Logo
Logo
Logo

Clásicos de León Trotsky online

I. Leyenda y Realidad

I. Leyenda y Realidad

 

¿Cómo es posible que los mencheviques derrocados del poder representen el destino de Georgia? Se ha formado en torno a ese país una leyenda destinada a impresionar a los pusilánimes, que no faltan.

Por su libre albedrío, el pueblo georgiano decidió separarse amigablemente de Rusia. Así empieza la leyenda. Esta decisión, el pueblo georgiano la expresó en una votación democrática. Al mismo tiempo, inscribió en su bandera un programa de la más absoluta neutralidad en las relaciones internacionales. Ni en pensamiento ni en acción, Georgia se inmiscuiría en la guerra civil rusa. Ni los imperios centrales, ni la Entente la desviarían de la vía de la neutralidad. Su divisa era: vive como quieras y deja a los demás en paz. Cuando supieron la existencia de esa bendita tierra, algunos viejos peregrinos (Vandervelde, Renaudel, Mrs. Snowden) tomaron, inmediatamente, billetes directos para Georgia. Encorvado bajo el peso de los años y de la sagacidad, el venerable Kautsky no tardó en seguirlos. Semejantes a los primeros apóstoles, conversaron en lenguas que no conocían y tuvieron visiones que, inmediatamente, relataban en artículos y libros. De regreso de Tiflis a Viena, Kautsky no cesó de cantar el Nunc dimittis…

Pero los buenos pastores no habían tenido aún tiempo de llevar a sus ovejas la buena nueva, cuando se produjo una cosa horrible: sin motivo alguno, la Rusia soviética lanzó su ejército sobre la Georgia democrática, que prosperaba dentro de una neutralidad pacífica, y aplastó despiadadamente la República democrática, objeto del amor de las masas populares. En este desenfrenado imperialismo del poder soviético y, en particular, en sus celos por los éxitos democráticos de los mencheviques georgianos es donde hay que buscar la razón de esta monstruosa perversidad. Aquí, en resumidas cuentas, termina la leyenda. A continuación siguen las profecías apocalípticas sobre la inevitable caída de los bolcheviques y la restauración de los mencheviques en su primer esplendor.

Kautsky ha consagrado su opúsculo edificante a la demostración de la verdad de esa leyenda[1]. Sobre esa leyenda están también basadas las resoluciones de la II Internacional sobre Georgia, los artículos del Times, los discursos de Vandervelde, las confesadas simpatías de la reina de Bélgica y los escritos de los Hervé y de los Merrhelm. Y si aún no ha sido publicada una encíclica papal sobre el particular, hay que atribuirlo únicamente al prematuro fin de Benedicto XV. Esperamos que su sucesor llene esa laguna.

Por tanto, lo mismo que muchas otras, la leyenda sobre Georgia no está desposeída de poesía: se aparta, como todas las leyendas, de la realidad. O para hablar con más precisión, esta leyenda no es más que una mentira desde el principio hasta el fin producto no de la imaginación popular, sino de la prensa capitalista, que ha fabricado todas sus piezas. La mentira es solamente una mentira: he aquí la base de la furiosa campaña antisoviética en la que los líderes de la II Internacional juegan el papel dominante. Es precisamente esto lo que nosotros vamos a tratar de demostrar.

** *

La existencia de Georgia fue revelada a M. Henderson por Mrs. Snowden, puesto que ella misma había visto a Jordan y a Tseretelli trabajando cuando realizó su viaje de estudios a Batum y a Tiflis. En cuanto a nosotros se refiere, hemos conocido a esos señores mucho antes de su dictadura sobre la Georgia democrática e independiente, en la que ellos, por otra parte, nunca habían pensado; los hemos conocido como políticos rusos en Petrogrado y Moscú. Tchkeidze estuvo a la cabeza del Soviet de Petrogrado; después, del Comité Ejecutivo Central de los Soviets durante la época de Kerenski, cuando los socialistas revolucionarios y los mencheviques dirigían los soviets. Tseretelli fue ministro del gobierno de Kerenski, él fue el inspirador de la política de conciliación[2].

Con Dan y otros, Tchkeidze servía de intermediario entre el soviet menchevique y el gobierno de coalición. Gueguetchkori y Tchkenkeli cumplieron misiones de confianza del gobierno provisional, Tchkenkeli fue nombrado Comisario general para la Transcaucasia.

