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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

En el tribunal a puertas cerradas

En el tribunal a puertas cerradas

En el tribunal a puertas cerradas[1]

 

 

11 de diciembre de 1936

 

 

 

En principio, el gobierno había dispuesto que el juicio del grupo de fascistas que invadió mi residencia se realizaría dos semanas antes de las elecciones: el juicio sería su carta de triunfo en la campaña electoral. La prensa oficialista insistía en que los ladrones podrían recibir varios años de cárcel. Pero después que mi espo­sa y yo fuimos arrestados, el gobierno postergó el juicio hasta después de las elecciones y el ministro de justicia empezó a calificar el asunto de "broma infantil". ¡Así es la inviolabilidad de la ley, la santidad de la justicia!

El caso fue tomado por el tribunal distrital de Drammen. El 11 de diciembre debí comparecer como testigo. El gobierno, consciente de que yo no diría nada a su favor ni a favor de sus aliados moscovitas, exigió que el juicio se realizara a puertas cerradas; lógicamente, nadie se opuso. Los acusados, típicos representantes de la juventud pequeño burguesa desclasada, estaban en libertad. En mi carácter de "tes­tigo" de cargo, llegué a la corte escoltado por doce policías.

Dos agentes de policía se ubicaron en los asientos reservados para el público, que estaban vacíos. Los in­felices héroes del asalto nocturno se sentaron a mi de­recha. Me escucharon con toda atención. Los asientos a mi izquierda estaban ocupados por los dieciocho miembros del jurado; obreros y pequeño burgueses. Por último, varios altos funcionarios tomaron asiento atrás.

El tribunal a puertas cerradas me permitió respon­der a todas las preguntas con total libertad. Aunque le di varias oportunidades para hacerlo, el presidente del tribunal no interrumpió mi testimonio ni una sola vez, a pesar de que duró casi cuatro horas porque fue necesario traducirlo del alemán. No tengo en mi poder la transcripción taquigráfica, pero doy fe de que lo que aquí se dice es casi textual, porque lo escribí inmediatamente después, siguiendo un plan preparado de ante­mano. Hablé bajo juramento. Asumo plena responsa­bilidad por lo que digo. El gobierno "socialista" norue­go exigió un tribunal a puertas cerradas; es mi inten­ción abrir las puertas y las ventanas.

 

La causa del arresto domiciliario

 

Después de las preguntas de rutina, el abogado de los fascistas, señor W., inició el interrogatorio.

 

Abogado W: ¿Qué condiciones se le impusieron al testigo a su llegada a Noruega? ¿El testigo ha respetado el acuerdo? ¿Cuál fue la causa de que se lo sometiera a arresto domiciliario?

 

Trotsky: Acepté no intervenir en la política noruega ni realizar, desde este país, actividades hostiles a otros estados. No se me puede reprochar la menor violación de estos acuerdos. La Oficina Central de Pasaportes se ha visto obligada a reconocer que no me he inmis­cuido en los asuntos del país. En cuanto a los demás países, mi actividad ha sido periodística. Es cierto que todos mis escritos son de carácter marxista y, por consiguiente, revolucionario. Pero el gobierno, que suele citar a Marx, conocía mi pensamiento cuando me otor­gó una visa. Mis trabajos y artículos siempre aparecen bajo mi firma y jamás han sido objeto de acciones le­gales.

 

Abogado W: Cuando el ministro de justicia visitó al testigo en Weksal, ¿no le explicó el significado exacto de las condiciones que aceptaba?

 

Trotsky: Es cierto que, poco después de llegar, re­cibí la visita del ministro de justicia, acompañado por el dirigente del Partido Laborista Noruego Martin Tranmael y el señor Kolbjornsen, director de su periódico. Sonriendo tímidamente, el ministro me dijo que esperaba que en mis actividades no habría "espinas" (Stachel) dirigidas contra otros estados. No comprendí el significado de la palabra "espinas", pero puesto que el ministro hablaba mal el alemán, no insistí. Podemos resumir lo esencial de la situación de la siguiente ma­nera: los filisteos reaccionarios creen que quiero con­vertir a Noruega en una base de operaciones para la preparación de conspiraciones, envíos de armas, etcé­tera. Mi conciencia es clara y puedo tranquilizar a los señores filisteos, "socialistas" y demás. Pero no puedo creer que esas "espinas" prohibidas se refirieran a las críticas políticas. Considero que Noruega es un país civilizado y democrático, y no quisiera tener que cam­biar de opinión, ni siquiera en este momento.

 

Abogado W: ¿El ministro de justicia no le advirtió al testigo que no se le permitiría publicar artículos sobre problemas políticos de actualidad?

 

Trotsky: El propio ministro hubiera considerado que semejante interpretación es improcedente. Soy perio­dista político desde hace cuarenta años. Es mi profe­sión, señores del jurado y jueces, y esa profesión es la esencia de mi ser. ¿Exigió el gobierno que pague mi visa renunciando a mis convicciones y al derecho de ex­presarlas? No, con semejante exigencia el gobierno se autocalumniaría. Por otra parte, inmediatamente des­pués de la misteriosa observación del ministro de justi­cia sobre las "espinas", el señor Kolbjornsen me soli­citó una entrevista para Arbeiderbladet. Me dirigí al ministro de justicia en tono de broma: "¿No le parece que esto constituirá una intromisión en la política noruega?" El ministro respondió, textualmente: "No. Le hemos concedido una visa; debemos presentarlo a nuestro público." Parece que está perfectamente cla­ro. Seguidamente, en presencia de Martin Tranmael y del ministro de justicia, y con la aprobación tácita de ambos, dije que el gobierno soviético había brindado ayuda criminal a Italia durante la guerra ítalo-etíope[2]; que, en términos generales, el gobierno de Moscú se había convertido en un elemento conservador; que la casta burocrática de Moscú falsifica sistemáticamente la historia para crearse una imagen más atractiva; que la guerra en Europa será inevitable si la revolución no la impide... y muchas cosas más. Dudo que haya rosas en esta entrevista que Arbeiderbladet publicó el 26 de julio de 1935, ¡pero no le faltan espinas!

Permítaseme señalar que unos meses antes la editorial del Partido Laborista había publicado mi autobiografía. El prefacio de esta obra denuncia impla­cablemente el culto bizantino al "líder" infalible, el absolutismo bonapartista de Stalin y de su camarilla y la necesidad de derrocar a la casta burocrática. Pos­teriormente digo en esas páginas que la lucha contra el bonapartismo soviético es la causa de mi tercer exilio. En otras palabras, si yo estuviera dispuesto a renunciar a esa lucha, no tendría necesidad de gozar de la hospitalidad noruega. ¡Y eso no es todo, señores del jurado y jueces! El 21 de agosto, una semana antes del arresto, Arbeiderbladet publicó en primera plana una larga en­trevista mía titulada "Trotsky demuestra que las acu­saciones de Moscú son un montón de mentiras". Es muy probable que los funcionarios del gobierno hayan leído mis revelaciones sobre las falsificaciones de Mos­cú. La orden de arresto domiciliario, promulgada una semana después, no menciona esta entrevista sobre asuntos de actualidad, llena de "espinas", sino mis viejos artículos publicados en Francia y en Estados Unidos.

La trama resulta clarísima. Además, puedo citar el testimonio del ministro de relaciones exteriores Koht, quien afirmó en un mitin electoral unos diez días antes de mi arresto que "no cabe duda de que el gobierno sabía que Trotsky seguiría escribiendo artículos políti­cos, pero se creyó en el deber de permanecer fiel al principio democrático del derecho de asilo." El dis­curso del señor Koht apareció en el órgano oficial del gobierno. Todos ustedes lo leyeron. El testimonio pú­blico del ministro de relaciones exteriores es la refuta­ción categórica al ministro de justicia. Para ocultarle la verdad al público a último momento, el ministro de justicia requisó la carta (en poder de mis secretarios) donde relató la primera entrevista política que concedí, con su colaboración, a la prensa. Ha expulsado brutalmente de Noruega a mis dos colaboradores. ¿Por qué? Ni siquiera son exiliados. Sus pasaportes están en regla. Y -más importante aún- son hombres de ca­rácter intachable.

Señores del jurado, cuando el gobierno noruego me ofreció asilo, me tendió una trampa. No puedo decirlo de otra manera. ¿No es monstruoso que una oficina encargada de supervisar pasaportes - ¡pasaportes! -controle mis actividades científicas y literarias... y para colmo en otros países? Si los señores Trygve Lie y Konstad hubieran tenido algún poder al respecto, ni el Manifiesto Comunista, ni El Capital, ni muchas otras obras clásicas del pensamiento revolucionario hubieran visto la luz, porque son obras de exiliados políticos. El gobierno aduce como ejemplo pernicioso de mi funesta actividad, un artículo publicado legalmente en Francia y en el semanario burgués Nation de Estados Unidos. Estoy convencido de que ni León Blum ni el presidente de los Estados Unidos han exigido la intervención del director de la oficina de pasaportes contra mis artículos. Moscú exige que se tomen medidas en mi contra, pero el gobierno noruego rehusa admitirlo para no reconocer su dependencia. Por eso justifica su accionar con falsificaciones.

 

Abogado W: ¿Cuál es la actitud del testigo con res­pecto a la Cuarta Internacional?

