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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El duodécimo aniversario de Octubre

El duodécimo aniversario de Octubre

El duodécimo aniversario de Octubre[1]

 

 

17 de octubre de 1929

 

 

 

El duodécimo aniversario encuentra a la república soviética en una situación en que los notables progresos se combinan con las dificultades más graves, y tanto unos como otras continúan avanzando. Esta es la carac­terística fundamental de la situación y su principal enigma.

La industria logró y continúa logrando conquistas sin precedentes bajo el capitalismo. Mucho menos significativo, pero también evidente, es el progreso agrícola de estos últimos años. A la vez, observamos una paradoja absoluta; en el mercado hay una severa escasez de mercancías, que pese a los éxitos económi­cos persiste de año en año y en determinados períodos se agudiza al extremo. Pese al rápido crecimiento de la industria, faltan los artículos manufacturados más necesarios. Pero lo que resulta especialmente crítico e intolerable es la escasez de productos agrícolas, a pesar de que el país es predominantemente campesino.

¿Qué significan estas contradicciones? Se deben a dos tipos de razones.

Las causas fundamentales radican en la situación objetiva de un país económicamente atrasado que, debido a la dialéctica histórica, terminó siendo el primero en llegar a la dictadura del proletariado y a la construcción socialista. Las causas secundarias residen en la política errónea de la dirección, que cede a las influencias pequeñoburguesas y aplica una política cuya función consiste en satisfacer únicamente las necesidades inmediatas, y que es incapaz de compren­der las circunstancias en el momento necesario y de aprovechar al máximo los recursos económicos y políticos de la dictadura.

El estado soviético no paga intereses sobre viejas deudas. Virtualmente, tampoco paga compensaciones a la nobleza, los banqueros, los propietarios de fábri­cas, etcétera. Estas dos condiciones, especialmente la segunda, generan por sí mismas un gran capital para la industrialización del país.

El estado obrero, al unificar la administración de la industria y el transporte -condición necesaria para la economía planificada-, abrió posibilidades inagota­bles para la libre utilización de la energía y sus recur­sos, es decir para la aceleración del crecimiento econó­mico del país.

Estas son las enormes conquistas de la Revolución de Octubre. Las desventajas -no de la revolución misma sino de las condiciones en las que se llevó a cabo- son las siguientes: el bajo nivel del desarrollo capitalista de la Rusia zarista, el carácter fragmentado y extremadamente atrasado de la economía campe­sina, el bajo nivel cultural de las masas populares y, finalmente, el aislamiento de la república soviética, rodeada por un mundo capitalista infinitamente más rico y poderoso.

La necesidad de invertir cientos de millones de rublos anuales en el ejército y la armada no es sino la consecuencia más inmediata y evidente del entorno capitalista enemigo.

Otra consecuencia es el monopolio del comercio exterior, tan necesario para la república soviética como el ejército y la armada. La abolición, o incluso el debili­tamiento, del monopolio del comercio exterior (Stalin trató de hacerlo a fines de 1922, influido por Sokol­nikov)[2] implicaría no sólo el retorno de Rusia a la senda capitalista sino su transformación en un país semicolo­nial. Pero no hay que olvidar que el monopolio del comercio exterior implica la exclusión automática de Rusia de la división internacional del trabajo, que fue la base del desarrollo capitalista de este país. La consecuencia directa de la expansión general de la economía fue una notoria contracción del comercio exterior. En consecuencia, la rápida expansión de la industriali­zación está determinada, en medida considerable, por la necesidad de la república soviética de producir todo lo que la Rusia burguesa recibía desde el exterior con mayor ventaja. Si hubiera regímenes socialistas en otros países, el monopolio del comercio exterior, por -supuesto, no sería necesario, y la URSS recibiría de los países más avanzados los productos de que carece, en términos absolutamente más provechosos que los que disfrutaba la Rusia burguesa. En la situación actual, el monopolio del comercio exterior, absolutamente indis­pensable para proteger los fundamentos de la economía socialista, exige imperativamente gigantescas inver­siones en la industria para que el país pueda simple­mente sobrevivir. Fue esta situación la que produjo la escasez crónica de productos terminados en un momen­to de gran avance de la producción industrial.

