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CAPÍTULO III

CAPÍTULO III

En las manos de Lenin, el partido se convirtió en un instrumento histórico insuperable. Las decenas de miles de mi­litantes ilegales que, tras las jornadas revolucionarias de febrero de 1917, volvían a tomar contacto, estaban a punto de constituir una organización que las amplias masas obreras y, en menor medida, las campesinas, considerarían como propia. Tal organización iba a dirigir su lucha contra el gobierno provisional, conquistar el poder y conservarlo. Por tanto, a pesar de la lucha entre fracciones y de la represión, Lenin y sus compañeros triunfaron allí donde otros marxistas que, en un principio, gozaban de condiciones más favorables, habían fracasado: por primera vez en toda la existencia de los partidos socialistas, uno de ellos iba a vencer.

 

Un partido obrero socialdemócrata

Existe toda una historiografía cuyos sentimientos hacia el bolchevismo oscilan entre la ciega admiración y la calum­nia sistemática, que se obstina en presentarlo como una nueva ideología, surgida de una pieza, de la inteligencia de Lenin: el comunismo, revolucionario o estalinista y, en el propio partido bolchevique, como una organización de tipo completamente nuevo, una especie de precoz III Internacional que, desde su origen, se enfrenta con el reformismo de la II, encarnado en Rusia por los mencheviques y, en Alemania, por el partido social -demócrata de Bebel y Kautsky. No obstante, tal concepción no es sino una reconstrucción artificial de la historia de la organización y de las ideas, un montaje realizado a posteriori Para todos los mantenedores de dicha tesis, ¿Qué hacer? constituye la Biblia de un bolchevismo que tiene todas las características de una nueva corriente, cuando nada permite suponer que haya revestido tal importancia para los bolcheviques o para el propio discurso intelectual y teórico de Lenin. Esta obra examina las condiciones rusas, las tendencias de la clase obrera rusa; de hecho, preconiza una solución específicamente rusa, sin que sus análisis o conclusiones tengan la pretensión, en aquella época, de extender su validez a otros países. En el prefacio que, para una colección de sus artículos y ensayos, redactó Lenin en septiembre de 1907, afirma: "El error fundamental de los que hoy polemizan contra ¿Qué hacer?, estriba en la absoluta disociación que establecen entre este trabajo y un determinado contexto, superado hace tiempo, del desarrollo de nuestro partido. ¿ Qué hacer? no es sino un resumen de la táctica y de la política de organización del grupo de Iskra entre 1901 y 1902. Nada más que un resumen; ni más ni menos. Solo la organización que promovió Iskra podía haber creado un partido socialdemócrata como el existente en la actualidad, en las circunstancias históricas que atravesó Rusia de 1900 a 1905. El revolucionario profesional ha cumplido su misión en la historia del socialismo proletario ruso" [1]. Desde el mes de noviembre de 1905, Lenin había arrojado ya, este anatema definitivo sobre todos aquellos que reducían su pensamiento a un esquema mecanicista y abstracto, pretendiendo oponer esquemáticamente la espontaneidad y la conciencia en los mismos términos del ¿Qué hacer?, como si esta obra tuviese un valor universal y un alcance eterno: "La clase obrera rusa es instintiva y espontáneamente socialdemócrata [es decir revolucionaria, P. B.] y más de diez años de trabajo de los socialdemócratas han contribuido a transformar dicha espontaneidad en conciencia de clase [2].

¿Qué hacer? insiste igualmente en la absoluta necesidad de organizar el partido de forma clandestina, haciendo de ello condición indispensable de su existencia. Sin embargo, tales planteamientos no excluyen la posibilidad de una acción y de una propaganda legales si las circunstancias históricas así lo permiten.. Por tanto, una vez que la revolución de 1905 ha aportado a los obreros la libertad de organización y de expresión para los partidos políticos, incluidos los socialistas, los bolcheviques no vacilarán en aprovecharse de ello. No obstante, Lenin considera "liquidadora" la concepción del sector de mencheviques que aceptan los límites impuestos por el enemigo de clase para limitar su acción, resignándose a no desarrollarla sino a través de los cauces legales. En efecto, la nueva ley acota la actividad de los partidos y no concede a los revolucionarios una libertad de acción y de expresión relativas sino como contrapartida a la conservación de su absoluto control sobre ellos: el régimen zarista se limita a tolerar, coaccionado por los acontecimientos, una serie de libertades que constituyen antes que nada una válvula de seguridad. "Hacer el juego" y limitarse a lo estrictamente legal, supone aceptar los controles que el propio régimen ha fijado, proscribiendo a aquel sector de crítica revolucionaria que considera "subversiva". Sin embargo, no es cuestión de renunciar, con este pretexto, a la utilización de las facilidades que otorga la ley, ya que, únicamente la propaganda legal, puede alcanzar a amplios sectores de obreros. Debe, por tanto ser utilizada al máximo y, esta es la razón por la que más adelante, Lenin hará del periódico primero y del diario legal, después la primera preocupación de su grupo en todas las ocasiones en que tal instrumento resulte viable.

A este respecto, resulta significativo el ejemplo de la Pravda, ya que este diario "obrero", se constituye, poco antes de la guerra de 1914, en pieza clave del desarrollo del partido bolchevique. El periódico se lanza después de una campaña de agitación en las fábricas destinada a conseguir una suscripción pública. La Pravda asume entonces la función que desempeñó originariamente Iskra para unos cuantos centenares de lectores, al difundir informaciones y consignas, que, esta vez, se dirigen a decenas de miles de obreros de vanguardia. Los corresponsales obreros de la Pravda son, a la vez, los enlaces del partido y las antenas de que éste dispone para conocer el estado de ánimo del proletariado: gra­cias a sus informaciones se produce una homogeneización de la experiencia obrera que sienta las bases indispensables de una conciencia colectiva. En un solo año, publica 11.114 "informes de corresponsales", es decir, una media de 41 por número. La Pravda, es, por definición, un diario obrero y, al estar en gran medida redactado por los propios trabaja­dores, ellos sienten que les pertenece: ellos son los que apor­tan la mayor parte de las contribuciones que constituyen "el fondo de hierro", creado para hacer frente a toda las multas y secuestros con que la represión puede golpear al periódico.

El diario debe indicar, como la propia ley lo exige, una dirección y unos responsables: no puede escapar a las demandas y quejas a las que el Estado y los enemigos de clase no dejan de recurrir en el intento de acabar precisamente con su existencia legal. De un total de 2.770 números, 110 son objeto de demanda judicial. Las multas que le fueron impuestas suman unos 7.800 rublos, es decir, una cantidad doble de la recogida como fondo inicial; se celebran 26 juicios contra el periódico, y sus redactores son condenados a un total de 472 meses de cárcel [3]. Ciertamente es éste un balance adverso para un periódico que, a pesar de todo, se esfuerza en no atraer sobre sí la represión, aunque la policía llegue al extremo de introducir en su comité de redacción a uno de sus agentes, encargado de crear, con sus artículos, excusas para sancionar a la publicación.