La posición adoptada por los mencheviques era, en sustancia, la siguiente: la revolución debía conservar su carácter burgués y, por consiguiente, tenía que ser dirigida por la burguesía; la coalición de los socialistas con la burguesía debía tener por objetivo acostumbrar a las masas populares a la dominación de la burguesía; la aspiración del proletariado a conquistar el poder era nefasto para la revolución; era preciso declarar una guerra a muerte contra los bolcheviques. Como ideólogos de la república burguesa, Tchkeidze y Tseretelli, lo mismo que sus adeptos, defendían abiertamente la unidad y la indivisibilidad de la República dentro de los límites del antiguo Imperio zarista. Las pretensiones de Finlandia a la ampliación de su autonomía, las reivindicaciones análogas de la democracia nacional ucraniana fueron encarnizadamente combatidas por Tseretelli y Tchkeidze. En el Congreso de los Soviets, Tchkenkeli rechazó con encarnizamiento las tendencias separatistas de algunas regiones de la periferia, a pesar de que en ese tiempo la misma Finlandia no reclamaba la autonomía completa.

Para reprimir esas tendencias autonomistas, Tchkeidze y Tseretelli organizaron una fuerza armada especial. Y la hubieran empleado si la historia les hubiese dado tiempo.

Pero, sobre todo, consagraron sus fuerzas a la lucha contra los bolcheviques.

Seguramente la historia no conoce otra campaña de saña, de odio y difamación análoga a la que fue desencadenada contra nosotros durante el periodo de Kerenski. En todos sus artículos y epígrafes, en prosa y en verso, con la palabra y con caricaturas, los periódicos de todos los matices y de todas las tendencias vilipendiaron, anatemizaron y calumniaron a los bolcheviques. No hubo infamia que no nos fuese atribuida a todos en general y a cada uno de nosotros en particular. Cuando parecía que la campaña había alcanzado su punto culminante, un acontecimiento cualquiera, a veces una menudencia, daba a la campaña nuevas energías y continuaba con un redoblado furor. La burguesía sentía sobre sí un peligro mortal. Su aterrorizada locura se expresaba en una estúpida rabia. Como siempre, los mencheviques reflejaban el estado de ánimo de la burguesía.

Cuando la campaña era más fuerte, M. Henderson visitó al gobierno provisional y se consoló al comprobar que sir Buchanan representaba con dignidad y éxito el ideal de la democracia británica cerca de la democracia de Kerenski-Tseretelli.

La policía y el contraespionaje zaristas, que por temor a dar un paso en falso estaban inactivos temporalmente, se deshacían queriendo probar su fidelidad a los nuevos amos. Todos los partidos de la sociedad selecta les mostraban lo que debía ser objeto de su atención: los bolcheviques. Fábulas estúpidas sobre nuestro contacto con el Estado Mayor de los Hohenzollern; fábulas en las que, en realidad, nadie creía, salvo, puede ser, los espías de bajo jaez y los comerciantes moscovitas. Fábulas elaboradas, desorbitadas y desarrolladas en todos los tonos. Mejor que nadie, los líderes de los mencheviques sabían lo que valían esas acusaciones, pero que Tseretelli y su pandilla, por motivos políticos, juzgaban útil sostener. Tseretelli daba el tono, y por todas partes los contrarrevolucionarios de las bandas negras lo apoyaban con sus ladridos. Se acusaba formalmente al Partido Comunista de traicionar al Estado, de estar al servicio del militarismo alemán. La chusma burguesa, dirigida por los oficiales patrioteros, saquea nuestras imprentas y quioscos, Kerenski recoge nuestros periódicos, miles de comunistas son detenidos en Petrogrado y en todos los puntos del país.