El carácter fragmentario de la economía campesina, herencia del pasado, se exacerbó con la Revolución de Octubre, ya que su primer objetivo fue la "revolución agraria democrática". La fragmentación del sector agrícola presentaría serias dificultades para la recons­trucción socialista de la agricultura en Rusia aunque el proletariado ya hubiera tomado el poder en los países más avanzados. Estas dificultades son mucho mayores ya que el país de la Revolución de Octubre sólo cuenta con sus propios recursos. Mientras tanto, la extrema lentitud de la reconstrucción socialista provoca una mayor división de la tierra y, en consecuencia, un aumento de la proporción de la producción destinada al autoconsumo.

Esta es una de las razones de la escasez de produc­tos agrícolas.

No menos importante es el alto precio de los bienes industriales. Es el medio de que dispone la industria para pagar su transición a una economía más avanzada y al mismo tiempo continuar invirtiendo en aquellas ramas que se han vuelto necesarias a causa del mono­polio del comercio exterior. En otras palabras, para el campo es muy alto el costo de la industria socialista.

El campesinado establece una separación rígida entre la revolución agraria democrática que completa­ron los bolcheviques y los fundamentos que éstos sentaron para la revolución socialista. La transferencia de la propiedad de la tierra del terrateniente al campe­sinado -la revolución democrática- le produjo a éste alrededor de quinientos millones de rublos, al liberarlo del pago de la renta. Pero debido a las "tijeras" de los precios, los campesinos están pagando una suma mu­cho más elevada en beneficio de la industria estatal.

Resulta entonces que para el campesino el balan­ce de las dos revoluciones que se combinaron en Oc­tubre implica de todos modos un déficit de cientos de millones de rublos. Este es un hecho indiscutible, y además muy importante para evaluar tanto la situación económica como la situación política del país. Tenemos que enfrentarlo abiertamente. Constituye la base de las deterioradas relaciones entre el campesinado y el gobierno soviético.

El ritmo lento de crecimiento de la economía campe­sina, su fragmentación ulterior, las "tijeras" de los precios industriales y agrícolas -en una palabra, las dificultades económicas del país- crean condiciones favorables para el desarrollo de los kulakis y para que éstos ganen una influencia desproporcionada por su peso numérico y por los recursos materiales de que dis­ponen. El excedente del cereal, que está principalmente en manos de los estratos superiores de la aldea, es un elemento de esclavización del campesino pobre y de venta especulativa a los elementos pequeñobur­gueses de las ciudades, con lo que queda eliminado del mercado nacional. No sólo falta cereal para la exportación sino incluso para cubrir las necesidades internas. El volumen extremadamente reducido de las exporta­ciones lleva a tener que disminuir drásticamente la importación de bienes terminados y, además, la de maquinaria y materia prima industrial, lo que a su vez nos obliga a pagar cada avance de la industrialización reduciendo extraordinariamente nuestros recursos económicos.

Esto explica fundamentalmente por qué, en una época de resurgimiento general de la economía y con un ritmo veloz de industrialización, en la república sovié­tica siguen existiendo las "colas" que es el argumento más fuerte contra la teoría del socialismo en un solo país.

Pero las colas son también un argumento contra la práctica económica oficial. Aquí pasamos de los facto­res objetivos a los subjetivos, sobre todo a la política de la dirección. Es indudable que ni la dirección más correcta y previsora habría podido conducir a la URSS a la construcción del socialismo dentro de sus fronteras nacionales, aislada de la economía mundial por el monopolio del comercio exterior. Si la revolución prole­taria en los países capitalistas avanzados se posterga varias décadas, la dictadura del proletariado de la repú­blica soviética caerá inevitablemente, víctima de sus propias contradicciones económicas, se combine o no este proceso con la intervención militar. Traducido al lenguaje político, esto significa: el destino de la repú­blica soviética, en las condiciones mencionadas, está determinado por la dirección económica interna y por la de la lucha revolucionaria del proletariado interna­cional. En última instancia el segundo es el factor decisivo.

Una correcta dirección económica en la URSS signi­fica que se utilicen los recursos y oportunidades de manera tal que un ascenso genuino y notorio del nivel de vida de las masas trabajadoras acompañe el avance del socialismo. Ahora el objetivo práctico no es "sobrepasar" a toda la economía mundial -una fantasía- sino consolidar las bases industriales de la dictadura proletaria y mejorar la situación de los trabajadores, fortaleciendo el requisito político de la dictadura, es decir, la unidad del proletariado con el campesinado no explotador.