En tales condiciones, la libertad de expresión del periódico se ve seriamente entorpecida; al someterse a la ley, le resulta imposible lanzar las consignas que considera correctas, sobre todo cuando éstas se refieren a los obreros y campesinos que se encuentran en el ejército. El periódico debe mantenerse contra viento y marea dentro de los estrictos limites fijados por la 1ey si no quiere correr el riesgo de verse silenciado definitivamente por los secuestros, condenas y múltiples sanciones económicas que pueden abatirse sobre él. Los panfletos, folletos y periódicos ilegales sirven para difundir el resto de las consignas y para dar las explicaciones necesarias, pero prohibidas, que, por atentar contra la "seguridad" del Estado, no pueden publicarse sino en medios de expresión ilegales. En las condiciones políticas de la Rusia zarista, tanto más que en el ámbito liberal de las democracias occidentales, resulta absurdo mezclar ambas opciones. Un periódico legal puede ser prohibido, secuestrado, perseguido y sancionado.

Un militante "legal", es siempre un individuo conocido por la policía y ésta puede detenerle y poner fin a su actividad con cualquier pretexto. Si toda la organización fuera pública y legal, la policía conocería tanto a sus militantes como sus principales mecanismos, y el Estado podría así, en cualquier momento, poner fuera de la ley algunas de sus actividades o incluso el conjunto de su funcionamiento. Por ello, resulta de todo punto imprescindible que el partido obrero disponga de militantes, recursos, imprentas, periódicos y locales clandestinos que, eventualmente, puedan tomar el relevo del "sector legal" durante un periodo de reacción, al tiempo que su propio carácter ilegal les permite zafarse de las limitaciones que exigiría la actividad pública. El carácter autocrático del Estado ruso y la arbitraria omnipotencia de la policía fueron pues, los auténticos responsables de que los socialdemócratas rusos construyesen su partido en torno a un núcleo clandestino; las "libertades democráticas" no tienen aun tradición suficiente, en 1912, como para parecer normales y eternas, haciendo olvidar a los revolucionarios a qué precio tuvieron que conquistarlas y cuan fácilmente podían perderlas.

Sin embargo, la ilegalidad no es un fin en sí. El verdadero problema estriba en la construcción, utilizando al máximo todas las posibilidades, de un partido obrero socialdemócrata, es decir, de una porción consciente de la vanguardia que, armada con el conocimiento de las leyes del desarrollo social, haga progresar entre los obreros la conciencia de clase, los organice y los conduzca a la batalla, cualesquiera sean las condiciones generales que va a revestir la lucha. Tales planeamientos son los que mantienen los bolcheviques, tras el período de boicot, cuando se disponen a participar regularmente en las elecciones, a pesar de que el trucaje de las leyes electorales sea escandaloso. Su objetivo no es en modo alguno una victoria parlamentaria sino -y los recuerdos de Badaiev nos lo confirman- la utilización de la publicidad que, cara la propagación de las ideas socialistas y a la construcción el partido, proporciona la tribuna parlamentaria.

Llegados a este punto, resulta indispensable establecer la comparación entre el partido socialdemócrata ruso y el alemán, aferrado a su legalidad, a sus importantes conquistas, a sus cuarenta y tres diarios, a sus revistas, a sus escuelas, a sus universidades, a sus fondos de solidaridad, a sus "casas del pueblo" y a sus diputados, aunque, en definitiva, todas esas realizaciones contribuyen a aprisionarlo. En efecto, el miedo a una represión que podría poner en peligro las mejoras conseguidas convierte el partido socialdemócrata alemán en el rehén voluntario de las clases poseedoras; él mismo limita la acción de sus juventudes y prohibe a Karl Liebknecht que lleve a cabo cualquier tipo de propaganda antimilitarista "ilegal", aunque ningún socialista se atreva a negar la necesidad de tal propaganda en la Alemania de Guillermo II, pues ello podría encolerizar a la burguesía y desatar una nueva ola de represión policíaca.

Sin embargo, la crisis de 1914 revelará de forma inequívoca el abismo que separa a ambas organizaciones en cuanto a las actitudes que adoptan hacia sus respectivos gobiernos, enfrentados por la guerra. Con anterioridad a esta fecha, Lenin ha manifestado su acuerdo, en determinados puntos, con la crítica que lleva a cabo la izquierda alemana y sobre todo Rosa Luxemburgo; sin embargo, existen entre ellos diferencias suficientemente numerosas e importantes como para demostrar que, en aquella época, no existía una fracción coherente de la izquierda en la social-democracia internacional: sólo el análisis histórico de aquella época puede enfrentar una tendencia revolucionaria Lenin-Luxemburgo al reformismo de Bebel y Kautsky. El partido socialdemócrata alemán, antes de 1914, constituye a los ojos de Lenin y de los bolcheviques, el partido obrero por excelencia, el modelo que pretenden construir en Rusia, habida cuenta de las condiciones especificas del país. Lenin, tras desmentir de forma clara y categórica la interpretación inversa de sus intenciones, repetirá en diferentes ocasiones: " ¿Dónde y cuándo he pre­tendido yo haber creado una nueva tendencia en la social­democracia internacional distinta de la línea de Bebel y Kautsky? ¿Dónde y cuándo se han manifestado diferencias entre Bebel y Kaustky, por una parte, y yo por otra?" [4]. El viejo bolchevique Shliapnikov afirma que, en la propaganda llevada a cabo en el campo obrero, los bolcheviques se referían continuamente a los socialdemócratas alemanes como modelos. Piatnitsky ha descrito su admiración de bolchevique emigrado ante el funcionamiento de la organización socialdemócrata alemana y narra su asombro ante las críticas que, en privado, se formulaban delante de él, sobre determinados aspectos de su política. Tanto mayor fue el rencor de los bolcheviques después del mes de agosto de 1914, cuando se vieron obligados a reconsiderar su apreciación de la línea Bebel-Kautsky y a admitir que Rosa Luxemburgo, a la que Lenin consideró desde entonces como "la representante del marxismo más auténtico", había sido más lúcida que ellos sobre este punto. No obstante, Lenin llegó a dudar de la autenticidad del número de Vorwärts que publicaba la declaración emitida por la fracción socialdemócrata del Reichstag al votar los créditos de guerra y consideró incluso la hipótesis de que se tratase de una falsificación llevada a cabo por el estado mayor alemán...