 

Trotsky: La apoyo. En cierto sentido soy el fundador de esta tendencia internacional y asumo plena responsabilidad por ella.

 

Abogado W: En ese caso, ¿el testigo se aboca al trabajo revolucionario práctico?

 

Trotsky: No es fácil separar la teoría de la práctica, ni tampoco tengo la menor intención de hacerlo. Pero las condiciones de mi vida en la Europa "democrática" no me permiten dedicarme al trabajo revolucionario, cosa que lamento enormemente. Cuando la conferencia pro Cuarta Internacional, reunida el verano pasado, me eligió miembro de su buró en ausencia (digamos de paso que se trata de un título más honorario que práctico), renuncié a este honor por carta, precisamente para que los Konstads de los distintos países no tu­vieran la oportunidad de difundir rumores policíacos.

En lo que se refiere a los cuentos de hadas de la prensa reaccionaria, que me acusa de fomentar la insu­rrección en España, huelgas en Francia y Bélgica, et­cétera, sólo puedo encogerme de hombros. En verdad, la sedición en España es patrimonio de los correligionarios políticos de los acusados y su abogado. Ciertamen­te que si pudiera viajar a España para dedicarme a las tareas prácticas, lo haría de inmediato. Con gusto dedi­caría todas mis fuerzas a ayudar a los obreros españoles a derrotar y destruir al fascismo. Por desgracia, sólo puedo escribir artículos y enviar consejos por corres­pondencia a los individuos o grupos que me los soli­citan.

En concreto, ¿qué quiere el abogado fascista? Esta­mos ante un tribunal, institución creada para castigar las infracciones a la ley. ¿He violado la ley? ¿Cuál ley? Todos ustedes, señores del jurado, saben que otro abo­gado fascista, el señor H., invitó a los tribunales a iniciar una indagación judicial sobre mis actividades, tanto literarias como terroristas. La petición fue dene­gada en dos ocasiones. El procurador fiscal Sund, guardián de las leyes de este país, declaró a la prensa que los materiales en su posesión no le permiten acu­sarme de infringir la ley, ni iniciar una indagatoria judi­cial en mi contra. Esta declaración está fechada el 26 de setiembre, cinco semanas después del juicio de Mos­cú y un mes después de mi arresto. ¡Permítaseme rendir homenaje a la valentía y firmeza del procurador fiscal Sund! En la declaración expresa su desconfianza respecto de los cargos formulados en Moscú y repudia las medidas del gobierno noruego en mi contra. Creo que eso basta.

 

Abogado W: ¿Reconoce el testigo esta carta? ¿Sabe quién la escribió?

 

Trotsky: Es una carta que dicté a uno de mis secre­tarios. Evidentemente fue robada -con perdón de la palabra- por los acusados en su visita indeseada a mi casa. El texto se refiere, en respuesta a una pregunta, a la confianza que un señor X, a quien conozco, puede merecer o no. Nuevamente, me limito a dar un consejo.

 

Abogado W (irónicamente): ¿Solamente consejos? ¿No hay algo más que un consejo?

 

Trotsky: ¿Quiere decir una orden? (Señal de asen­timiento) En los partidos nazis el "jefe" toma las deci­siones y da las órdenes: órdenes terminantes, aun cuando se trate de invadir una casa ajena en horas de la noche. La Internacional Comunista degenerada ha adoptado esa clase de hábitos. La obediencia pasiva y el culto que deriva de ella crean esclavos y lacayos, no revolucionarios. Yo no dirijo instituciones; no soy un jefe ungido por el Señor. Mis consejos son sumamente cautelosos y relativos -no es fácil sopesar todos los factores a distancia- y los interesados los aceptan de acuerdo con la capacidad de engendrar convicciones de los mismos. Evidentemente, los jóvenes que robaron esta carta esperaban encontrar pruebas de conspira­ciones, revoluciones y otros crímenes en mi archivo. En política, la ignorancia es mala consejera. Mis cartas no dicen nada que no pueda leerse en mis artículos. Mi archivo complementa mis actividades periodísticas sin la menor contradicción. Inclusive los que quieren acu­sarme...

 

Presidente del tribunal: No se le acusa de nada. Está aquí en calidad de testigo.

 

Trotsky: Lo sé perfectamente, Su Señoría, pero el señor W...

 

Abogado W: No acusamos a nadie; nos limitamos a defendernos.

 

Trotsky: Naturalmente. Pero defienden un ataque nocturno a mi casa explotando y agrandando toda clase de calumnias, cualquiera sea su origen. Me defiendo de esa "defensa".

 

Presidente del tribunal: Está en su derecho. Puede negarse a responder cualquier pregunta que perjudique sus intereses.

 

Trotsky: No existe tal pregunta, Su Señoría. Estoy dispuesto a responder cualquier pregunta que cual­quier persona tenga a bien formularme. No me interesa un tribunal a puertas cerradas. ¡Todo lo contrario! Dudo que exista en toda la historia una maquinaria para fabricar calumnia tan poderosa como la que se ha puesto en funcionamiento en mi contra. Dicha agencia cuenta con un presupuesto multimillonario. Los señores fascistas y los autotitulados comunistas abrevan en la misma fuente: la GPU. Su colaboración resalta a cada paso, sobre todo en este juicio. Mi archivo es una de las mejores refutaciones de los rumores y calumnias diri­gidos contra mí.

 

Presidente del tribunal: Por favor, sea específico.

 

Trotsky: Permítaseme entrar un poco en detalle. Los archivos que abarcan mis actividades posteriores a junio de 1928 se encuentran en otro país. Los documen­tos más viejos son relativamente escasos. Pero las car­tas recibidas y las copias de las respectivas respuestas a lo largo de los últimos nueve años (y se trata de milla­res de cartas) están a mi disposición. En cualquier momento puedo poner estas cartas a disposición de cual­quier comisión imparcial, de cualquier tribunal. En mi correspondencia no hay lagunas ni huecos. Se desarrolla día tras día, intachablemente completa, y por su carácter continuo puede mostrar mi pensamiento y actividades. No deja lugar para las calumnias.

Permítaseme tomar un ejemplo de un aspecto de la vida que los señores del jurado conocen bien. Ima­ginemos a un hombre devoto, que trata de vivir de acuerdo con los preceptos de la Biblia. Supongamos que en un momento dado sus enemigos, valiéndose de testimonios o documentos falsos, lo acusan de difundir clandestinamente la propaganda antirreligiosa. ¿Qué diría el hombre ante tamaña calumnia? "He aquí mi familia, he aquí mis amigos, he aquí mi biblioteca, mi correspondencia de muchos años, he aquí mi vida entera. Leed mis cartas, escritas a las personas más diversas, acerca de los temas más diversos; interrogad a los centenares de personas que he conocido a lo largo de muchos años, y os convenceréis de que no podría haber realizado actividades contrarias a mi personali­dad, a mi código moral." Este argumento convencería a cualquier hombre honesto y razonable. (Señales de asentimiento del presidente del tribunal y de varios miembros del jurado). Mi situación es análoga a la que acabo de describir.

Desde hace cuarenta años defiendo, en las palabras y en los hechos, las ideas del marxismo revolucionario.

Me atrevo a decir que mi vida entera, específicamente la situación en que me encuentro hoy, es la prueba de mi lealtad a esta filosofía. Esta lealtad para con mis creencias me ha granjeado muchos enemigos. Para debilitar la influencia de las ideas que defiendo -y que el carácter de los acontecimientos de nuestra era confirma en grado creciente- mis enemigos tratan de manchar mi carácter: me acusan de terrorismo individual o, peor aun, de mantener vínculos con la Gestapo. Aquí la malicia venenosa se convierte en estupidez. Cualquiera que sea capaz de pensar, que conozca mi pasado y mi presente, no necesita una indagatoria para refutar estas acusaciones sucias. Para los que se preguntan o tienen dudas, propongo que hablen con numerosos testigos, estudien los documentos políticos más importantes, sobre todo que estudien los archivos del periodo de mi actividad que la GPU trata de enlodar. La GPU es per­fectamente consciente de la importancia de mis archi­vos y no tiene escrúpulos respecto de los medios y ar­bitrios que emplea para apoderarse de ellos.

 

Presidente del tribunal: ¿Qué es la GPU? Los se­ñores del jurado quizás no conozcan el significado de esta palabra.

 

Trotsky: La GPU es la policía política de la URSS. En su momento fue el brazo defensivo de la revolución popular, pero se ha convertido en el brazo defensivo de la burocracia soviética contra el pueblo. La burocra­cia me odia porque combato sus monstruosos privilegios y su absolutismo criminal. Y esa lucha es la esen­cia misma de lo que se llama el "trotskismo". Para dejarme impotente ante la calumnia, la GPU trata de apoderarse de mi archivo, mediante robo, invasión de propiedad o asesinato.

 

Presidente del tribunal: ¿Qué pruebas tiene de esto?