Los mencheviques y sus aliados, los socialrevolucionarios, habían recibido el poder de manos de los obreros y soldados, pero ellos sintieron en seguida que les faltaría la base. Y lo que querían era hacer contrapeso a los soviets de obreros y soldados ayudando a los elementos pequeñoburgueses y a la burguesía indígena a organizarse políticamente por medio de municipalidades y de zemstvos democráticos. Pero como los soviets evolucionaron rápidamente hacia la izquierda, los mencheviques no se contentaron solamente con ayudar a la clase burguesa, sino que pasaron a desorganizar y debilitar a los soviets. Las elecciones son, intencionadamente, aplazadas. El segundo Congreso de los Soviets es abiertamente saboteado. Tseretelli es el inspirador de esa política, a la que Tchkeidze le da formas orgánicas. Ya en agosto y septiembre de 1917, se trata de probar, en el órgano central de los soviets, que el tiempo de éstos ha pasado, y que se “descomponen”. Cuanto más se radicalizan las masas obreras y campesinas y presentan sus reivindicaciones urgentes, tanto más la dependencia de los mencheviques en relación con las clases poseedoras aumenta y toma un carácter brutal, declarado. Las municipalidades y los zemstvos burgueses democráticos no salvan la situación. La ola revolucionaria barre ese endeble dique. El II Congreso panruso de los soviets que, bajo nuestra presión, los mencheviques se deciden, sin embargo, a convocar, se apodera del poder con el apoyo de la guarnición de Petrogrado, casi sin lucha, sin derramar sangre. Entonces los mencheviques, coaligados con los socialrevolucionarios y los cadetes, emprenden una lucha encarnizada, y, allí donde pueden, una lucha armada contra los soviets, es decir, contra los obreros y campesinos. Y así son sentadas las bases de los frentes futuros de los guardias blancos. Durante los primeros nueve meses de la Revolución, los mencheviques pasaron, pues, por tres etapas: durante la primavera del año 1917, fueron, evidentemente, los dueños de los soviets; en el verano tratan de ocupar una posición “neutral” entre los soviets y la burguesía; en otoño, de acuerdo con la burguesía, declaran la guerra civil a los soviets. Esta sucesión de etapas caracteriza esencialmente al menchevismo y, como veremos después, toda la historia de la Georgia menchevique.

Incluso antes de la Revolución del 7 de noviembre, Tchkeidze se larga al Cáucaso. La prudencia había sido siempre la más destacada de sus cualidades cívicas. Pronto fue elegido presidente del Seim de coalición transcaucasiana: así cumplió en el Cáucaso, en pequeño escala, el papel que en grande había jugado en Petrogrado.

Junto con los socialrevolucionarios y los cadetes, los mencheviques fueron los inspiradores del Comité contrarrevolucionario de Salvación de la Patria y de la Revolución. Este Comité entra, inmediatamente, en contacto con la caballería cosaca de Krasnov, que entonces se dirigía hacia Petrogrado y fomenta una tentativa de insurrección armada entre los alumnos de las escuelas militares. Los líderes mencheviques, a los que Kautsky confiere el monopolio de la organización pacífica de las democracias, son los iniciadores y los organizadores reales de la guerra civil en Rusia. El Comité de Salvación de la Patria y de la Revolución que funciona en Petrogrado, y en el cual los mencheviques trabajan con las organizaciones de los guardias blancos, está ligado directamente a todos los complots, insurrecciones y atentados contrarrevolucionarios: con los checoslovacos en el Volga; con el Comité de la Asamblea Constituyente de Samara y con Koltchak; con el gobierno de Tchaikovsky y el general Miller al Norte; con Denikin y Wrangel al Sur; también con los estados mayores de las repúblicas burguesas de la periferia de Rusia; con los clanes de emigrados en el extranjero y los agentes secretos de la Entente que le suministran los fondos. Los líderes de los mencheviques y, entre ellos, los líderes georgianos, forjan todas sus maquinaciones no en nombre de la defensa de la independencia de Georgia, la que todavía no está en peligro, sino como jefes de uno de los partidos antisoviéticos que tenían puntos de apoyo en todo el país. En la Constituyente, el jefe del bloque antisoviético no era otro que el mismo Tseretelli.

Con toda la contrarrevolución, los mencheviques retrocedían del centro industrial a la periferia atrasada. Naturalmente, se pararon en la Transcaucasia como uno de sus últimos refugios. Si, en Samara, se atrincheraron tras la consigna de Asamblea Constituyente, en Tifus intentaron, en cierto momento, levantar la bandera de la república independiente. Pero no evolucionaron súbitamente. Su evolución del centralismo burgués al separatismo pequeñoburgués, evolución determinada no por las reivindicaciones nacionales de las masas georgianas, sino por la guerra civil que azotaba a toda Rusia, se efectuó en varias etapas.