La política correcta en la URSS significa prolongar lo más posible la existencia de la dictadura en las condi­ciones de aislamiento en que se encuentra. La política correcta para la Internacional Comunista implica impul­sar en todo lo posible el triunfo del proletariado de los países avanzados. En un cierto punto estas dos líneas tienen que unificarse. Sólo con esta condición el contra­dictorio régimen soviético actual podrá -sin ter­midor, ni contrarrevoluciones, ni nuevas revolucio­nes- convertirse en una sociedad socialista sobre la base de la expansión del socialismo que finalmente deberá abarcar todo el mundo.

El tiempo, factor político crucial en general, se torna decisivo al encarar el problema del destino de la URSS. Sin embargo, desde 1923, la dirección actual viene haciendo todo lo posible para dejar correr el tiempo. Los años 1923, 1924 y 1925 se perdieron en combatir a la llamada superindustrialización -denominación con que se referían a la exigencia de la Oposición de que se acelerara el ritmo de la industrialización-, el principio de la economía planificada y la previsión económica en general. La aceleración del ritmo de industrialización se encaró empíricamente, a saltos y con cambios tan bruscos que aumentó enormemente el costo de la construcción y fue una carga para las masas trabajadoras. Hace seis años la Oposición exigió que se elaborara un plan quinquenal. En ese momento se ridi­culizó esta exigencia en un estilo totalmente acorde con la mentalidad del propietario pequeñoburgués que teme los grandes objetivos y las grandes perspectivas. Calificamos esta actitud de menchevismo económico. Por ejemplo, todavía en abril de 1926 Stalin afirmaba que necesitábamos la hidroeléctrica del Dnieper tanto como un campesino pobre necesita un fonógrafo, y a la vez negaba absolutamente que el ritmo de nuestro desarrollo económico dependiera de los acontecimien­tos mundiales.

El plan quinquenal llegó con cinco años de retraso. Los errores, rectificaciones y ajustes de los últimos años se hicieron al margen de un plan general, y por esta razón la dirección aprendió muy poco de ellos. Es impo­sible no recordar aquí que el primer proyecto de plan quinquenal, preparado en 1927, era mezquino, minima­lista y económicamente cobarde. La Oposición lo criticó implacablemente en su programa. Fue esta critica, basada en las necesidades reales del desarrollo econó­mico, lo que determinó que en el transcurso de un año se revisara íntegramente el plan. De pronto quedaron descartados todos los argumentos contra la "superin­dustrialización". El aparato, que durante varios años había funcionado de acuerdo al menchevismo econó­mico, recibió la orden de considerar herético todo lo que hasta el día anterior era palabra santa, y por otra parte, de oficializar la herejía hasta entonces llamada "trotskysmo". Esta resolución tomó totalmente desprevenidos tanto a los comunistas como a los especialistas del aparato, educados en la línea exactamente opuesta. Los primeros intentos de resistencia o las tímidas demandas de explicación fueron sumaria y severa­mente castigadas. ¿Y cómo podía ser de otro modo? Permitir explicaciones implicaría descubrir que la dirección está ideológicamente en bancarrota, que dejó de lado todos sus supuestos teóricos. Esta vez el aparato se sometió silenciosamente. A la persona que dio el informe sobre el plan quinquenal [Rikov] se le atribuye la siguiente fórmula: es mejor estar por (es decir apoyar) el ritmo acelerado de desarrollo que estar adentro (de la cárcel) por ponerse en contra.[3]

Si el nuevo plan se impuso látigo en mano, no es difícil imaginar cómo se opondrá el aparato a su aplica­ción, ya que sus nueve décimas partes están más a la derecha que la derecha oficial. Mientras tanto, la izquierda, de cuyo programa se tomaron las ideas básicas del plan quinquenal, continúa sometida a la represión y a la calumnia. El aparato vive esperando nuevos cambios y giros, y ni siquiera se atrevió a pedir ayuda al sindicato de campesinos pobres. El partido se encuentra a cada momento ante hechos consumados. El aparato no confía en el partido y le tiene miedo. En esta situación nadie ve en el nuevo plan quinquenal la expresión de un giro hacia la izquierda meditado y firme. Es decir, nadie salvo un puñado de capitu­ladores.