 

Trotsky: El 10 de octubre pasado le escribí a mi hijo en París por segunda o tercera vez: "La GPU hará todo cuanto está en su poder por robar mis archivos. Te pido que coloques los documentos que se encuentran en París en alguna institución científica, quizá [la oficina parisina del] Instituto de Historia Social de Holanda, o, mejor aun, alguna institución norteamericana."[3]

Apenas mi hijo entregó una parte de los papeles al Instituto de Historia Social, la institución fue saqueada. Los criminales emplearon un soplete para violar una puerta, trabajaron en el lugar durante casi toda la noche, registraron todos los estantes y no se llevaron nada -nada, ni siquiera una suma de dinero que había allí- salvo unos cuarenta kilogramos de papeles míos. El método operativo los delata tanto como si el jefe de la GPU hubiera dejado su tarjeta personal en el lugar. Todos los periódicos franceses -salvo, desde luego, l’Humanité, órgano oficial de la GPU - expresaron la convicción (directa o veladamente) de que el robo se había efectuado por órdenes de Moscú. La policía pari­sina rindió homenaje a la eficiencia de la GPU, decla­rando que los ladrones franceses no disponen de herra­mientas tan sofisticadas. Por casualidad, los agentes parisinos de la GPU actuaron con excesiva precipita­ción: la primer remesa de papeles al Instituto de Histo­ria Social incluía apenas la vigésima parte de los docu­mentos que están en París, y se trataba mayormente de viejos periódicos, de interés puramente histórico. Afortunadamente, los ladrones pudieron apoderarse de muy pocas cartas. Pero no se detendrán allí. Antici­po ataques más enérgicos, quizás inclusive aquí en Noruega. Sea como fuere, llamo la atención de los jue­ces sobre el hecho de que la GPU invadió y saqueó el lugar donde están mis archivos poco después de que yo mencioné el Instituto de Historia Social en una carta que pasó por la Oficina de Pasaportes. ¿No tengo razón al afirmar que la GPU tiene agentes en las oficinas noruegas encargadas de controlar mi correspondencia? Si es así, el control se convierte en complicidad directa con los ladrones. La hazaña parisina de los agentes de Stalin me hace sospechar por primera vez que estos ca­balleros (señala a los acusados) también podrían ser agentes de la GPU.

 

Presidente del tribunal: ¿En qué basa su sospecha?

 

Trotsky: Es sólo una hipótesis. Más de una vez me he preguntado: ¿quién les sugirió a estos jóvenes que invadieran mi casa? ¿Quién les proporcionó un aparato tan complejo, utilizado por el ejército, para intervenir mi teléfono? Las últimas elecciones demues­tran que los nazis noruegos constituyen un grupo insignificante. Al principio pensé que la Gestapo buscaba algo, que la Gestapo empleaba este medio para locali­zar a mis correligionarios alemanes. Creo que su parti­cipación en este asunto es casi segura.

 

Presidente del tribunal: ¿Por qué razón?

 

Trotsky: varias semanas antes del ataque los señores fascistas solían aparecer por el jardín e inclusive por la casa, como posibles compradores de la propie­dad. La actitud de los compradores atrajo mi atención varias veces: al toparse conmigo en el jardín o en la casa aparentaban no verme, ya que no tenían la valen­tía de enfrentarse conmigo. En general, el coraje de estos jóvenes no está a la altura de sus viles planes, por eso abandonaron su tarea cuando una jovencita valien­te, Hjordis Knudsen, les opuso resistencia. Pocos días antes del asalto apareció en el jardín un forastero que vestía pantalones tiroleses. Al verme, se alejó. Cuando se le preguntó qué quería, dijo estúpidamente: "Quiero comprar pan", y se presentó como turista austríaco. Pero justamente en ese momento estaba de visita en casa un austríaco, que tras desembarazarse amablemente del individuo nos dijo: "Se dice austríaco, pero su acento es del norte de Alemania." No me cabe duda, señores del jurado, que este turista sospechoso tuvo algo que ver en los preparativos del asalto.

 

El acusado principal, R.H.: Era un turista de Mecklenburg que vestía pantalones tiroleses. Tenía apenas dieciocho años. No tenía nada que ver con el plan. Lo conocimos por casualidad en el hotel...

 

Trotsky: Muy bien. El acusado reconoce que tuvo contacto con el hombre de Mecklenburg que, por algu­na razón que desconocemos, se hizo pasar por austríaco. En cuanto a la edad, el turista no tenía menos de veintitrés años. No tenía por qué venir a nuestra casa a comprar pan, si existen panaderías. Dice que lo conoció por casualidad en el hotel. No lo creo. Afirmo que las únicas palabras veraces que pronunció el acusado son "pantalones tiroleses". Los fascistas, sobre todo los fascistas alemanes, han demostrado gran odio hacia mí. Cuando la prensa francesa realizó una campaña en mi contra, recibió sus materiales más importantes desde Alemania. Cuando la Gestapo descubrió en Berlín un paquete de viejas cartas mías, anteriores a la vic­toria del nazismo, Goebbels hizo pegar carteles por toda Alemania denunciando mis actividades criminales. Mis amigos políticos alemanes han sido condenados a decenas de años de cárcel.

 

Abogado W: ¿Cuándo ocurrió esto?

 

Trotsky: Se los arresta y sentencia continuamente, y en este sentido nada ha cambiado en los últimos meses. Desde mis primeros años de exilio señalé muchas veces en mis escritos que la política de la In­ternacional Comunista en Alemania conduciría a una victoria nazi. En esa época estaba en boga la dichosa teoría del "tercer periodo". Stalin había dicho: "La socialdemocracia y el fascismo no son antípodas, sino ge­melos." Se consideraba que la socialdemocracia era el más peligroso de los dos enemigos. En la lucha contra la socialdemocracia los stalinistas terminaron apoyando a Hitler (en la época del referéndum en Prusia)[4]. La política de la Tercera Internacional fue una sucesión de crímenes. Yo llamaba insistentemente a la forma­ción de un frente único con la socialdemocracia, a la creación de milicias obreras, a la acción seria, no tea­tral, contra las pandillas armadas de la reacción. Se hubiera podido detener al movimiento hitlerista en 1929-32. Pero para ello se necesitaba una política de defensa revolucionaria, no de estupidez burocrática y bravuconada hueca. Los nazis estaban muy al tanto de las diferencias en la clase obrera y comprendían claramente el peligro que les representaría una vigorosa política de frente único. En este sentido, se entiende fá­cilmente que la Gestapo emplee a sus correligionarios noruegos para apoderarse de mi correspondencia.

Pero también cabe otra explicación. Al preparar el juicio de Moscú, es dable pensar que la GPU se intere­saría por mi archivo. Organizar un asalto con "comu­nistas" hubiera significado ponerse en descubierto. Era más conveniente usar fascistas. Por otra parte, la GPU tiene agentes en la Gestapo, así como la Gestapo tiene agentes en la GPU. Cualquiera de los dos hubiera podido emplear a estos jóvenes para llevar a cabo su plan.

 

Acusado R.H. (agitado): ¡No estábamos en contacto con la Gestapo ni con la GPU!

 

Trotsky: No digo que los acusados conocieran a quienes los usaban. La juventud fascista está destinada a servir de carne de cañón para fuerzas que desconocen por completo.

 

Abogado W. (muestra algunos ejemplares del Biu­lleten Oppozitsii, publicado en ruso): ¿El testigo es el director de esta publicación?

 

Trotsky: Formalmente, no. Pero soy el colaborador principal. En todo caso, asumo plena responsabilidad por esta publicación.

 

Abogado W. (después de que el tribunal hubo escu­chado, a su pedido, fuertes críticas a la burocracia soviética tornadas del Biulleten): llamo la atención del tribunal sobre el hecho de que el testigo escribió estos artículos durante su estadía en Noruega, por consiguiente trató de provocar la caída del gobierno cons­tituido de un estado con el cual Noruega mantiene rela­ciones amistosas.

 

Trotsky: Compruebo con interés que los fascistas noruegos defienden al régimen de Stalin en contra mía. Además, junto con el director de la Oficina de Pasapor­tes, me reprochan el haber criticado la política de León Blum en Francia. Evidentemente, defienden todos los gobiernos existentes menos el suyo; aquí se reservan el derecho del derrocamiento por la fuerza. Su ataque contra mi podría parecer un episodio más bien insignificante si se lo toma aisladamente. Pero si reflexionamos un poco comprobamos que estamos ante la primera escaramuza de una guerra civil. (El abogado W. levanta los hombros en expresivo gesto de asombro). Sí, sí, ya sé, se hace en nombre del "orden". El general Franco se alzó en nombre del "orden". Hitler prepara una guerra mundial para defender el "Orden" frente al bolchevismo. Los fascistas salvan el orden instituyendo el sangriento desorden. Los fascistas noruegos empeza­ron tratando de desordenar mis papeles. Pero eso es porque todavía son demasiado débiles como para cometer otros crímenes.

 

Abogado W.: ¿El Biulleten está proscrito en Rusia?

 

Trotsky: Por supuesto.

 

Abogado W: Sin embargo, dice que sus ideas tienen numerosos partidarios en la URSS. Así vemos que el testigo, durante su estadía en Noruega, ha enviado clandestinamente el Biulleten a Rusia.

 

Trotsky: Yo personalmente, no lo hago. Sin embar­go, no me cabe duda de que el Biulleten y sus ideas llegan a la URSS. ¿Cómo? De muchísimas maneras. En todo momento hay centenares, cuando no miles, de ciudadanos soviéticos en el extranjero: diplomáticos, delegaciones comerciales, marineros, hombres de negocios, técnicos, estudiantes, artistas, atletas. Algu­nos leen el Biulleten, por supuesto que clandestina­mente, pero lo prefieren a la prensa soviética oficial. Me he enterado de que el mismísimo Litvinov siempre lleva un ejemplar de la última edición del Biulleten en el bolsillo. Sin embargo, no lo afirmo bajo juramento porque no quiero crearle problemas a este diplomático soviético. (Sonrisas en el tribunal). Los dignatarios del Kremlin son los suscriptores más fieles del Biulle­ten, con el cual suelen polemizar en sus discursos. Que les guste, es otra cosa. Al leer estos discursos en la prensa, los ciudadanos soviéticos tratan de leer entre líneas. Es poco, pero es algo.