Tres días después de la Revolución del 7 de noviembre, en Petrogrado, Jordan declaró en una sesión del consejo municipal de Tifus: “La insurrección en Petrogrado está viviendo sus últimos días. Desde que empezó estaba condenada al fracaso”. No se podía razonablemente exigir que Jordan fuera en Tiflis más clarividente que los buenos burgueses en todas partes del mundo. La sola diferencia existente es que Tiflis es uno de los puntos de la revolución rusa y que Jordan es uno de los principales actores de la lucha que debía, por decirlo así, poner fin a la insurrección bolchevique. Sin embargo, los “últimos días”, hace ya tiempo que pasaron y la profecía de Jordan no se ha confirmado. Desde noviembre, fue preciso apresurarse a crear un comisariado transcaucasiano autónomo; no un Estado, sino una plaza de armas contrarrevolucionaria provisional, desde la cual los mencheviques georgianos esperaban prestar un concurso decisivo a la restauración del orden “democrático” en toda Rusia. Esta esperanza tenía alguna base que la sustentaba: el estado económico atrasado del país, la extrema endeblez del proletariado industrial, la lejanía del centro de Rusia, la diferencia de condiciones sociales, de costumbres y de religiones de las múltiples nacionalidades que desconfiaban la una de la otra y separadas por antagonismos de razas; en, fin, el vecindad con el Don y el Kuban, todo ello eminentemente favorable para la oposición a la revolución obrera y que determinó que, por un periodo largo, la Ciscaucasia y el Cáucaso se convirtieran en una Véndee y una Gironda ligadas por la comunidad de lucha contra los soviets.

En esa época, las innumerables tropas zaristas que operaban en el frente turco se encontraban todavía en la Transcaucasia. La noticia sobre la proposición de paz hecha por el gobierno soviético y la reforma agraria conmovieron no sólo a la masa de soldados, sino también a la población laboriosa de la Transcaucasia. Fue entonces cuando empezó la alarma para la contrarrevolución emboscada en la Transcaucasia. Y organizaron, inmediatamente, un bloque del “orden” en el que entraron todos los partidos salvo, como es natural, el de los bolcheviques. Los mencheviques, que jugaron en él el papel predominante, contribuyeron con todas sus fuerzas a la unión de los señores terratenientes y de los pequeñoburgueses georgianos. De los tenderos y de los propietarios de los pozos de petróleo armenios. De los beks y de los janes tártaros. Los oficiales reaccionarios rusos se pusieron enteramente a la disposición del bloque antibolchevique.

A finales del mes de diciembre se celebró el Congreso de delegados del frente transcaucasiano, convocado bajo los auspicios de los mismos mencheviques. La mayoría estaba por la izquierda. Entonces, los mencheviques, con la derecha del Congreso, dieron un golpe de estado y crearon sin las izquierdas, es decir, sin la mayoría, un soviet de tropas transcaucasianas. De acuerdo con este Consejo, el Comisariado Transcaucasiano decide, en enero de 1918, “reconocer como deseable el envío de tropas a las localidades donde actualmente se producen desórdenes…” Como método, la usurpación; como fuerza armada, los cosacos de Kornilov. Tales son los verdaderos puntos de partida de la democracia transcaucasiana.

El golpe de estado menchevique en Transcaucasia no es una excepción. Cuando los bolcheviques, en el II Congreso panruso de los soviets (noviembre de 1917), formaron la aplastante mayoría, el anterior Comité Ejecutivo (compuesto de mencheviques y de socialrevolucionarios) que había convocado el Congreso se negó a ceder el sitio y transmitir los poderes al Comité Ejecutivo elegido por el Congreso. Afortunadamente, nosotros teníamos a nuestro lado no solamente la mayoría formal del Congreso, sino también toda la guarnición de la capital. Lo que impidió a los mencheviques dispersarnos y nos permitió darles una lección práctica de democracia soviética…

No obstante, incluso después del golpe de estado de los mencheviques, las tropas de Transcaucasia continuaban siendo una amenaza permanente para su “orden”. Sintiéndose respaldadas por los soldados, cuyo espíritu era netamente revolucionario, las masas obreras y campesinas de Transcaucasia manifestaron la intención inequívoca de seguir el ejemplo de sus hermanos del Norte. Para salvar la situación, a los mencheviques les era preciso desarmar y aplastar a las tropas revolucionarias.

El plan de desarme del ejército fue elaborado, en secreto, por el gobierno de la Transcaucasia y por los generales zaristas. En el complot tomaron parte el general Prshevalski, el coronel Chatilov, que más tarde fue el compañero de armas de Wrangel, futuro ministro del Interior de Georgia, Ramichvili, etc. Al mismo tiempo que se tomaban medidas para desarmar a las unidades revolucionarias, se decidió no desarmar a los regimientos cosacos, sostén de Kornilov y de Krasnov. La colaboración de la Gironda menchevique y de la Véndee cosaca revistió aquí un carácter militar. Con el pretexto del desarme se hizo despojar y a veces eliminar físicamente, por destacamentos contrarrevolucionarios especiales, a los soldados que regresaban a sus hogares. En muchas estaciones tuvieron lugar combates violentos donde tomaban parte trenes blindados y la artillería pesada. Miles de hombres perecieron en esas carnicerías de las que los mencheviques georgianos eran los organizadores.