Tras su vuelta, en abril de 1917, durante la conferencia del partido bolchevique, Lenin será el único en votar a favor de su moción de abandono del término "socialdemócrata" en el nombre del partido: ciertamente, tal actitud es la prueba de que no temía quedarse aislado en su propia organización, pero también de que, antes de 1914, no había deseado ni preparado una ruptura con la II Internacional y los grandes partidos que la integraban. Su actitud demuestra igualmente hasta qué punto, tres años después de agosto de 1914, se encontraba muy por delante de sus propios camaradas respecto a esta cuestión.

Un partido no monolítico

Asimismo y cualesquiera hayan sido las responsabilidades de Lenin y de su fracción en la escisión de 1903, hemos visto que no la habían deseado, ni preparado, ni previsto, que les había sorprendido intensamente y que, sin ceder en sus principios, no por ello dejaron de trabajar para conseguir una reunificación, que, ciertamente, esperaban colocar bajo su pabellón, pero que, sin lugar a dudas, no podía dar origen sino a un partido más amplio y menos homogéneo, que el constituido durante todos aquellos años por la fracción "dura" de los bolcheviques,

Desde 1894, Lenin afirmaba en su polémica con el populista Mijailovsky: "Es rigurosamente cierto que no existe entre los marxistas completa unanimidad. Esta falta de unanimidad no revela la debilidad sino la fuerza de los socialdemócratas rusos. El consenso de aquellos que se satisfacen con la unánime aceptación de "verdades reconfortantes", esa tierna y conmovedora unanimidad, ha sido sustituida por las divergencias entre personas que necesitan una explicación de la organización económica real, de la organización económica actua1 de Rusia, un análisis de su verdadera evolución económica, de su evolución política y de la del resto le sus superestructuras" [5]. La voluntad de reunificación de que hace gala inmediatamente antes de 1905, se explica tanto por la confianza que deposita en sus propias tesis, como por la convicción de que los inevitables conflictos que surgen entre socialdemócratas pueden solucionarse en el seno de un partido que sea como la sede de todos ellos: "Las divergencias de opinión en el interior de los partidos políticos o entre ellos, escribe Lenin en julio de 1905, se solu­cionan por lo general, no solamente con las polémicas, sino también con el desarrollo de la propia vida política. En par­ticular, las divergencias a propósito de la táctica de un partido, suelen liquidarse de facto por la adhesión de los mantenedores de tesis erróneas a la línea correcta, ya que el propio curso de los acontecimientos quita a dichas tesis su contenido su interés" [6].

A este respecto, manifiesta una gran confianza en cuanto a la ulterior evolución de los mencheviques, al escribir a fínales de 1906: "Los camaradas mencheviques pasarán por el purgatorio de las alianzas con los oportunistas burgueses, pero terminarán por volver a la socialdemocracia revolucionaria" [7]. Según afirma Krúpskaya, en 1910, "Vladimir Illich no dudaba en absoluto de que los bolcheviques se harían con la mayoría en el seno del partido y que este terminaría por adoptar la línea trazada por ellos, sin embargo, era necesario que tal decisión afectase al partido entero y no solamente a su fracción" [8]. La conferencia de Praga de 1912 condenará únicamente a los liquidadores, enemigos del tra­bajo ilegal. La colaboración con los "mencheviques del partido", se explica por tanto, no sólo como una maniobra táctica, sino también como reflejo de la convicción, expresada desde 1906, de que "hasta la revolución social, la social-democracia presentará inevitablemente un ala oportunista y un ala revolucionaria" [9]. Esta es la postura que defiende Inés Armand en Bruselas: con la única salvedad de los liquidadores, todo socialdemócrata tiene lugar en un partido donde, en Rusia como en Occidente, deben coexistir elementos revolucionarios y reformistas, pues sólo la revolución, en su calidad de expresión definitiva del "desarrollo de la vida política", podrá separarles nítidamente.

El régimen del partido

Desde la época de Stalin, la mayoría de los historiadores y comentaristas, insisten sobre el régimen autoritario y fuertemente centralizado del partido bolchevique, y suelen ver en ello la clave de la evolución de Rusia durante más de 30 años. En lo referente a la fuerte centralización del partido, ciertamente no faltan citas con que poder cimentar sus tesis. No obstante, las referencias de sentido opuesto son igualmente abundantes: en boca de Lenin, como en la de muchos otros personajes, pueden ponerse muchas concepciones insólitas, sin más que utilizar frases separadas de su contexto. En realidad, el propósito fundamental de Lenin fue construir un partido de acción y, desde este punto de vista, ni su orga­nización, ni su naturaleza, ni su desarrollo, ni su propio régimen interno podían ser concebidos con independencia de las condiciones políticas generales, del grado de libertades públicas existente y de la relación de fuerzas entre la clase obrera, el Estado y las clases poseedoras.

Entre 1904 y 1905, en su polémica con los mencheviques, cuando todos los socialistas se encuentran aún en la clandestinidad, Lenin afirma: "Nosotros también estamos a favor de la democracia cuando ésta es verdaderamente posible. En la actualidad no sería más que una farsa, y eso, no lo deseamos, pues queremos un, partido serio, capaz de vencer a1 zarismo y a la burguesía. Forzados a la acción clandestina, nos es imposible realizar la democracia formal dentro del Partido. (...) Todos los obreros conscientes de la necesidad de acabar con la autocracia y de luchar contra la burguesía, saben perfectamente que, para vencer al zarismo, necesitamos en este momento un partido clandestino, centralizado, revo­lucionario y fundido en un solo bloque. Bajo la autocracia, con sus salvajes represiones, adoptar el sistema de elecciones, es decir, la democracia, significaría, sencillamente ayudar al zarismo a acabar con nuestra organización" [10]. Asimismo en La bonita jaula no alimenta al pájaro, precisa: "El obrero consciente comprende que la democracia no es un fin en sí, sino un instrumento para la liberación de la clase obrera. Damos al partido la estructura que mejor responde a las necesidades de la lucha en este momento. Lo que necesitamos hoy es una jerarquía y un riguroso centralismo" [11]. En el III Congreso, cuando el movimiento revolucionario crece a ojos vistas, insiste: "En condiciones de libertad política, nuestro partido podrá basarse por completo en el principio de elección y de hecho así lo haremos. ( ... ). Incluso bajo el absolutismo, el principio de elección habría podido aplicarse mucho más ampliamente" [12]. La conferencia de Tammerförs decide aplicar íntegramente a la organización del partido los princi­pios del "centralismo democrático" y "los más amplios cauces de electividad, confiriendo a los organismos electos plenos po­de es para la dirección ideológica y práctica; también aprueba la aplicación del principio de revocabilidad de los mandatos así como el que les exige absoluta publicidad y rigurosa información de su actividad". En el prefacio de Doce años, Lenin, a propósito de la polémica sobre ¿Qué hacer, ? recuerda que "a pesar de la escisión, el partido ha utilizado el momentáneo fulgor de libertad para introducir en su organización pública una estructura democrática, dotada de un sistema de elección así como una representación en el congreso proporcional al número de militantes organizados" [13].