Aprovecho esta oportunidad para señalar que el Biulleten aparece desde hace ocho años: en ese periodo residí principalmente en Turquía y en Francia. Hasta 1933 el Biulleten apareció en Alemania; Hitler lo pros­cribió cuando llegó al poder. En este momento, el Biu­lleten aparece en Francia, en conformidad con las leyes de prensa francesas. El gobierno turco mantiene rela­ciones estrechas con el Kremlin, pero nunca trató de interferir en mi actividad literaria. El honor de iniciar esta tarea pertenece en primer lugar a Hitler, en segun­do lugar a los fascistas noruegos y en tercer lugar al gobierno noruego.

 

Abogado W. (muestra el testigo el Biulleten Nº 48): ¿El testigo es el autor del editorial sin firma de esta edición ["Acerca de la sección soviética de la Cuarta Internacional"]?

 

Trotsky: ¿Al abogado defensor también le interesa este artículo? Me veo obligado a señalar una coinci­dencia notable. Hace un par de semanas el jefe de la policía noruega, señor Askvig, aquí presente, vino a verme a Sundby (donde cumplo mi arresto domicilia­rio) para hacerme la misma pregunta sobre el editorial del Biulleten de febrero de 1936... en nombre de la Ofi­cina de Pasaportes. Le pregunté si el señor Konstad pensaba entablar una indagatoria judicial. En ese caso, ¿sobre qué bases? ¿En virtud de qué ley? Consideré que la pregunta del señor Konstad era insolente y me negué a responder. Y ahora el mismo ejemplar del Biulleten está en manos del abogado W...

 

Presidente del tribunal: El abogado defensor tiene el derecho de conocer todos los materiales relacionados con la investigación preliminar.

 

Trotsky: Perfectamente. Pero, ¿quién introdujo esta edición del Biulleten en la investigación preliminar?

 

Procurador fiscal: La defensa solicitó que se lo in­cluyera en el proceso. Yo me opuse, porque no veo qué relación existe entre el documento y el caso.

 

Trotsky: Por consiguiente, señores del jurado y jue­ces, el director de la Oficina de Pasaportes trató de sonsacarme ilegalmente, por intermedio de la policía, in­formes que pudieran ayudar a la defensa de quienes asaltaron mi vivienda. ¿No es un escándalo? ¡Y el gobierno "socialista" confía la supervisión de mi corres­pondencia a este caballero!

En cuanto al artículo, no tengo razón alguna para negar ante este tribunal que yo soy el autor. Además, apareció bajo mi firma en varios periódicos de Europa y Estados Unidos. El artículo se refiere a la persecución a los trotskistas en la URSS. He escrito decenas de artículos similares. Se diría que el abogado defensor se empeña en impedirme criticar a la policía stalinista. No me sorprende: los fascistas roban mis papeles en Noruega, la GPU los roba en París, y esta unidad de acción engendra mancomunidad de intereses.

 

(Tras leer algunos pasajes del artículo en cuestión, el abogado W. le muestra al testigo un libro publicado en París en 1936: Terrorismo y comunismo, por León Trotsky)

 

Abogado W: ¿El testigo es el autor del prefacio de este libro, fechado en 1936 y, por consiguiente, escrito en Noruega?

 

Trotsky: La pregunta es innecesaria. El prefacio lleva firma y fecha. El libro apareció en 1919 y luego fue traducido a varios idiomas. El origen de esta obra es el siguiente: Karl Kautsky, el teórico de la Segunda Internacional, había escrito un libro contra el "terrorismo" de los bolcheviques. Yo salí en defensa de mi par­tido. Desde luego, no se trata del terrorismo individual, que los marxistas siempre rechazamos, sino de la ac­ción revolucionaria de las masas. No sé si la Oficina de Pasaportes considera que este libro es criminal o no, pero el ministro de justicia, el presidente del consejo y otros miembros del gobierno noruego estaban en la In­ternacional Comunista en la época en que apareció este libro. Todos lo han leído. Cuánto recuerdan o has­ta qué punto lo entendieron es otro asunto...

 

(A pedido del abogado W. se leen varios pasajes del prólogo del libro)

 

Trotsky: Está claro que los acusados cometieron un error al robar mis papeles: el carácter revolucionario de mi programa está mucho más extensa y vigorosamente expresado en mis libros. Ni los medicamentos de la Oficina de Pasaportes noruega me curarán de mis ideas subversivas.

 

Abogado W. (muestra como prueba otro libro de León Trotsky, La revolución traicionada): ¿El testigo escribió este libro en Noruega?

 

Trotsky: Sí, y tuve la suerte de poder terminarlo y enviar dos manuscritos para ser traducidos en Francia y Estados Unidos, antes de mi arresto. Las otras copias del manuscrito cayeron en manos de la Oficina de Pa­saportes que, con ayuda de estudiosos y diplomáticos, se pasó dos meses tratando de descubrir si yo había escrito una obra científica o política. Al recibir las copias de la edición francesa el señor Konstad com­prendió que sus esclarecidos esfuerzos eran vanos; lo cual no me ahorró bastante angustia mental y pérdidas materiales. Sin embargo, nadie, fuera de Noruega, pro­testó por la publicación de este libro. Por el contrario, he podido comprobar con satisfacción que el público francés lo recibió muy bien.

 

Abogado W.: ¿Al decir "muy bien" el testigo quiere decir que fue muy leído?

 

Trotsky: Eso, y algo más. Me refiero a los artículos suscitados por este libro en toda clase de periódicos, de las más diversas tendencias. Naturalmente, la mayoría de las publicaciones repudia implacablemente mis conclusiones políticas. Pero casi todos los críticos llevan mi libro a la atención del público lector. El señor Caillaux, ex presidente del Consejo [de diputados de Francia], a quien de ninguna manera puedo considerar un correligionario político, fue uno de los primeros que expresó una opinión al respecto. Podría citar muchas otras opiniones.

Pero, señores del jurado, ¿no es asombroso, no es gracioso que por alguna razón yo me vea obligado a defender ante un tribunal noruego mi derecho de pu­blicar libros en Francia? El gobierno noruego se ha colocado en una posición de la que ya no podrá salir con dignidad.

 

(A pedido del abogado, el testigo traduce del fran­cés al alemán algunos pasajes del libro, donde se dis­cute el derrocamiento inevitable de la burocracia bona­partista por las masas trabajadoras de la URSS.)

 

Abogado W.: Quiero subrayar que estas páginas fue­ron escritas en Noruega.

 

Trotsky: Y yo quiero subrayar que la oligarquía soviética tiene defensores alertas -espero que desin­teresados- entre los fascistas noruegos. Sea como fue­re, Stalin y el señor Quisling[5] han colaborado en mi arresto.

 

El juicio de Moscú

 

(Tras un receso de media hora, el abogado defensor W. lee ante el tribunal, en alemán, una crónica del juicio de los dieciséis y le formula una pregunta al testigo. El abogado procurador objeta la pregunta por irrelevan­te, tanto más cuanto que el asalto fascista contra la casa de Trotsky fue anterior al anuncio del juicio de Moscú. El presidente del tribunal da lugar a la objeción.)

 

Trotsky: Recomiendo enérgicamente al tribunal que le brinde al abogado defensor la oportunidad de for­mularme todas las preguntas que considere oportunas, sobre todo con respecto al juicio de Moscú. Es cierto que el juicio fue posterior al asalto contra mi casa. Pero es posible que el ataque solo haya sido un episodio en la preparación del juicio de los dieciséis, así como el robo de mi archivo en París es seguramente una parte de los preparativos de un nuevo juicio. Por otra parte, al tribunal le interesa conocer el carácter moral y político del testigo.

 

Presidente del tribunal: Dado que el testigo está dispuesto a responder a las preguntas, el tribunal no tiene objeciones.

 

Abogado W.: ¿Qué puede decir el testigo sobre las causas de ese juicio?

 

Trotsky: La pregunta es demasiado vaga. Estamos en un tribunal de justicia. El abogado defensor es un jurista. No nos interesan las "causas". Debió formular la pregunta con mayor precisión: ¿las acusaciones for­muladas en contra mía en el juicio de Moscú son ver­daderas? Respondo: no, son falsas. ¡No tienen una sola palabra de verdad! Y no se trata de un error legal o judicial, sino de una trama deliberada. La GPU empezó a preparar este juicio hace por lo menos diez años. Es decir que comenzó a prepararlo mucho antes del asesi­nato de Kirov, que sólo fue un "accidente" en el curso de los preparativos. Yo tuve tanta participación en el asesinato de Kirov como cualquiera de los presentes. La misma, señores del jurado. El principal organizador de la falsificación legal de Moscú, el crimen más grande de nuestro tiempo y quizás de todos los tiempos, es Stalin. (Todos escuchan con gran atención). Soy ple­namente consciente de la gravedad de mis palabras y de la responsabilidad que asumo. Sopeso cada pala­bra, señores del jurado.