Kautsky presenta a las tropas transcaucasianas partidarias de los bolcheviques como bandas indisciplinadas que saqueaban, asesinaban y devastaban todo por allí donde pasaban. De este modo los presentaba toda la chusma contrarrevolucionaria. Se comprende esta coincidencia, pues Kautsky necesitaba que los promotores del desarme, los mencheviques georgianos, aparecieran como “caballeros en el sentido más noble de la palabra”. Pero nosotros tenemos a nuestra disposición otras pruebas que emanan de los mismos mencheviques. Estos últimos, cuando el desarme tomó formas sangrientas y un carácter de bandidismo declarado, se asustaron de su propia obra. Y el 14 de enero de 1918, un menchevique, tengo en cuenta a Dshugheli, declaró: “Con el pretexto de desarmar a los soldados, literalmente se les saquea. Extenuados, sin fuerzas, estos desgraciados que tanto han sufrido y que no tenían más que un deseo: llegar a sus casas y tumbarse, que los descalzaran, todo lo convertían en almoneda. Bandas de desalmados vendían el armamento y los equipos militares. Era algo indignante.” (Slovo, núm. 10)

Algunos días más tarde, Dshugheli, que él mismo había participado en el desarme de la guarnición de Tiflis (más adelante tendremos todavía la ocasión de hablar de este señor), acusaba a Ramichvili de haber contratado una de las bandas más saqueadoras de la contrarrevolución transcaucasiana para desarmar a los soldados. Sobre este particular, estos dos señores tuvieron, públicamente, un “cambio de opiniones” que vamos a reproducir aquí.

“N. Ramichvili. -Dshugheli es un calumniador. “Dshugheli. -Noe Ramichvili es un embustero. “N. Ramichvili (repitiendo). -Dshugheli es un calumniador. “Dshugheli. -Deje de emplear expresiones injuriosas en relación conmigo. “N. Ramichvili. -Yo declaro que todo lo dicho por Dshugheli es una baja insinuación y que Dsugheli es un calumniador. “Dshugheli. -Y usted es un cobarde y un canalla y yo obraré en consecuencia.” (Slovo, núm. 22)

Como hemos visto, el desarme no era una obra tan caballeresca como dice Kautsky, puesto que dos hombres de la misma tendencia que han participado activamente en el asunto, se esfuerzan de manera tan poco caballeresca por echarse en cara mutuamente la responsabilidad.

Pero uno no puede por menos que compadecerse de Kautsky: ¡he aquí a lo que conduce el exceso de celo y la falta de moderación! Por su tono de apología enfática, todo el opúsculo de Kautsky, dicho sea de paso, recuerda extraordinariamente los escritos de algunos viejos académicos franceses sobre la misión civilizadora del principado de Mónaco o la acción bienhechora de Karageorgevich. Al abrigo de su patria, los académicos fósiles reciben condecoraciones y pensiones del gobierno, reconociendo la feliz Arcadia revelada al mundo por ellos. Kautsky, por lo que sabemos, ha sido nombrado miembro de honor de la guardia popular georgiana. Lo que prueba que él es más desinteresado que los académicos franceses. Pero si les iguala por la profundidad de sus generalizaciones históricas, es considerablemente inferior en cuanto se refiere a la elegancia del estilo laudatorio.

La paz de Brest-Litovsk es la consecuencia de la descomposición del viejo ejército. Este ejército había sufrido cruelmente una larga serie de derrotas. El solo hecho de la Revolución de marzo había asestado un golpe terrible a su organización interior. Era necesario renovarlo completamente, cambiar su base social, darle nuevos objetivos y nuevas relaciones internas. Pero la falta de cohesión entre la palabra y la acción, la vacía fraseología revolucionaria sin un decidido propósito de desplazar a Kerenski-Tseretelli, lo mataron definitivamente. El ministro de la Guerra del gobierno de Kerenski, el general Verkhovski, no dejaba de repetir que el ejército era completamente incapaz de continuar la guerra y que era necesario firmar la paz a toda costa. Sin embargo, se continuaba esperando un milagro, y esta esperanza y estas vacilaciones que revestían la forma de un patriotismo frenético no hacían más que demostrar hasta qué punto la situación era desesperada. He aquí lo que, en fin, determinó la paz de Brest-Litovsk. Los mencheviques nos exigían la continuación de la guerra con Alemania, esperando que así nos partiéramos antes los dientes, Los mencheviques bajo la bandera antigermana, se unieron con toda la reacción. Intentaron utilizar en contra nuestra los últimos restos de inercia militar del pueblo.