Según los bolcheviques, el "régimen interno" es un reflejo, en el partido, de las condiciones generales de la lucha de cla­ses; sin embargo, también constituye un factor autónomo. Lenin se plantea este problema en su propia fracción, al enfrentarse con los Komitetchiki, que, según el testimonio de Krúpskaya, no admiten ningún tipo de democracia interna y se niegan a cualquier innovación, por su impotencia para adaptarse a unas condiciones nuevas: son hostiles a introducirse en los comités de obreros pues creen que en su seno no van a poder trabajar, pretenden controlar minuciosamente toda la actividad y mantener una centralización y jerarquía rígidas. Lenin les recuerda que "no es el partido el que existe en función del comité, sino éste en función del partido". "A menudo pienso que las nueve décimas partes de los bolcheviques son profundamente formalistas. Es preciso reclutar sin miedo jóvenes con mayor amplitud de criterio y olvidar todas las prácticas embarazosas, el respeto por los grados, etcétera. (...) Hay que dar a cada comité de base, sin poner demasiadas condiciones, derecho a redactar octavillas y a repartirlas. Si cometieron algún error, no tendría demasiada importancia, lo corregiríamos "amablemente" en Vpériod. El propio curso de los acontecimientos enseña connuestro mismo espíritu" [14]. Krúpskaya refiere que Lenin no se inquietó demasiado por no haber sido escuchado por los komitetchiki: "Sabía que la revolución estaba en marcha y que obligaría al partido a admitir a los obreros en sus comités" [15].

La clandestinidad es evidentemente favorable al centralismo autoritario en la medida que la elección no tiene sen­tido más que entre hombres que se conocen y pueden controlarse mutuamente. No obstante, sus efectos se amortiguan pues contribuye a hacer menos tensas las relaciones entre los diferentes grados de la jerarquía, dejando a los comités locales un importante margen de iniciativa. Los grupos que distribuyen panfletos llamando a la huelga y convocando una manifestación el 15 de noviembre de 1912 en San Petersburgo, están integrados por socialdemócratas vinculados a la fracción bolchevique; pero, si nos atenemos al testimonio de Badaiev, en esta ocasión no se advirtió a ningún organismo responsable del centro o de la capital ni a ningún miembro del grupo parlamentario [16]. Los dirigentes bolcheviques tardaron varios días en saber quién había asumido la responsabilidad de tales consignas; sin embargo, apoyaron la huelga, a pesar de que, en su opinión, estaba muy mal preparada, dada la popularidad que había alcanzado entre los obreros. Tales incidentes se dan con harta frecuencia. Piatnitsky, por ejemplo, que desempeña desde hace años importantes funciones en el aparato clandestino, no puede, en 1914, conseguir la dirección de un responsable bolchevique en Samara, ciudad en la que ha encontrado trabajo. De hecho, allí bolcheviques y mencheviques se han fusionado; entonces, tras conseguir el contacto por sus propios medios, Piatnitsky tomará la iniciativa de reorganizarles de forma independiente, convenciéndoles con la mera utilización de sus informaciones personales y sin ninguna clase de "mandato" [17].

Una de las críticas que más a menudo se han hecho al sistema de organización de los bolcheviques, era que favo­recía la acción devastadora de los agentes provocadores de la policía que conseguían introducirse en la organización. Algunos ejemplos son claro exponente de dicha tesis: el médico Jitomirsky es agente de la Ojrana cuando, en 1907, se le encarga de establecer el enlace entre Rusia y la emigración. En 1910, los periódicos impresos en Suiza o Alemania, llegan con toda regularidad a las manos de la policía: el responsable de su transporte, Matvéi, lleva años al servicio de la policía secreta. No obstante, es preciso admitir que los provocadores de la policía conocían perfectamente la forma de entrar en el partido y que el sistema represivo ruso era responsable, en mayor medida que el funcionamiento del partido, de la uti­lización por parte de la policía de unos militantes que gozaban de la confianza de sus camaradas y que, por lo general, habían aceptado en la cárcel desempeñar el papel de confidentes.

El ejemplo más significativo lo constituye sin duda Malinovsky. Se trata de un militante obrero, secretario del sindicato de los metalúrgicos de San Petersburgo desde 1906 hasta 1909, buen orador y buen organizador, que entra al servicio de la policía en 1910, tal vez para evitar el cumplimiento de una sentencia que le había sido impuesta anteriormente por un delito común. Se une a los bolcheviques en 1911, su actividad como militante le hace tan popular que se presenta a las elecciones de diputados para la Duma y resulta elegido, contribuyendo además, desde este cargo, a organizar la escisión de la fracción socialdemócrata. Durante todo este tiempo continúa informando regularmente al jefe de la policía, revelando los seudónimos, los locales y las reuniones previstas. Malinovsky es el responsable de la detención de Ríkov y Noguin, antes de la conferencia de Praga, y de la de Svérdlov y Stalin en 1914. Lenin le ha propuesto como miembro del comité central en 1912 y, hasta el final, le defiende de las acusaciones de los mencheviques, incluso después de su inexplicable dimisión como diputado en mayo de 1914. Sólo los archivos de la Ojrana darán, tras de la victoria revolucionaria de 1917, una completa información de su actividad. Después de haber sido hecho prisionero en la guerra, volvió a Rusia por su propia voluntad. Una vez allí fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado.

Con independencia del aspecto espectacular de la aventura, hay que reconocer que las estructuras, los métodos y los principios de acción de la organización la protegían, hasta cierto punto, de la actividad de un agente de tal envergadura. Lenin, con su testimonio en el juicio, contribuirá no poco a llevar el asunto a sus justos límites al declarar: "Desde el punto de vista de la Ojrana, valía la pena no escatimar ningún medio para introducir a Malinovsky en la Duma y en el comité central. Cuando lo consiguió, Malinovsky se transformó en uno de los eslabones de la larga cadena que unía nuestra base legal con los dos grandes órganos representativos de las masas del partido, la Pravda y la fracción socialdemócrata de la Duma. El provocador debía mantener esos dos organismos para conservar nuestra confianza. Malinovsky podía provocar la caída y, de hecho así lo hizo, de numerosos camaradas. Sin embargo, no fue capaz ni de detener, ni de controlar, ni de dirigir la actividad del partido, cuya importan­cia crecía sin cesar, extendiendo su influencia sobre las masas, sobre decenas y centenas de miles de individuos". Lenin concluye entonces: "No me sorprendería en absoluto que uno de los motivos del abandono de Malinovsky, hubiese sido que de hecho, estaba más vinculado a la Pravda legal y a la fracción parlamentaria, que llevaban a cabo un trabajo revolucionario, de lo que la Ojrana estaba dispuesta a tolerarle" [18].