Continuamente leemos artículos periodísticos que achacan todo el asunto a la enemistad personal de Stalin y Trotsky. Hablan de "lucha por el poder" y "rivalidad". Debemos rechazar estas explicaciones por superficiales, estúpidas, inclusive absurdas. Desde hace trece años, en la URSS, decenas de miles de lla­mados trotskistas sufren persecuciones rabiosas, son arrancados de su trabajo y su familia, pierden sus hoga­res y todo lo demás, en muchos casos la vida: ¿todo esto puede atribuirse a la rivalidad personal entre Sta­lin y Trotsky? La revolución traicionada, el libro que tanto molesta al abogado defensor, fue escrito antes del juicio de Moscú; la prensa reconoce que allí está la verdadera explicación política e histórica del juicio. Sólo podré referirme a eso muy brevemente aquí. Puedo entender la vergüenza que un forastero, sobre todo un jurista, sentiría ante el juicio de Moscú. Nadie puede creer que toda la Vieja Guardia bolchevique se haya vuelto fascista. Hasta el propio juicio parece una pesadilla. En general, muchos no entienden qué necesidad tuvo el gobierno soviético de montar esta pesa­dilla, ni cómo logró que los acusados presentaran falso testimonio en contra de sí mismos.

Permítaseme decir que es imposible analizar el juicio de Moscú con los criterios ordinarios del sentido común. Este se basa en las experiencias cotidianas de una vida normal y pacífica. Ahora bien, Rusia ha pasado por una revolución social de envergadura colosal. Le falta mucho para alcanzar un nuevo equilibrio inter­no. Tanto las relaciones sociales como las ideas siguen estando sumamente trastornadas. Lo primero a tener en cuenta es la contradicción fundamental que desga­rra hoy a la sociedad soviética.

La revolución tuvo por objetivo crear una sociedad sin clases, es decir, sin una mayoría desposeída y una minoría privilegiada. Una sociedad de este tipo no necesitaría el poder coercitivo del estado. Los fundadores del régimen supusieron que todas las funciones sociales serían desempeñadas por los propios ciudada­nos, sin una burocracia profesional que dominara a la ciudadanía en su conjunto. Diversas causas históricas, que no mencionaré aquí, han conspirado para que la estructura real de la sociedad soviética actual entrara en contradicción flagrante con este ideal. Una burocra­cia absolutista se ha encaramado por encima del pue­blo. Posee el poder y controla las riquezas del país. Goza de privilegios inauditos, que aumentan año a año.

La posición de la casta que detenta el poder es esen­cialmente falsa. Se ve obligada a ocultar sus privile­gios, a mentirle al pueblo, a emplear fraseología comunista para justificar relaciones y hechos que no tienen nada que ver con el comunismo. El aparato buro­crático no permite que nadie llame a las cosas por sus verdaderos nombres. Todo lo contrario: exige constan­temente que se emplee la terminología "comunista" convencional... lo cual sirve para ocultar la verdad. Las tradiciones del partido y sus documentos fundamenta­les se encuentran en franca contradicción con la reali­dad imperante. Por consiguiente, la oligarquía domi­nante obliga a historiadores, economistas, sociólogos, profesores, maestros, propagandistas, jueces, a interpretar los documentos y la realidad, pasada y presente, de manera tal que concuerden, al menos en las apa­riencias. La ideología oficial está preñada de mentiras obligatorias. La gente piensa una cosa y escribe y dice otra. El abismo entre la palabra y la realidad crece continuamente; año a año se revisan las formulaciones sacrosantas. Examínense las sucesivas ediciones de un mismo libro, por ejemplo una enciclopedia, y se verá que cada nueva edición contiene evaluaciones dife­rentes sobre las mismas personas, los mismos hechos algunas más y más halagüeñas, otras más y más insultantes. Bajo el azote de la burocracia miles de hombres realizan un trabajo sistemático de falsificación "científi­ca". La menor sombra de crítica o de objeción, el menor desacuerdo, son castigados como crímenes in­fames.

Puede decirse sin temor a exagerar que la burocra­cia ha saturado la atmósfera política de la URSS con el espíritu de la Inquisición. Las mentiras, calumnias y falsificaciones no son armas circunstanciales que se esgrimen contra adversarios políticos, sino una deriva­ción orgánica de la posición falsa de la burocracia en la sociedad soviética. La prensa de la Internacional Comunista, como el periódico que ustedes conocen, es sólo un pálido reflejo de la prensa soviética. Pero la realidad se hace sentir a cada paso, desenmascara la mentira oficial y avala la crítica de la Oposición: de ahí que la burocracia deba recurrir a métodos cada vez más fuertes para demostrar su infalibilidad. Al principio relevaban a los opositores de sus funciones, luego los deportaban a zonas alejadas y por último les negaban trabajo. Fueron objeto de calumnias cada vez mas vene­nosas. Cuando el público se cansó y dejó de dar crédi­to a los artículos polémicos, se hizo necesario montar los juicios sensacionales. Realmente no les quedaba otro recurso que el de acusar a sus adversarios de criminales, no contra los privilegios de la nueva aristo­cracia, sino contra los intereses del pueblo. En cada nueva etapa las acusaciones se volvían mas monstruosas. Esa es la atmósfera política y la sicología social que han posibilitado el espectáculo dantesco del juicio de Moscú. En el juicio a Zinoviev, la burocracia alcan­zó la cumbre -mejor dicho, cayó al pozo- máxima.

Si en términos generales la preparación del juicio fue muy prolongada, hay muchos factores que nos hacen pensar que el desenlace se anticipo unas sema­nas, quizás unos meses, a los deseos de sus responsa­bles. La impresión causada por el asalto de estos caba­lleros, los acusados aquí presentes, se contrapuso a los planes de Moscú. La prensa de todo el mundo habla­ba, y con razón, de los vínculos entre los nazis noruegos y la Gestapo. Se iba a realizar un juicio en el curso del cual quedarían revelados en toda su gravedad mis antagonismos con los fascistas. Era necesario borrar a toda costa la impresión causada por la desafortunada aventura. Es muy probable que Stalin exigiera a la GPU que acelerara el juicio. Los datos oficiales demuestran que las "confesiones" más importantes les fueron arrancadas a los acusados en la última semana de la in­vestigación preliminar, en vísperas del juicio, entre el siete y el catorce de agosto. Con tanto apuro, resultaba difícil lograr que los testimonios concordaran entre sí y con los hechos. Además, los directores de escena necesitaban las confesiones de los acusados para llenar baches en las acusaciones. A partir de que los dieci­séis acusados se reconocían culpables del asesinato de Kirov o de preparar otros asesinatos -algunos inclusive confesaron vínculos con la Gestapo- ¿por qué el fiscal habría de molestarse en encontrar pruebas, eliminar contradicciones flagrantes, anacronismos, disparates? Dado que no tienen que rendirle cuentas al pueblo, prestan poca atención a los detalles; dado que no son responsables ante un electorado, se vuelven descuidados. El fiscal Vishinski no sólo carece de escrúpulos; carece también de talento. Sustituye las pruebas por la invectiva. En la declaración de las acusaciones, en el pedido de penas, las contradicciones se amontonan unas sobre otras.

Evidentemente no puedo analizar, ni siquiera enumerar, estas contradicciones aquí. Mi hijo mayor, León Sedov, a quien el Borgia de Moscú metió en este caso para alcanzarme a mí (creía indudablemente que a mi hijo le resultaría más difícil encontrar coartadas que a mí) publicó hace poco en París un Libro Rojo, dedicado al juicio de Moscú. Las ciento veinte páginas de este documento revelan la incoherencia de las acu­saciones desde el punto de vista fáctico, psicológico y político. Sin embargo, mi hijo no tiene acceso ni a la décima parte de los documentos a mi disposición (cartas, artículos, testimonios de testigos, recuerdos personales). Ante cualquier tribunal los acusadores de Moscú hubieran aparecido como falsificadores que no reparan en medios para defender los intereses de la nueva casta privilegiada.

Algunos juristas occidentales (el señor Pritt en In­glaterra, el señor Rosenmark en Francia) se basan en las confesiones "plenas" de los acusados para presentarle un certificado de buena moral a la GPU. Al­gún día estos defensores legales de Stalin lamentarán su celo precipitado e irreflexivo; la verdad, superando todos los obstáculos, destruirá más de una reputa­ción. Los Pritts engañan al público presentando las cosas como si dieciséis personas, sospechosas de per­tenecer a una pandilla de criminales, hubieran entregado confesiones que, a pesar de la ausencia total de pruebas materiales, pintan un cuadro convincente de los preparativos para el asesinato de Kirov y otros crímenes. En realidad, los acusados y grupos de acusados del juicio de los dieciséis no estaban vinculados entre sí, ni por el caso Kirov, ni por ningún otro caso. En los documentos oficiales leemos que después del asesinato de Kirov fueron fusilados ciento cuatro "guardias blancos" desconocidos (entre los cuales había mas de un militante de la Oposición) y luego catorce personas, acusadas falsamente o por asociación con el grupo de Nikolaev que asesinó a Kirov, también fueron fusiladas. Los catorce también habían "con­fesado", sin embargo nadie mencionó a ninguno de los futuros acusados del juicio de los dieciséis. El caso Zinoviev-Kamenev es una fabricación de Stalin que no tiene nada que ver con el juicio anterior del caso Kirov. Las "confesiones" de los dieciséis, obtenidas en etapas sucesivas, no proporcionan un cuadro de la actividad terrorista de la persona en cuestión. Por el contrario, se comprueba cómo los acusados, guiados por los acusadores, evitan cuidadosamente toda men­ción concreta de tiempo y lugar. Acabo de recibir el informe oficial sobre el juicio de Moscú. ¡Este librito condena a quienes perpetraron el fraude judicial! ¡Página tras página los acusados, presos de una especie de histeria, denuncian sus propios crímenes sin po­der decir nada concreto! No pueden decir nada con­creto, señores del jurado, porque no han cometido nin­gún crimen. Sus confesiones debían permitirle a la camarilla que detenta el poder poner fin a sus adversarios, incluyéndome a mí, su "enemigo numero uno".