Como siempre, los líderes neogeorgianos estaban en primera fila.

La conclusión de la paz de Brest-Litovsk sirvió de pretexto para la proclamación de la independencia de la Transcaucasia (22 de abril de 1918). A juzgar por la retórica patriótica anterior, se podía creer que la proclamación tenía por objeto la continuación de la guerra contra Turquía y Alemania. Y fue al contrario, la separación oficial de la Transcaucasia de Rusia estaba motivada por el deseo de crear una base jurídica más firme para la intervención extranjera. Con el concurso de esta última, los mencheviques esperaban, no sin razón, mantener en Transcaucasia el régimen burgués democrático y asestar en seguida un golpe al norte soviético.

No solamente los partidos de la burguesía y de los grandes terratenientes aliados a los mencheviques, sino también los mismos jefes del menchevismo georgiano hablaban abiertamente, en sus discursos y en sus escritos, de que la lucha contra el bolchevismo ruso era la razón principal de la separación de la Transcaucasia. El 26 de abril, Tseretelli decía en el Siem transcaucasiano: “Cuando surgió el bolchevismo en Rusia, cuando ha levantado la mano para atentar contra la vida del Estado, hemos luchado contra él con todas las fuerzas de que disponemos... Hemos combatido, en Rusia, a los asesinos del Estado y a los asesinos de la nación, y CON LA MISMA ABNEGACION COMBATIREMOS AQUI A LOS ASESINOS DE LA NACION.” (Prolongados aplausos) Con la misma abnegación y… con el mismo éxito.

¿Acaso estas palabras dejan sombra de duda sobre la naturaleza de la tarea que los mencheviques asignaban a la Transcaucasia independiente? Esta tarea no consistía en la creación entre el mar Negro y el Caspio de una república socialdemócrata ideal, neutra. La tarea consistía en la lucha contra los asesinos del estado (burgués), contra los bolcheviques, por la restauración en la “nación” burguesa de las viejas formas estáticas. Todos los discursos de Tseretelli, de los cuales terminamos de citar un pasaje, no son más que la repetición de lugares comunes patéticos que tantas veces hemos oído desarrollar por ese orador en Petrogrado. Esta sesión “histórica” del Seim transcaucasiano fue presidida por Tchkeidze, que era presidente hasta cierto punto inamovible, que hacía poco había cerrado la boca muchas veces a los bolcheviques en Petrogrado. Sólo que lo que estos señores habían hecho en Petrogrado en grande, lo hacían en pequeño en el Cáucaso. Con la misma abnegación y el mismo éxito.

Resumiendo, el no reconocimiento de la paz de Brest-Litovsk puso de golpe la Transcaucasia, en tanto que “estado”, en una situación sin salida, pues daba toda libertad de acción a los turcos y a sus aliados. Apenas transcurridas algunas semanas, el gobierno transcaucasiano y el Seim imploraban a Turquía que se conformara con el tratado de Brest-Litovsk.

Pero los turcos no querían saber nada de nada. Los pachás y los generales alemanes se convirtieron en los amos indiscutibles de la situación en Transcaucasia. Naturalmente, el objetivo fundamental fue alcanzado: por medio de las tropas extranjeras, la revolución estaba temporalmente aplastada, la caída del régimen burgués, aplazada.

Cuando, sin consultar a la población, proclamaron la independencia de la Transcaucasia (22 de abril de 1918), los mencheviques georgianos, naturalmente, anunciaron a las heterogéneas nacionalidades del Cáucaso el advenimiento de una nueva era de fraternidad sobre la base de la democracia. Pero apenas proclamada la nueva república, ya se disgregaba. Azerbaiyán buscaba su salvación en Turquía; Armenia más que a nadie temía a los turcos; Georgia se refugiaba bajo la protección de Alemania.

Cinco semanas después de su solemne proclamación, la república transcaucasiana era liquidada. Lo mismo que su nacimiento, sus funerales fueron celebrados con pomposas declaraciones democráticas. Pero esto, en el fondo, no cambiaba nada: la democracia pequeñoburguesa había mostrado su completa impotencia para evitar los enfrentamientos nacionales y concordar los intereses de las naciones. El 26 de mayo de 1918, de nuevo, sin consulta alguna a la población, Georgia, fragmento del Cáucaso, es erigida en estado independiente. Nuevos torrentes de elocuencia democrática. Transcurrieron cinco meses solamente y, por una parcela de territorio, estalló una guerra entre la Georgia democrática y Armenia, no menos democrática. De una parte y de la otra se escuchaban grandes discursos sobre los intereses superiores de la civilización y sobre la perfidia del agresor. Kautsky no dice una sola palabra de la guerra “democrática” armenio-georgiana. Bajo la dirección de Jordan, de Tseretelli y de sus compinches armenios y tártaros, la Transcaucasia se transforma inmediatamente en una península como los Balcanes donde las sangrantes rivalidades nacionales se entretejían con el más puro charlatanismo democrático. A través de sus levantamientos, y caídas sangrantes, el menchevismo georgiano no dejaba de continuar la realización de su primera idea: la lucha implacable contra la “anarquía” bolchevique.