La originalidad del partido bolchevique

La originalidad del partido bolchevique no reside ni en una determinada concepción ideológica, ni en un régimen particularmente centralizado. La social-democracia alemana en aquellas fechas está tan centralizada y tiene una organiza­ción tan estricta como la del partido ruso; Piatnitsky, espe­cialista en organización del aparato ruso, describe admirati­vamente la organización socialista de Leipzig y el funciona­miento semi-clandestino de los núcleos dirigentes a los que los militantes llaman, en su "argot", "carbonerías". La "disciplina de fracción" -la Fraktionzwang- se aplica, con el máximo rigor, a todos los niveles de actividad del partido alemán, más severamente, si cabe, que en el partido ruso, con consecuencia de la legalidad y del poder financiero del aparato que no deja lugar alguno a la iniciativa personal. La crisis de 1914 servirá para desvelar la raíz de las diferencias entre los dos partidos: la social-democracia alemana vota los créditos militares y apoya a su gobierno en la guerra, mientras los bolcheviques hacen llamamientos tendentes a transformar la guerra imperialista en guerra civil. La social-democracia alemana, al adaptarse al régimen político y social, se ha convertido en un partido reformista, mientras que el partido bolchevique, al permanecer irremisiblemente hostil a él, ha mantenido sus perspectivas y su política revolucionarias.

La primera razón de que exista tal diferencia es, en primer lugar, que los socialdemócratas rusos vivían y militaban en un contexto social infinitamente más explosivo que el de Europa Occidental: el desarrollo combinado de la sociedad rusa había convertido al proletariado industrial en una clase social fundamentalmente revolucionaria; a esta característica se refiere Deutscher al afirmar acertadamente: "La clase obrera rusa de 1917 era una de las maravillas de la historia. Pequeña en número, joven, inexperta y carente de toda educación, era, no obstante, rica en pasión política, en generosidad, en idealismo y ostentaba singulares aptitudes para el heroísmo. Poseía el don de soñar con el futuro y de morir heroicamente en la lucha" [19].

El bolchevique Preobrazhensky llevó a cabo igualmente un penetrante análisis de este fenómeno: "La vanguardia de nuestra clase obrera, escribió, es el producto del capitalismo europeo que, al aparecer en un país nuevo, ha construido en él centenares de empresas formidables, organizadas según los últimos perfeccionamientos de la técnica occidental".

Bajo los zares, no hay posibilidad alguna de que los militantes obreros lleven una existencia tranquila en la socie­dad rusa. Los sindicatos son disueltos en cuanto cobran una existencia real y los mencheviques más "legalistas", incluso los liquidadores, reciben de la policía golpes tan duros como los bolcheviques más extremistas. En el sistema, no hay lugar para los burócratas, ni siquiera para los honrados desertores, ya que, el militante que deseara abandonar la lucha, no tendría para ganarse la vida otra solución que la de convertirse en soplón de la policía. La integración es imposible sin capitulación abierta: el reformismo, que, en Occidente, había surgido como estado de ánimo antes de materializarse como tendencia en el seno de las organizaciones obreras y, más adelante, como sector privilegiado, no tiene en Rusia ningún arraigo. Las condiciones en que se da la lucha política y social convierten a los militantes en una elite generosa, valiente y pura. Deben multiplicarse los ardides e iniciativas para salvaguardar a la organización y conservar el contacto con los obreros. Ninguna rutina puede consolidarse y resulta de todo punto imprescindible saber aprovechar las oportunidades.

La acción obrera

Todas las memorias de los militantes bolcheviques, al referirse al período anterior a 1914, dan mucha importancia a la llamada "campaña de los seguros" que se inició a raíz e la promulgación de la ley de 23 de julio de 1912 sobre el seguro de enfermedad. El partido pone de relieve todos los puntos débiles del texto legal, con el fin de movilizar a los obreros que, en primer lugar, conseguirán el derecho a tener asambleas sobre las cuestiones de seguridad social, más ade­lante el de elegir delegados que los representen en la administración de los fondos y, por último, la enmienda del texto en lo concerniente a las condiciones que deben reunir los beneficiarios. Esta será la única ocasión que tuvieron los mi­litantes de intervenir legalmente en las asambleas obreras, llevando a cabo, en todas las fábricas, una acción concertada.

Para una agitación de tipo sindicalista, en la que el bol­chevique pueda dirigirse al conjunto de los obreros, se nece­sita toda una serie de circunstancias favorables que, a veces, él mismo se esfuerza en crear. Shliapníkov, obrero de una fábrica de San Petersburgo, lleva a cabo en su taller una campaña a favor de la "igualdad en la retribución de los obreros de la misma profesión o que ejecuten idéntico trabajo, medido por el número de piezas" [20]. Aún a pesar de que la amplitud de la gama de salarios no sea demasiado grande, esta consigna unificadora suele convertirse en el punto de partida de la agitación bolchevique dentro de la empresa. En una etapa posterior, se trata de extender la agitación y de intentar poner en marcha determinados movimientos. Pero, llevar a cabo esta política sin cuadros, sin sede fija de la sección sindical y sin posibilidad alguna de organizar una asamblea general, es imposible dentro del marco legal. Sin embargo, hay que dirigirse a los obreros y esto no es posible más que después de una preparación minuciosa para la que los bolcheviques cuentan con una técnica muy depurada: salvo excepciones, como la constituida por la campaña de los seguros, sólo pueden hacerse oír en mítines relámpago; estos últimos deben ser preparados con todo cuidado; en el momento preciso, debe atrancarse una puerta durante un descanso, en el comedor, o una escalera, durante la salida. Los oradores, por cuya seguridad se vela con estas medidas, deben, sin embargo, estar atentos al aviso de peligro para poder emprender la huida. La "toma de palabra" suele ser breve, el orador, por lo general, viene de fuera y, a veces, debe enmascararse con una gorra o un pañuelo para no ser identificado y denunciado. Los militantes de la fábrica tienen la misión de preparar el agrupamiento del auditorio y de velar por la seguridad de su camarada: en estos preparativos, deben multiplicar las pre­cauciones por temor a los chivatos y tratar en lo posible de no hacerse notar durante la alocución, al tiempo que mantienen la vigilancia.

Cuando el militante se encuentra con obreros simpatizantes, es preciso llevar la discusión, que ya resulta peligrosa, al campo de las ideas. Para ello, deben evitarse loslugares públicos, demasiado concurridos y generalmente plagados de soplones. Igualmente peligrosa es la reunión que se realiza en un domicilio privado, pues, cuanto menos conocidas sean las direcciones de los militantes, menos información tendrá la policía. Esta es la razón de que las llamadas "reuniones volantes" se hagan en barca los días festivos, en una obra abandonada o en un almacén a la hora en que permanece desierto. Si se precisan reuniones con mayor asistencia, se organizan excursiones al bosque los domingos mientras una serie de vigilantes protegen a la asamblea de los paseantes indiscretos.