"¿Pero por qué, qué razón tendrían los acusados para atribuirse crímenes que jamás cometieron y provo­car así su propia destrucción?", preguntan los aboga­dos de la GPU. Es una objeción profundamente desho­nesta. ¿Los acusados confesaron por propia voluntad?

En el curso de muchos años la garra que los apreta­ba se fue estrechando más y más, de modo que al final su única esperanza de salvación estaba en la sumisión absoluta, la postración total, el servilismo histérico en presencia del verdugo, cuyas palabras y gestos debían imitar. La capacidad de resistencia del sistema nervioso humano tiene límites. La GPU no necesitó torturas físicas ni drogas especiales para llevar a los acusados a un estado tal en que sólo podían buscar la salida de su situación intolerable en la complicidad ilimitada con  su propia denigración. Todo lo que se necesitó para llevarlos a ese estado fue la humillación, el sufrimiento y la tortura mental continuas, aplicadas contra los acusados más prominentes y sus familias durante un periodo de diez años (para algunos, trece años).

La pesadilla de las "confesiones" resulta explica­ble si uno no pierde de vista por un solo instante que, a lo largo de estos años, los acusados renegaron de sus creencias en muchas ocasiones: ante la comisión de control partidaria; ante asambleas; nuevamente ante las comisiones y, por fin, ante un tribunal. En cada ocasión confesaban exactamente lo que se les obligaba a confesar. Al principio se trataba de cuestiones pro­gramáticas. La Oposición había luchado durante mucho tiempo por la industrialización y colectivización de la agricultura. La burocracia se resistió durante mucho tiempo, pero finalmente se vio obligada a tomar ese camino. ¡Entonces acusó a la Oposición de oponerse a la industrialización y a la colectivización! ¡Allí tienen ustedes la síntesis del método stalinista! Luego se les exigió a los militantes de la Oposición que querían volver al partido que se reconocieran culpables del "error" cometido por la burocracia. Pudo realizar esta maniobra jesuítica debido a que las ideas de la Oposi­ción sólo eran accesibles a algunas decenas o cientos de miles de personas, sobre todo de los estratos superiores de la sociedad; las masas populares las desconocían debido a que la burocracia obstaculizaba implacablemente la difusión de nuestros escritos.

Tras las bambalinas se realizaban largas y penosas negociaciones entre los militantes de la Oposición arre­pentidos y los funcionarios de las comisiones de control, que en realidad son organismos de la GPU: ¿cuáles eran los errores a reconocer y de qué manera debían hacerlo? Los jesuitas de las comisiones de control siempre acababan por imponerse. Los dirigentes par­tidarios sabían muy bien que estos actos de arrepenti­miento carecían de todo valor moral y que su único fin era el de reafirmar ante las masas el dogma de la infalibilidad de los jefes. Más adelante la burocracia em­pezó a exigirle renunciamientos nuevos y aún más humillantes al mismo adversario que ya se había arre­pentido (es decir, renunciado a su derecho a criticar) mucho tiempo atrás. A la primera señal de resistencia el inquisidor respondía: "¡Ajá, de manera que todas tus declaraciones anteriores de arrepentimiento no eran sinceras! ¡No quieres ayudar al partido a comba­tir a sus enemigos! ¡Quieres volver al otro lado de la barricada!"

¿Qué alternativa les quedaba a los capituladores -los ex militantes de la Oposición- que ya habían caído en la autodenigración? ¿Resistir? Demasiado tarde. Ya estaban atrapados. No podían volver a la Oposición: ésta no les hubiera brindado su confianza. Por otra parte, ya no les quedaba voluntad política. Su autode­nuncia previa los había aplastado, el peligro era cons­tante, las amenazas de represalias contra sus familias no cesaban, la policía los chantajeaba, y así es como doblaron la rodilla a cada paso y se hundieron cada vez más.

En el primer juicio a Zinoviev y Kamenev [1935], tras sufrir horrendas torturas mentales, los acusados resolvieron aceptar la responsabilidad moral por los actos terroristas que se les imputaban, en su carácter de ex militantes de la Oposición. Poco después la GPU empezaría a utilizar la confesión como punto de partida para un nuevo chantaje. A una señal de Stalin la prensa oficial empezó a exigir la pena de muerte. La GPU or­ganizaba manifestaciones frente a la sala del tribunal, al grito de "¡Muerte a los asesinos!" Así prepararon a los condenados para sus nuevas confesiones. Kame­nev resistió más que Zinoviev. El 27 de julio de 1935 le celebraron un nuevo juicio, a puertas cerradas, para darle a entender que su única esperanza de salvación -mejor dicho, sombra de esperanza- radicaba en la colaboración absoluta con quienes estaban en el poder. Aislado del mundo exterior, careciendo de seguridad interna, vulnerable, sin perspectivas, sin un rayo de luz, Kamenev se quebró. Los acusados que a pesar de las torturas inconfesables siguieron defendiendo su dignidad, fueron fusilados sin juicio ni publicidad por la GPU. Así es como Stalin "seleccionó" y preparó a los acusados del reciente juicio de Moscú. Esa es la realidad, señores del jurado. Lo demás es mentira y engaño.

"¿Por qué ocurren estas cosas?", se preguntarán. Porque se busca aplastar todo lo que sea oposición, crítica, desmoralizar y enlodar a todo el que se oponga a la burocracia o simplemente se limite a no cantarle loas. Y no sólo en este punto se realiza esta obra diabólica en contra mía. Pero debo remontarme a una fecha an­terior.

En 1928, tras los primeros arrestos masivos en el partido, la burocracia ni siquiera se atrevía a soñar con la liquidación física de la Oposición. Al mismo tiempo, no podía sentarse a esperar su capitulación. Yo dirigía la lucha desde el lugar donde me habían deportado [Alma Ata]. Por fin, la camarilla en el poder no pudo encontrar otra solución que la de desterrarme, completamente, expulsarme del país. En la reunión del Buró Político (mis amigos me enviaron un informe que inmediatamente di a publicidad), Stalin dijo: "En el ex­terior Trotsky quedará aislado. Tendrá que escribir para la prensa burguesa, lo cual nos dará la oportuni­dad de enlodarlo. La socialdemocracia lo defenderá y nosotros lo desacreditaremos a la vista del proletariado mundial. Si revela algo, lo acusaremos de traidor."

A ese cálculo astuto le falta perspicacia. Stalin no tuvo en cuenta la fuerza y la importancia de las ideas. En el extranjero publiqué obras destinadas a educar a la juventud. En todos los países se organizaron grupos que comparten mis ideas. Surgieron periódicos basados en el programa que sustento. Recientemente se realizó un congreso internacional bajo la égida de la Cuarta Internacional. Golpeado por sus enemigos, el movi­miento sigue creciendo, mientras que la Internacional Comunista cae en las garras de la confusión y del desor­den. Ahora que ha perdido autoridad internacional, Stalin no puede retener el mando sobre la burocracia y, por consiguiente, el poder sobre el pueblo. El creci­miento de la Cuarta Internacional, de la cual llegan noticias a la Unión Soviética, constituye un grave peligro para él. En fin, no hay nada que la camarilla dominante tema más que a las tradiciones vivas de la Revolución de Octubre, inexorablemente hostiles a la nueva casta privilegiada.

Es por todo esto que la lucha de Stalin y su grupo contra mí jamás cesa ni por un solo instante. Todas las capitulaciones de los últimos trece años contienen al­guna declaración en mi contra. Las declaraciones indi­viduales o colectivas de este tipo se cuentan por dece­nas de miles. Sin repudiar a Trotsky, sin denigrar a Trotsky, ningún ex militante de la Oposición puede soñar con volver al partido, ni siquiera con conseguir un pedazo de pan. Año a año los renunciamientos se vuel­ven más humillantes, los insultos contra Trotsky más groseros, las calumnias más mendaces. Se educa a los acusados y a sus jueces en este espíritu. Paso a paso llegan a su grado de desmoralización actual. El organi­zador de todo esto, el responsable de la desmoraliza­ción -nuevamente, lamento tener que decirlo en un tribunal a puertas cerradas- es Stalin. El juicio re­ciente no cayó como trueno de un cielo despejado. Es la consumación de una larga serie de renunciamientos falsos en contra mía. Cuando Stalin comprendió el error que había cometido al desterrarme, trató de repararlo a su manera, con sus métodos típicos. El fraude judicial que ha asombrado a la opinión pública mundial fue tan sólo un eslabón inevitable en una larga cadena de hechos. Lo previmos y anunciamos públicamente.