La independencia de Georgia da a los mencheviques la posibilidad (o más bien los pone ante la necesidad) de tomar abiertamente posición en la lucha de la república soviética contra el imperialismo. La declaración de Jordan sobre este punto no puede ser más clara.

“El gobierno georgiano hace saber a la población [se dice en el comunicado gubernamental del 13 de junio de 1918] que las tropas alemanas llegadas a Tiflis han sido llamadas por el gobierno georgiano y tienen como tarea defender, completamente de acuerdo con el gobierno y según sus indicaciones, las fronteras de la república democrática georgiana. Una parte de esas tropas ha sido ya enviada al distrito de Bortchalino para limpiarlo de las bandas de bandidos que la infestan.” (En realidad, por hacer una guerra no oficial contra el Azerbaiyán democrático, y todo por una parcela de territorio en litigio.)

Según Kautsky, las tropas alemanas habían sido llamadas exclusivamente para combatir a los turcos, y excepto en el dominio militar, Georgia conservaba una total independencia. Que nuestros buenos demócratas hayan invitado al general von Kress en calidad de simple centinela encargado de velar la democracia georgiana es difícilmente admisible; este general estaba muy poco preparado para jugar ese papel. Y no hay que exagerar la ingenuidad de nuestros demócratas. En ese tiempo, el papel jugado por las tropas alemanas, en el año 1918, en los Estados fronterizos rusos, no podía ofrecer dudas. En Finlandia, los alemanes habían sido los verdugos de la revolución obrera. Y en las provincias bálticas había ocurrido lo mismo. Los alemanes habían cruzado toda Ucrania, dispersando los soviets, asesinando a los comunistas, aplastando a los obreros y campesinos. Jordan no tenía ningún motivo para esperar que a Georgia llegaran con otras intenciones. Con perfecto conocimiento de causa el gobierno menchevique hizo llamar a las tropas victoriosas de los Hohenzollern. Estas tropas tenían sobre los turcos la ventaja de la disciplina. “Aún queda por saber cuál es para nosotros el mayor peligro, el peligro bolchevique o el peligro turco”, declaró, el 28 de abril de 1918, el corresponsal oficial del Seim transcaucasiano, el menchevique Inirchvili.

Que los bolcheviques fuesen un peligro mayor que los alemanes, no ofrecía duda a los mencheviques. No lo ocultaban en sus discursos y lo demostraban en la práctica. Ministros del gobierno panruso, los mencheviques georgianos nos habían acusado de ser los aliados del Estado Mayor alemán y entregado a los jueces zaristas acusados del crimen de alta traición. Habían calificado de traición a Rusia, la paz de Brest-Litovsk que había abierto “las puertas a la revolución” al imperialismo alemán. Con esa consigna encabezaron la campaña por el derrocamiento de los bolcheviques. Y cuando los mencheviques sintieron el suelo de la revolución arder bajo sus pies, separaron a Transcaucasia de Rusia, después a Georgia de la Transcaucasia, y abrieron las amplias puertas de la democracia a las tropas del Káiser, que recibieron con grandes reverencias y halagos. Después de la derrota de Alemania, se portaron, como vamos a ver, exactamente lo mismo con la victoriosa Entente. Bajo esas relaciones como bajo las otras, la política de los mencheviques no era más que el reflejo de la política de la burguesía rusa: representada por los cadetes (Miliukov), este último entró en Ucrania, con el consentimiento de las tropas de ocupación alemanas y, después de la derrota de Alemania, había inmediatamente despachado a la Entente esos mismos cadetes, hijos pródigos que a pesar de todos sus errores no habían perdido de vista jamás el objetivo fundamental: la lucha contra los bolcheviques. Precisamente es por lo que la Entente les abrió fácilmente su corazón y, lo más importante, su bolsa. Es precisamente por eso por lo que el ministro de la Guerra Henderson había fraternizado en Petrogrado con el ministro de la Guerra, Tseretelli. Este último fue acogido como un hermano, a pesar de que el general alemán von Kress le había estrechado sobre su corazón. Rectificaciones, contradicciones, traiciones, pero siempre contra la revolución del proletariado.