La organización clandestina

El obrero que ingresa en el partido está ya familiarizado con los métodos clandestinos. En lo sucesivo, va a sumergirse un poco más en ellos. Su nombre y su dirección sólo los conoce un responsable, tanto él como sus camaradas, utilizan un nombre de guerra que ha de cambiarse tantas veces como sea necesario para despistar a la policía. En la base, en el taller o la fábrica, se encuentra la célula, a la que también suele llamar­se "comité" o "núcleo". Sus efectivos se amplían sólo por el sistema de consenso unánime a la designación de cada candida­to, que debe ser examinado por todos los miembros antes de ser admitido en la organización.

Piatnitsky ha descrito minuciosamente la pirámide del partido en Odesa, antes de 1905: por encima de los comités de base, existen subradios, radios y por último el comité de ciudad, cuyos componentes han sido reclutados en su totalidad por el sistema antes descrito. Cada comité comprende una serie de militantes responsables a los que se asignan funciones específicas y que no mantienen contacto más que con sus homólogos del nivel inferior o superior: de esta forma se redu­cen los contactos verticales al mínimo con el fin de acrecentar la autonomía y de evitar que la caída de un individuo aislado provoque una cadena de detenciones en toda la organización. Mientras ello sea posible, los militantes no deben verse fuera de las reuniones: sin embargo existen unos días y horas, fijados en secreto, mediante los cuales y sólo en casos de absoluta necesidad, los militantes pueden tomar contacto, generalmente en un café, con la apariencia de un encuentro casual. El comité de Odesa se reúne en domicilios particulares: es el encargado de controlar a toda la organización y a sus miembros por intermedio de los radios y subradios, designando además a los oradores que habrán de tomar la palabra en los mítines de la fábrica y a los responsables de los grupos de estudio que los militantes deben formar en su entorno [21].

La organización de Moscú en 1908 es, a la vez, más compleja y más democrática: en la base, se encuentran las asam­bleas de fábrica, dirigidas por una comisión electa, en el nivel superior funcionan algunas subradios y, sobre todo, ocho radios, dirigidos por un comité elegido por las asambleas de fábrica. Dicho comité está asesorado por comisiones especializadas: la organización militar comprende un departamento técnico cuyo responsable sólo es conocido en todo el partido por el secretario; existe además una sección especial que se encarga de la propaganda antimilitarista, dirigida a los futuros reclutas, y del contacto con los obreros movilizados, un departamento para los estudiantes, otro para conferenciantes y periodistas que se dedica a utilizar sus respectivas competencias e incluso a crearlas, distribuyendo a unos y otros, según las necesidades, en los diferentes radios o en determinada comisión de fábrica; por último el comité cuenta con una comisión financiera [22].

El centro mismo del partido está constituido por el aparato técnico, cuyas numerosas y delicadas funciones exigen especia­lización, competencia y secreto. Es necesario conseguir pasa­portes, elemento fundamental de toda actividad ilegal: los mejores, naturalmente, son los auténticos, es decir aquellos que corresponden a una persona viva y honorable; estos son los llamados "de hierro", Sin embargo la inmensa mayoría de los utilizados por el partido son pasaportes falsos, fabricados por los propios militantes. Durante la guerra, Shliapníkov posee un pasaporte a nombre de un ciudadano francés que, de vez en cuando, le hace merecedor de las atenciones de la policía, deseosa de halagar al súbdito de un país aliado. Kiri­lenko ingresa en el ejército con identidad falsa y llega a ser oficial. Una de las más importantes tareas encomendadas al aparato técnico, cuyos responsables son Piatnitsky y el georgiano Avelú Enukidze, la constituye el transporte y la difusión de la literatura que viene del extranjero: los envíos pasan la aduana en maletas de doble fondo pero también se utilizan redes de contrabando; los encargados de este trabajo son, o bien contrabandistas profesionales que reciben una remunera­ción, o bien militantes o simpatizantes que han organizado, por su cuenta, una vía de paso, utilizada, si llega el caso, por diferentes organizaciones políticas clandestinas.

Las imprentas ilegales son, tal vez, los instrumentos más problemáticos. Hay que instalarlas en un lugar aislado o bien en uno muy concurrido, generalmente se aprovecha para ello un sótano, a veces la cueva de una tienda, de forma que las obligadas idas y venidas no atraigan excesivamente la atención. Es necesario comprar la máquina y, para ello, aceptar condiciones de pago muy duras, ya que la venta ilegal es peligrosa también para el comerciante. A veces la máquina debe ser transportada, pieza por pieza, al lugar indicado. Los impresores miembros del partido son los encargados de proveer el material barato y los tipos de imprenta que, durante largos meses, han ido robando por pequeñas cantidades. El problema del papel, de su compra y de su transporte, suscita enormes dificultades tanto a la ida como a la vuelta -en tales ocasiones, utilizar una panadería o una frutería como pantalla, facilita no poco la operación. La circulación del material, impreso en el país o en el extranjero, constituye una operación de enverga­dura: suele dejarse la maleta en consigna; se contrata entonces a un transportista y se le da una dirección falsa, que se cambia por el camino, para llevarle a un almacén o a un garaje deso­cupados; pocos minutos después de haber sido efectuado el porte, todo ha desaparecido.

La actividad de los partisanos o boiéviki, unode cuyos líderes parece haber sido Stalin, había suscitado vivas polémicas en el partido. De hecho, las "expropiaciones" parecían constituir la parte más esencial de su actividad, implicando el peligro de una degeneración que desmoralizaría sin duda a importantes sectores de militantes, amenazando con desacreditar al partido entero.

En realidad, la financiación de las actividades del partido planteaba un grave problema pues las cotizaciones en ningún momento fueron suficientes. Un informe del comité de Bakú indica que, en determinados períodos, las aportaciones de los militantes no cubrieron ni el 3 por 100 de los ingresos. Sin embargo, Yaroslavsky [23] se refiere a comités locales como el de Ivanovo-Voznessensk y el de Lodz, donde las cuotas constituían el 50 por 100 de los ingresos. La mayor parte, por lo general, proviene de las periódicas suscripciones llevadas a cabo entre los intelectuales y las profesiones liberales y fiscalizadas por una comisión financiera especial. De esta forma y, por intermediario de Máximo Gorki, los bolcheviques percibieron las importantes donaciones de un rico simpatizante y, gracias a la mediación de Krasin, las ofrecidas, por el industrial Morozov. Uno de los más violentos conflictos entre mencheviques y bolcheviques surgió, precisamente, de la disputa que se originó acerca de la donación al partido de una suma enorme, legada por un estudiante simpatizante que se había suicidado y, una de cuyas hermanas, albacea testamentario, había contraído matrimonio con el bolchevique Taratuta [24]. Schapiro cita entre los más importantes apoyos financieros al estudiante Tijormikov, compañero de Mólotov en la Universidad de Kazán [25]. Por último, algunas expropiaciones contribuyeron notablemente a llenar las arcas del partido. No obstante, en la generalidad de los casos, escaseaba el dinero y los revolucionarios profesionales pasaban a veces varios meses a la espera de un salario que, según Yaroslavsky, podía oscilar entre 3 y 30 rublos al mes como máximo [26].