El juicio reciente se basó en la acusación de terro­rismo. Señores del jurado: si yo creyera que el terro­rismo individual sirve a la causa de la liberación de la humanidad, no lo dejaría de propagandizar y aplicar. Con frecuencia mis enemigos me han acusado y perse­guido por mis ideas. Es lo que acaba de hacer el go­bierno noruego. Pero hasta el momento nadie me ha acusado de ocultar mis ideas. Si invariablemente me pronuncio contra el terrorismo individual -y esta posición no data de ayer, sino de los primeros días de mi actividad revolucionaría- es porque lo considero no sólo ineficaz sino, peor aun, nefasto para el movimiento obrero. En Rusia había dos partidos terroristas, conocidos en el mundo entero: el Voluntad del Pueblo (Narodnik) y el Partido Social Revolucionario. Los mar­xistas rusos nos organizamos como partido de masas en el curso de una lucha intransigente contra el terroris­mo individual. Nuestro argumento principal era que este método desorganiza más al partido revolucionario que al gobierno. No es por nada que la burocracia bona­partista de la URSS busca ávidamente esta clase de crimen, o inclusive lo inventa, para achacárselo luego a sus adversarios políticos. El asesinato de Kirov no podía conmover siquiera mínimamente el poder absolu­to de la burocracia. Por el contrario, le dio la oportuni­dad esperada de exterminar a centenares de personas a quienes temía, de enlodar a sus adversarios, de sem­brar la confusión en las mentes de los obreros. Los re­sultados de la aventura de Nikolaev confirmaron totalmente -no podía ser de otra manera- el repudio tradicional del marxismo al terrorismo, repudio al que soy fiel desde hace cuarenta años y del que ni soñaría apar­tarme hoy.

Si aparecen tendencias terroristas en determinados sectores de la juventud soviética, eso no es resultado de la actividad política de la Oposición, sino, por el con­trario, de la derrota de la Oposición, de la prohibición de pensar y protestar: son el resultado de la ira y la desesperación. La GPU se apropia ávidamente de los sentimientos terroristas, los fomenta, crea una especie de organización clandestina en la que el desgraciado terrorista se encuentra rodeado de agentes provoca­dores. Así ocurrió en el caso de Nikolaev. Sí uno estudia cuidadosamente los documentos oficiales, comprende sin lugar a dudas que Stalin, Iagoda y el propio Kirov sabían que se estaba preparando un atentado en Leningrado. La GPU sólo tenía que inmiscuir a los dirigentes de la Oposición, luego descubrir la conspiración en vísperas del atentado y cosechar los beneficios políti­cos. ¿Nikolaev era agente de la GPU? ¿Era un agente doble? Verdaderamente, no lo sé. Sea como fuere, apretó el gatillo antes de que Stalin e Iagoda tuvieran tiempo de implicar a sus enemigos políticos. A partir de los primeros meses de 1935, basándome únicamente en los documentos oficiales, desenmascaré la provocación policial en el caso Kirov. (Publiqué un tra­bajo bajo el título de La burocracia stalinista y el asesinato de Kirov) Escribí que el fracaso de la intriga, lo cual le costó la vida a Kirov, lejos de detener a Stalin, lo obligaría a montar un caso mucho más grande. No era necesario poseer el don de la profecía para preverlo bastaba conocer las circunstancias, los hechos y las personas.

Como ya he señalado, la GPU obtuvo un solo bene­ficio con el asesinato de Kirov: todos los acusados reco­nocieron -con el caño de una pistola apoyada en la sien- que la responsabilidad moral del crimen cometi­do por Nikolaev recaía sobre ellos. Ni los acusados, ni los jueces, ni la opinión pública estaban preparados para otra cosa. Pero no todo estaba perdido. Stalin estaba resuelto a capitalizar el cadáver de Kirov. La GPU empezó a exhumar periódicamente el cadáver para nuevas acusaciones, confesiones, ejecuciones. Después de un periodo de entrenamiento psicológico de dieciocho meses, durante el cual los acusados más im­portantes permanecieron en la cárcel, la GPU les presentó el ultimátum: tendrían que ayudarle a rastrear el hilo de la acusación de terrorismo hasta Trotsky. En la indagatoria preliminar del juicio a los dieciséis el problema sólo se pudo haber planteado de la siguiente manera:

"Ustedes ya no nos resultan peligrosos -habrán dicho los agentes de Stalin a Zinoviev, Kamenev y los demás presos-. Ustedes lo saben. Pero Trotsky no se rinde. Nos combate en el terreno internacional. La guerra se avecina" (los bonapartistas siempre apelan a los sentimientos patrióticos). "Debemos liquidar a Trotsky a cualquier precio y sin demora. Comprométan­lo. Inmiscúyanlo en los atentados terroristas. Vincúlenlo a la Gestapo."

Pero nadie nos creerá -habrán dicho los acusados de siempre-. Nos comprometeremos nosotros sin afec­tarlo a él..."

Así habrán sido las negociaciones. los candidatos que no quisieron prestarse al juego fueron fusilados sin juicio para que los demás comprendieran que no les quedaba opción.

Los magistrados habrán contestado: "A ustedes no les interesa que se les crea o no. A ustedes les interesa demostrar que todo lo que dijeron antes no eran de­claraciones hipócritas, que la lealtad que le profesan al partido" (vale decir, a la casta dominante) "es sincera, que están dispuestos a sacrificarse por ella".

Si les hubiera asaltado el deseo de ser honestos -y en la cárcel no tenían por qué abrigar escrúpulos- los magistrados investigadores podrían haber agre­gado:

"¿Los que saben no les creerán? No importa. ¡Son muy pocos los que se atreverán a protestar! Las menti­ras fascistas nos servirán. ¿Los demócratas? No abrirán el pico. Las democracias francesa y checoslovaca calla­rán más que una tumba por razones patrióticas. León Blum depende de los comunistas, quienes harán cual­quier cosa que les ordenemos. ¿Los ’amigos de la Unión Soviética’? Tragarán cualquier cosa con tal de no reconocer lo ciegos que han sido. La burguesía internacional, que reconoce a Trotsky como teórico de la revolu­ción permanente, no puede tener interés en apoyarlo contra nosotros. La prensa de la Cuarta Internacional es todavía débil. Las masas escucharán solamente lo que decimos nosotros, no las respuestas de Trotsky."

Esos fueron los cálculos de Stalin, y no se equivocó mucho. Los acusados capitularon otra vez y aceptaron los papeles trágicos y deshonrosos que les asignaron.

No aceptaron confesar todo lo que se les exigió. Los matices de las confesiones revelan las luchas de­sesperadas que sucedieron tras las bambalinas en vísperas del juicio. No hablaré aquí de los jóvenes sospe­chosos a quienes supuestamente envié a Rusia... y de quienes jamás había oído hablar. Ni uno solo de los viejos revolucionarios reconoció mantener vínculos con la Gestapo: la GPU no pudo obligarlos a rebajarse hasta ese punto. Smirnov y Goltsman negaron toda par­ticipación en atentados terroristas. Pero todos los acu­sados sin excepción atestiguaron que desde el extran­jero Trotsky había dirigido llamados clandestinos al terrorismo, que había dado instrucciones para la acti­vidad terrorista e inclusive había enviado terroristas a la URSS. Mi participación en los atentados terroristas es, por consiguiente, el común denominador de todas las confesiones. Ese fue el precio mínimo que aceptó la GPU. Las víctimas sólo podían salvar sus vidas pagando ese mínimo.

Así se revela el verdadero objetivo de la trama. Friedrich Adler, secretario de la Segunda Internacio­nal, mi viejo enemigo mortal, escribió: "El objetivo práctico de toda la trama es el capítulo más indigno de todo el juicio. Se trata de privarle a Trotsky de su asilo noruego, de organizar una verdadera caza del hombre en su contra, de imposibilitar su existencia en cualquier lugar de la tierra."

Señores del jurado, echemos una mirada al común denominador de las confesiones tal como aparece en el testimonio del acusado Goltsman, el principal testigo en el caso contra mi hijo y yo. Según dice, Goltsman llegó a Copenhague en noviembre de 1932 con el propósito de entrevistarse conmigo. Se reunió con mi hijo en la recepción del Hotel Bristol, y éste lo trajo a mi residencia. Mantuvimos una conversación prolongada, en el curso de la cual le expuse el programa terrorista. Este es el único testimonio que señala circunstancias concretas de tiempo y lugar. Y puesto que Goltsman se niega tozudamente a reconocer el menor vínculo con la Gestapo, ni tener participación alguna en las activi­dades terroristas, se diría que sus testimonios son los más dignos de confianza.

¿Cuál es la verdad? Goltsman jamás me visito en Copenhague ni en ningún otro lugar. Mi hijo no vino a Copenhague mientras yo estuve allí, ni en ningún otro momento viajó a Dinamarca. Por último, el Hotel Bristol, donde Goltsman dice haberse reunido con mi hijo en 1932, ¡fue demolido en 1917! Una afortunada combinación de circunstancias (visas, testigos, telegramas, etcétera) permite reducir a cero los elementos materiales de la historia del testigo que fue más parco en sus confesiones. Goltsman no constituye una ex­cepción. Las demás confesiones son del mismo tenor. El Libro rojo que escribió mi hijo las desenmascara a todas. Habrá nuevas revelaciones. Por mi parte, hace mucho tiempo hubiera podido entregar a la prensa, a la opinión pública, a una comisión investigadora imparcial o a un tribunal independiente los hechos, do­cumentos, testimonios de testigos y consideraciones de índole política y psicológica que refutan totalmente la amalgama de Moscú. Pero mis manos están atadas. El gobierno noruego ha convertido el derecho de asilo en una trampa. En el preciso instante en que la GPU amontona cargos infames en mi contra, el gobierno de este país me encierra bajo llave y corta mis comunica­ciones con el mundo exterior.