Lo mismo puede decirse respecto de la política de la Internacional Comunista. Después de la unión con Chiang Kai-shek, de la teoría del "bloque de las cuatro clases", del llamado a la formación de un partido obre­ro y campesino, de la colaboración amistosa con el Consejo General -que traicionó la huelga general-, la Internacional saltó en veinticuatro horas a la consig­na: ningún acuerdo con los reformistas, combatir al social-fascismo para conquistar la calle. El nuevo y pronunciado zigzag se basó en la teoría del "tercer periodo", especialmente propicia para sembrar ilusio­nes, estimular las empresas aventureras y preparar el nuevo giro... a la derecha.

En consecuencia, el duodécimo aniversario de la Revolución de Octubre encuentra a la república soviética y a la Internacional sumidas en grandes contra­dicciones y dificultades que demuestran, por la nega­tiva, la corrección de la teoría marxista de la revolución socialista. Con Lenin entramos a la Revolución de Octubre profundamente convencidos de que en Rusia la revolución no podía tener un carácter independiente y acabado. Creíamos que no era más que el primer esla­bón de la revolución mundial y que el destino de este eslabón estaría determinado por el de toda la cadena. Y hoy continuamos sosteniendo esta posición. Los pro­gresos logrados en la construcción socialista avanzan paralelamente a las contradicciones, y serán inevita­blemente devorados por éstas si en el futuro las con­quistas de la revolución mundial no apoyan a la repú­blica soviética.

La expulsión del partido y la persecución ensañada al sector revolucionario dentro de la república soviética constituyen una clara expresión política de las contra­dicciones de una república proletaria aislada en un país atrasado. No es sorprendente, por paradójico que parezca, que los Bessedovskis -que son innumera­bles- expulsen a los Rakovskis y después, a la primera oportunidad, se pasen al bando de la reacción.

Spinoza decía: "Ni llorar ni reír sino comprender." Hay que comprender para luchar mejor por la Revolu­ción de Octubre.

Durante el decimotercer año se profundizarán las contradicciones. Se puede tomar desprevenido a un partido debilitado y estrangulado. Ante la primera gran dificultad levantarán cabeza los Bessedovskis de todo calibre. El aparato centrista demostrará que es un aparato y nada más. El núcleo proletario necesitará una dirección y sólo la Izquierda comunista, templada en la lucha, podrá proporcionarla.

Saludamos el decimotercer año desde el destierro, la prisión y el exilio. Pero no somos pesimistas.

El principio de la dictadura proletaria dejó su marca indeleble en la historia. Demostró la fuerza tremenda de una joven clase revolucionaría dirigida por un parti­do que sabe lo que quiere y es capaz de unir su voluntad con el proceso objetivo en desarrollo.

Estos doce años demostraron que la clase obrera, aun en un país atrasado, no sólo se las puede arreglar sin banqueros, terratenientes y capitalistas sino también hacer avanzar la industria más rápidamente que bajo el dominio de los explotadores.

Estos doce años demostraron que la economía plani­ficada centralizada es inconmensurablemente superior a la anarquía capitalista, representada por poderosos trusts que se combaten entre sí.

Las conquistas, ejemplos y lecciones son inconmo­vibles. Se grabaron para siempre en la conciencia de la clase obrera mundial.

No rechazamos nada ni lamentamos nada. Vivimos con las mismas ideas y actitudes que en Octubre de 1917. Podemos ver más allá de estas dificultades circunstanciales, pues, por más que se desborde el río, siempre va a parar al océano.



[1] El duodécimo aniversario de Octubre. Biulleten Opozitsi, N° 7, noviembre-diciembre de 1929. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por Marilyn Vogt.

[2] Grigori Sokolnikov (1888-1939): viejo bolchevique, ocupó muchos puestos militares, diplomáticos, industriales y políticos en el gobierno soviético. Durante un breve periodo apoyó a la Oposición Unificada, pero pronto hizo las paces con Stalin. Permaneció en el Comité central y fue designado embajador en Gran Bretaña en 1929, cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas. Acusado en el Juicio de Moscú de 1937, fue condenado a prisión.

[3] Juego de palabras intraducible: en ingles stand significa estar parado y apoyar, sit, estar sentado y estar encerrado. (Nota del Traductor)



Libro 1