El 25 de septiembre de 1918, en una carta a von Kress, Jordan le decía: “A nosotros no nos interesa disminuir el prestigio de Alemania en el Cáucaso.” Y dos meses más tarde abrían ya sus grandes puertas a las tropas británicas. Este acto fue precedido de conversaciones cuyo objetivo principal era probar, explicar, persuadir que a la democracia georgiana le fue impuesto un medio-matrimonio con el general alemán von Kress, pero que ella aspiraba con toda su alma a un auténtico matrimonio que le ligara con el general inglés Walker. El 15 de diciembre, según su propio testimonio, el viejo menchevique Topuridze, representante del gobierno en Batum, respondiendo a las preguntas de la misión de la Entente, respondió:

“Yo estimo que, por todos los medios y todas las fuerzas de que nuestra república dispone, ayudará a las potencias de la Entente en su lucha contra los bolcheviques…” El mismo Topuridze declara al agente inglés Webster, que Georgia “considera que cumple con su deber si en el Cáucaso presta su concurso a Inglaterra en la lucha contra el bolchevismo…” Cuando el coronel inglés Jordan hubo explicado que las tropas aliadas entraban en Georgia “conforme al plan general de la paz y del orden internacional”, o sea, para aplastar al bolchevismo y someter todos los pueblos de Rusia al almirante Koltchak, Gueguetchkori informó que “el gobierno georgiano, animado por el deseo de trabajar de acuerdo con los aliados en la realización de los principios del derecho y de la justicia, proclamados por estos últimos, daba su consentimiento a la entrada de las tropas”. En una palabra, pasando de la nacionalidad alemana a la de la Entente, los jefes del menchevismo georgiano hicieron caso omiso del buen y viejo consejo del poeta ruso: “¡Aduladores, aduladores, en vuestra bajeza sabed, al menos, conservar una sombra de nobleza!” Recuerdo muy bien la sala de sesiones de Brest-Litovsk. Tengo todavía ante mis ojos a los personajes sentados en torno a la mesa: el barón Kuhlmann, el general Hoffmann, el conde Czernin. Pero recuerdo todavía más claramente a los representantes de la pequeña burguesía ucraniana, que también se decían socialistas y que eran (por su nivel político) socios de los mencheviques georgianos. En el mismo curso de las conversaciones hicieron a hurtadillas un bloque con los representantes feudales de Alemania y de Austria-Hungría. ¡Había que verlos apresurarse a hacer méritos ante sus nuevos amos, intentar leer en sus ojos sus menores deseos; había que ver el desdén triunfante con que nos miraban a nosotros, los representantes aislados del proletariado en estas sesiones de Brest-Litovsk!

“Conozco la manera de huir ante el enemigo de estos bribones, sus adulaciones, su manera de sembrar la discordia y de arrojar leña al fuego, sus serviles complacencias; yo sé cómo, tal cual los perros, corren tras los amos.”[3] Estos últimos años han sido fértiles en pruebas. Pero no conozco momentos más penosos, más dolorosos que los que nos han hecho vivir, con la cara roja de vergüenza, la ignominia, las tonterías, la bajeza de la democracia pequeño burguesa que en su lucha contra el proletariado se arrojan a los pies de los representantes del mundo feudal y capitalista. ¿Y no es precisamente esto lo que han hecho dos veces los mencheviques georgianos?



 

[1] Georgien. Eine Sozialdemokratische Bauernrepublik (Viena, 1921). “Yo no he visto más [cuenta el mismo Kautsky] que lo que se puede ver desde la ventanilla de un compartimiento de un tren, o en Tiflis. Tanto más cuanto ignoro las lenguas georgiana y rusa.” Más adelante declara: “Los comunistas me esquivan...” Haría falta añadir todavía que los hospitalarios mencheviques engañaban, a cada paso, a su honorable visitante, que por otra parte se prestaba con gusto a ello. El fruto de una encuesta realizada en condiciones tan favorables fue el opúsculo en cuestión, que corona dignamente la campaña internacional contra Rusia.

[2] Kautsky confunde los acontecimientos y altera la verdad misma, cuando no la necesita para alcanzar lo que se propone: así, cuenta que Tchkeidze y Tseretelli habían encabezado el Soviet de Petrogrado, en 1905. Pero la realidad es otra: nadie, en esa época, habla oído hablar de ellos en Petrogrado.

[3] Shakespeare, El rey Lear.