Aquí debo relatar un incidente que, si bien no es muy importante, sirve para explicar mi situación actual. El verano pasado, un par de semanas antes del juicio de Moscú, el señor Koht, ministro de relaciones exte­riores de Noruega, fue invitado a Moscú, donde se le tributó una recepción excepcionalmente cálida. Hablé de ello con mi anfitrión, el periodista Konrad Knudsen, cuyo testimonio ya se ha escuchado aquí. A pesar de nuestras profundas diferencias políticas, nuestras rela­ciones son muy cordiales. Fuera de comentar alguna noticia, jamás hablamos de política y evitamos toda dis­cusión de principios.

"¿Sabe usted -le pregunté en tono de broma- por qué lo reciben tan bien a Koht en Moscú?"

’’¿Por qué?’’

"Están negociando mi cabeza."

"¿Cómo lo sabe’?"

"Moscú le sugiere -o le dice directamente- al señor Koht, ’Les fletaremos buques, les compraremos arenques, pero bajo una condición: véndannos a Trotsky’."

Knudsen, hombre leal a su partido, se sintió mo­lesto: "¿De modo que usted cree que nuestros princi­pios están en venta?"

"Mi querido Knudsen -respondí- no digo que el gobierno noruego esté dispuesto a venderme, sino que al Kremlin le gustaría hacer ese trato."

No quiero decir que Litvinov y Koht negociaron en forma tan franca. Inclusive, insisto en reconocer que en la época de las elecciones el ministro Koht se com­portó conmigo de manera mucho más digna que los demás ministros. Pero distintas circunstancias revelaron que el Kremlin estaba llevando a cabo en Noruega una acción política y económica en gran escala. Las ra­zones resultaron claras con el juicio de Moscú. No cabe duda de que la campaña de la prensa reaccionaria en mi contra fue alimentada por Moscú a través de vías indirectas. Los intermediarios de la GPU entregaron mis artículos "subversivos" a los periódicos de dere­cha. Sus agentes en la sección noruega de la Internacio­nal Comunista difunden rumores y habladurías. Se trataba de confundir al país en vísperas de elecciones, intimidar al gobierno y prepararlo así para ceder ante un ultimátum. Los astilleros noruegos, acicateados por la embajada soviética y por otros capitalistas que tienen intereses en el asunto, le exigieron al gobierno que li­quidara el caso Trotsky sin demora: caso contrario, podría aumentar la desocupación. Por su parte, el go­bierno no quería otra cosa que ceder ante Moscú. Solo le faltaba el pretexto. Para encubrir su capitulación, el gobierno me acusó, sin el menor fundamento, de violar los acuerdos que yo había firmado al llegar. ¡La verdad es que el gobierno, al confinarme a mi domicilio, espe­raba mejorar la balanza de pagos del país!

La actitud del ministro de justicia ha sido por demás deshonesta. En la víspera de mi arresto me llamó inesperadamente por teléfono. La policía ya había ocu­pado el patio. El ministro me habló en tono cortés.

"He recibido su carta -dijo- y considero que mucho de lo que usted dice es cierto. Sólo le pido una cosa: no entregue su carta a la prensa; no responda al comunicado oficial de hoy. El Consejo de Ministros se reúne esta noche, espero que reconsiderará su decisión."

Respondí que, naturalmente, esperaba la decisión definitiva. Al día siguiente me arrestaron, registraron a mis secretarios y les secuestraron ante todo cinco copias de una carta donde le recordaba al ministro que él había estado presente en una de las entrevistas acor­dadas a la prensa. El honorable ministro temía que la revelación de este hecho lo perjudicara ante los votan­tes. ¡Así es este guardián de la ley!

Ustedes saben que el gobierno soviético no se atre­vió a exigir mi extradición, ni antes, ni durante el juicio. No pedía ser de otra manera. Hubiera debido presen­tar el pedido de extradición ante un tribunal noruego; para los jueces de Moscú, esto era lo mismo que meter la cabeza en el lazo. Sólo pude entablar una acción legal contra los autotitulados comunistas y los fascistas noruegos que repiten las calumnias de Moscú. El día de mi arresto el ministro de justicia me aseguró que se me otorgaría la oportunidad de defenderme de las acusa­ciones. Pero los actos del ministro están en contradic­ción flagrante con sus palabras. Cuando el gobierno no­ruego promulga leyes especiales contra mí, ¿acaso no es la señal para que los esbirros sigan calumniándome? "De ahora en adelante podrán denigrar a Trotsky cuanto quieran y con impunidad en cualquier lugar del mundo. Lo tenemos atado y amordazado y no le permi­tiremos que se defienda."

Señores del jurado, se me ha citado ante este tribu­nal como testigo en el caso de la violación de mi resi­dencia. El gobierno ha tenido la bondad de hacerme es­coltar por un pelotón de policías. Sin embargo, cuando mi archivo fue robado en París, el gobierno noruego se incautó del testimonio escrito que dirigí al magistrado investigador. ¿Por qué esta diferencia de tratamiento? ¿No se deberá a que en el primer caso el gobierno se enfrenta a los fascistas noruegos, a quienes considera enemigos, y en el segundo caso a los pandilleros de la GPU, a quienes considera amigos? Acuso al gobierno noruego de pisotear los principios legales más elemen­tales. El juicio a los dieciséis es el primero de una serie donde estarán en juego no sólo mi vida y mi honor y los de mi familia, sino también el honor y las vidas de cientos de personas. Dadas las circunstancias, ¿cómo pueden prohibirle al acusado principal -que a la vez es el testigo más informado-, cómo pueden prohibirme que difunda lo que sé? Es un caso de obstrucción deli­berada y consciente de la difusión de la verdad. Quien emplea amenazas o violencia para impedir que un tes­tigo diga la verdad comete un crimen grave, que la ley noruega castiga severamente. Estoy convencido de ello. Es posible que después de este testimonio el mi­nistro de justicia adopte nuevas medidas en mi contra. Los recursos del poder arbitrario son inagotables. Pero prometí decir la verdad, toda la verdad, y cumplí mi promesa.

 

(El presidente del tribunal pregunta a las partes si quieren hacerle más preguntas al testigo y, ante la respuesta negativa, le pregunta al testigo si quiere con­firmar su testimonio bajo juramento.)

 

Trotsky: Puesto que no tengo religión, no puedo prestar un juramento religioso. Pero, conociendo la im­portancia de mi testimonio, estoy dispuesto a refir­marlo aquí bajo juramento, es decir, a asumir plena responsabilidad jurídica por lo que he dicho.

 

(El auditorio se pone de pie. El acusado levanta la mano y pronuncia el juramento. Escoltado por la policía, abandona la sala para ser conducido de vuelta a Sundby, donde cumple su arresto domiciliario.)



[1] En el tribunal a puertas cerradas. De Les crimes de Staline (1937). Traducido del francés [al inglés] para la primera edición [norteameri­cana] de esta obra por Ruth Schein. El 11 de diciembre Trotsky compare­ció ante el tribunal en el juicio a los fascistas que habían entrado a robar en su residencia de Honefoss. El ministro de justicia Lie obligó al público y a los periodistas a retirarse de la sala. El presidente del tribunal le permitió a Trotsky hablar ininterrumpidamente durante cuatro horas, y éste estaba tan inseguro de que algún día pudiera expresarse en público que aprovechó la oportunidad de hacerlo aun a puertas cerradas.

[2] Considerando que el conflicto ítalo-etíope estalló en octubre de 1935, Trotsky no podría haberlo dicho en julio de ese año. Se trata de una falla de la memoria de Trotsky o bien de la traducción del alemán al francés, de la cual se realizó la presente traducción [al inglés].

[3] En su testimonio escrito, presentado en la indagatoria judicial del 19 de noviembre de 1936, mi hijo declara que ya había entregado una parte de mi archivo al Instituto de Historia Social antes de recibir mi carta del 10 de octubre. Lo había hecho a instancias de mis cartas anteriores en las que yo expresaba, aunque en forma menos categórica, mis temores al respecto (Nota de Trotsky).

[4] En 1931 los nazis exigieron un referéndum para disolver el Landtag (parlamento) prusiano, lo cual hubiera significado la caída del gobierno socialdemócrata en el estado más poblado de Alemania. Al principio los stalinistas alemanes apoyaron a los socialdemócratas, pero luego, ante las órdenes de Moscú, cambiaron bruscamente su posición y apoyaron la campaña por el referéndum. La campaña unificada de los nazis y stalinis­tas logró menos de la mitad de los veinticinco millones de votos necesa­rios para ratificar el plebiscito. Este incidente se conoce con el nombre de Referéndum Rojo.

[5] Mayor Vidkun Quisling (1887-1945): dirigente del Partido de Unión Nacional noruego, pronazi. Fue fusilado al final de la guerra.



Libro 4