A pesar de la insistencia con que los bolcheviques subra­yaban en su propaganda la necesidad de la alianza entre obreros y campesinos, el trabajo de organización de los mujiks apenas si fue iniciado antes de la revolución, salvo en el caso de algunos núcleos aislados de obreros agrícolas. Ciertos grupos de obreros se limitaron a difundir de vez en cuando folletos y panfletos en el campo.

El trabajo dirigido a los estudiantes revistió más amplias proporciones en las ciudades universitarias pues, en ellas, existían secciones socialdemócratas estudiantiles y grupos socialistas donde se enfrentaban los estudiantes pertenecien­tes a las diferentes fracciones: los bolcheviques estaban introducidos dentro de estos grupos, que les servían para aumentar sus efectivos, procediendo, siempre que esto era posible, en la misma forma dentro de los círculos de estudiantes de enseñanza media. En 1907, un grupo de jóvenes bolcheviques, encabezados por Bujarin y Sokólnikov, convoca un congreso pan-ruso de estudiantes socialdemócratas. Sin embargo, dicha organización desaparece al año siguiente; hasta 1917 no habrá nuevos intentos de constitución de una organización de juventudes vinculada a la línea bolchevique. Por entonces, parece imponerse el punto de vista de Krúpskaya: la compañera de Lenin deseaba que se constituyese una organización de jóvenes revolucionarios, dirigida por ellos mismos, a pesar del riesgo que podrían suponer sus errores, lo que, en su opinión, era preferible a ver a tal organización ahogarse bajo la tutela de una serie de "adultos" cargados de buenas intenciones. Pero, dada la situación de la juventud rusa, tal concepción excluía la posibilidad de construir una organización de jóvenes puramente bolchevique.

Los hombres

No obstante, el núcleo de la organización bolchevique, la "cohorte de hierro" compuesta por militantes profesionales, se ha reclutado entre gente muy joven, obreros o estudiantes, en una época y unas condiciones sociales que, ciertamente, no permiten una excesiva prolongación de la infancia, sobre todo, en las familias obreras. Los que renuncian a toda ca­rrera y a toda ambición que no sea política y colectiva, son jóvenes de menos de veinte años que, de forma definitiva, emprenden una completa fusión con la lucha obrera. Mijail Tomsky, litógrafo, que ingresa en el partido a los veinticinco años, es una excepción en el conjunto, a pesar de los años que ha pasado luchando como independiente, pues, en efecto, a su edad, la mayoría de sus compañeros llevan bastantes años de militancia en el partido. El estudiante Piatakov, perteneciente a una gran familia de la burguesía ucraniana, se hace bolchevique a los veinte años, después de haber militado durante cierto tiempo en las filas de los anarquistas. El estudiante Rosenfeld, llamado Kamenev, tiene diecinueve años cuando ingresa en el partido, este es el caso igualmente del metalúrgico Schmidt y del mecánico de precisión Iván Nikitich Smirnov. A los dieciocho años se adhieren el metalúrgico Bakáiev, los estudiantes Bujarin y Krestinsky y el zapatero Kaganóvich. El empleado Zinóviev y los metalúrgicos Serebriakov y Lutovínov son bolcheviques desde los diecisiete años. Svérdlov trabaja de mancebo de una farmacia cuando empieza a militar a los dieciséis años, como el estudiante Kuibyschev. El zapatero Drobnis y el estudiante Smilgá ingresan en el partido a los quince años, Piatnitsky lo hace a los catorce. Todos estos jóvenes, cuando todavía no han pasado de la adolescencia son ya viejos militantes y cuadros del partido. Svérdlov, a los diecisiete años, dirige la organización socialdemócrata de Sormovo: la policía zarista, al tratar de identificarle, le ha puesto el sobrenombre de "El chaval". Sokólnikov, a los dieciocho años, es ya secre­tario de uno de los radios de Moscú. Rikov solo tiene veinticuatro años cuando se convierte, en Londres, en portavoz de los komitetchiki e ingresa en el comité central. Cuando Zinóviev entra, a su vez, a formar parte del comité central, a los veinticuatro años, ya es conocido como responsable de los bolcheviques de San Petersburgo y redactor de Proletario. Kámenev tiene veintidós años cuando es enviado como delegado a Londres; Svérdlov sólo tiene veinte cuando acude a la conferencia de Tammerförs. Serebriakov es el organizador y uno de los veinte delegados de las organizaciones clandestinas rusas que en 1912 acuden a Praga, tiene entonces veinticuatro años.

Estos jóvenes han acudido en olas sucesivas, siguiendo el ritmo de las huelgas y de los momentos culminantes del mo­vimiento revolucionario. -Los más antiguos empezaron a mi­litar alrededor de 1898 y se hicieron bolcheviques a partir de 1903; tras ellos vino la generación de 1905 y años conse­cutivos; por último, una tercera avalancha se integra a par­tir de 1911 y 1912. La vida de estos hombres se mide por años de presidio, de acción clandestina, de condenas, de deporta­ciones y de exilios. Piatnitsky que nació en 1882, milita desde 1896. Tras ser detenido en 1902, se fuga, se une a la organización "iskrista" y más adelante emigra. Trabaja en el extranjero hasta 1905. Vuelve a Rusia en este mismo año, se integra en la organización de Odesa hasta 1906, más adelante en la de Moscú de 1906 a 1908. Es detenido, consigue de nuevo eva­dirse, pasa a Alemania y asume allí un importante cargo en el aparato técnico hasta 1913. Durante este tiempo aprende el oficio de electricista. Vuelve clandestinamente a Rusia en 1913., encuentra trabajo en una fábrica y es detenido y deportado de nuevo hasta 1914. Sin embargo, hay otras bio­grafías todavía más impresionantes: Sergio Mrachkovsky nace en la cárcel donde se encuentran sus padres, presos políticos, pasa allí su infancia antes de volver ya adulto y, esta vez, por propia voluntad; Tomsky, en 1917, tiene treinta y siete años y cuenta en su haber con diez años de prisión o deportación. Vladimir Miliutin ha sido detenido ocho veces, en cinco ocasiones ha sido condenado a prisión pasando por dos deportaciones; Drobnis ha purgado seis años de cárcel y ha sido condenado a muerte tres veces.

