas en una posición más difícil que la primera vez.

La verdadera política bolchevique debe tener precisamente este carácter de tomar la ofensiva y ser al mismo tiempo flexible y firme. Es la única forma de preservar al movimiento del desgaste, de librarlo de formaciones parásitas y de acelerar la evolución de la clase obrera hacia la revolución.

La lección propuesta anteriormente no tiene sentido ni puede prosperar si la iniciativa no parte de la CGTU y del Partido Comunista. La tarea de la Liga no consiste naturalmente en lanzar independientemente la consigna de congreso de unificación, enfrentándose tanto a la CGTU como a la CGT. La tarea de la Liga es empujar al Partido Comunista oficial y a la CGTU hacia una política, estimularlas a llevar a cabo en el momento propicio (y en el futuro habrá muchos) una ofensiva para la fusión de las organizaciones sindicales.

Para poder cumplir sus tareas hacia el partido Comunista, la Liga debe (y éste es su primer deber) alinear sus propias filas en el campo del movimiento sindical. Es una tarea que no puede posponerse. Debe ser cumplida y lo será.

 25 de marzo de 1931.

 



[1] Vasaart, Albert (1898-1958). Uno de los dirigentes del Partido Comunista en los sindicatos rojos que, habiendo sido ardiente ultraizquierdista durante el “tercer período”, impugnó la política del PC. En sus polémicas, los dirigentes del PC tachaban a veces las posiciones de Vassart de "semitrotskistas".

[2] Losovski, Manuilski y Cia. A. Losovski (ver nota notas 5 en Comunismo y Sindicalismo y nota 1 en Los errores de los sectores de derecha…). Dimitri Manuilski (1883-1959) encabezó la Comintern de 1929 a 1934, o sea durante el “tercer período”.