La moral de estos hombres es de una solidez a toda prueba: ofrecen lo mejor de ellos mismos, con el convencimiento de que sólo de esta forma, pueden expresar todas las posibilidades que hierven en sus jóvenes inteligencias. Sverdlov, clandestino desde los diecinueve años y enviado por el par­tido para organizar a los obreros de Kostroma en el Norte, escribe a un amigo: "A veces añoro Nijni-Novgorod, pero, en definitiva, estoy contento de haber partido, porque allí no hubiese podido abrir las alas que creo poseer. En Novgorod he aprendido a trabajar y he llegado aquí en posesión de una experiencia: cuento con un amplio campo de acción donde emplear mis fuerzas" [27]. Preobrazhensky, principal líder del partido ilegal del Ural durante el periodo de reacción, es detenido y juzgado. Cuando Kerensky, su abogado, intenta negar los cargos que se le imputan, se pone en pie de un salto, le desautoriza, afirma sus convicciones y reivindica la respon­sabilidad de su acción revolucionaria. Naturalmente resulta condenado: sólo después de la victoria de la revolución, des­cubrirá el partido que este hombre, revolucionario profesio­nal desde los dieciocho años, es un economista de enorme valía.

Los revolucionarios estudian: algunos, como Piatakov, que escribe un ensayo sobre Spengler, durante el periodo en que la policía le acosa en Ucrania, en 1918, o como Bujarin, son relevantes intelectuales. Los otros, aunque menos brillantes, estudian también siempre que pueden, ya que el partido es una escuela, y esto no sólo en sentido figurado. En sus filas se suele aprender a leer y, cada militante, se convierte en jefe de estudios de un grupo en el que se educa y se discute. Los adversarios del bolchevismo suelen burlarse de este gusto por los libros que, en determinados momentos, convierte al partido en una especie de "club de sociología"; sin embargo, a la preparación de la conferencia de Praga contribuye con toda clase de garantías de efectividad la escuela de cuadros de Longjumeau, integrada por varias decenas de militantes que escuchan y discuten cuarenta y cinco lecciones de Lenin, treinta de las cuales versan sobre economía política y diez sobre la cuestión agraria, además, se imparten clases de histo­ria del partido ruso, de historia del movimiento obrero occidental, de derecho, de literatura y de técnica periodística. Naturalmente, no todos los bolcheviques son pozos de ciencia, pero su cultura los eleva muy por encima del nivel medio de las masas; en sus filas se cuentan algunos de los intelectuales más brillantes de nuestra época. Sin duda alguna, el partido educa y, de todas formas, el revolucionario profesional dista mucho de ser el precoz burócrata descrito por los detractores del bolchevismo.

Trotsky, que conocía bien a estos hombres y llevó su mismo tipo de vida, a pesar de no ser bolchevique aún, escribió respecto a ellos: "La juventud de la generación revolucionaria coincidía con la del movimiento obrero. Era el momento de los hombres de 18 a 30 años. Los revolucionarios de mayor edad eran contados con los dedos de la mano y parecían ancianos. El movimiento desconocía por completo el arribismo, se nutría de su fe en el futuro y su espíritu de sacrificio. No existía rutina alguna, ni fórmulas convencionales, ni gestos teatrales, ni procedimientos retóricos. El patetismo que empezaba a surgir era tímido y torpe. Incluso palabras como "comité" y "partido", resultaban nuevas aún, conservando su aureola y despertando en los jóvenes unas resonancias vibrantes y conmovedoras. El que ingresaba en la organización sabía que la prisión y la deportación le esperaban, dentro de unos meses. El pundonor del militante se cifraba en resistir el mayor tiempo posible sin ser detenido, en comportarse dignamente ante la policía, en secundar cuanto se pudiese a los camaradas detenidos, en leer el mayor número de libros en la cárcel, en evadirse cuanto antes de la deportación para ir al extranjero y hacer allí provisión de conocimientos, con el fin de volver y reanudar el trabajo revolucionario. Los revolucionarios creían en aquello que enseñaban, ninguna otra razón podría haberles llevado, de no ser así, a emprender su vía crucis" [28].

Ciertamente, nada puede explicar mejor las victorias del bolchevismo y, sobre todo, su conquista, lenta al principio, más tarde fulminante, de aquellos a los que Bujarin denomina el "segundo círculo concéntrico del partido", los obreros revolucionarios, que constituyen sus antenas y sus palancas, como organizadores de los sindicatos y comités del partido, como focos de resistencia y centro de iniciativas; son líderes y educadores infatigables, merced a cuya acción pudo inte­grarse el partido con la clase y dirigirla. La historia ha olvidado los nombres de casi todos ellos: Lenin los llama cuadros "a la Kayúrov", por el nombre del obrero que le esconde en 1917 durante unos días y en el que siempre depositará su confianza. Sin la existencia de estos hombres, resulta imposible comprender el "milagro" bolchevique.

Lenin

Cualquier estudio del partido bolchevique resultaría incompleto si no incluyese la descripción de aquel que lo fundó y encabezó hasta su muerte. Ciertamente, Lenin se identifica en cierto modo con el partido: pero, sin embargo, sus características personales rompen tal analogía. En primer lugar, él es prácticamente el único representante de su generación, pues sus primeros compañeros en la lucha, Plejanov, mayor que él y Mártov, de su misma edad, dirigen a los mencheviques. Sus lugartenientes de la primera época, Krasin y Bogdanov, se han distanciado. En el momento de la conferencia de Praga, los más antiguos de sus colaboradores inmediatos, Zinóviev, Kamenev, Svérdlov y Noguín, tienen todos ellos menos de treinta años. Lenin cuenta entonces cuarenta y dos años; entre los bolcheviques, es el único en pertenecer a la generación anterior a Iskra, es decir a la de los pioneros del marxismo ruso. Los hombres jóvenes de la dirección bolchevique son, ante todo, sus discípulos.

No es este el lugar adecuado para abordar un análisis de la capacidad intelectual de Lenin, de su cultura, de su enorme potencial de trabajo, de la agilidad de sus razonamientos, de la lucidez de su análisis y de la hondura de sus perspectivas. Limitémonos a subrayar que, convencido como estaba de la necesidad del partido como instrumento de la historia, emprendió apasionadamente su construcción y consolidación durante todo el período que precedió al estallido de 1917 apoyándose para ello, en las perspectivas y datos que ofrecía el propio movimiento de masas, al tiempo que hacía gala de una excepcional confianza en la solidez de su propio análisis e intuición. Completamente convencido de que los conflictos ideológicos resultan inevitables, Lenin afirma, en una carta dirigida a Krasin, que "constituye una completa utopía, esperar una solidaridad absoluta dentro del comité central o entre sus miembros". Lucha para convencer, tan seguro e estar en lo cierto como de que el propio desarrollo político de los acontecimientos será la mejor confirmación de sus tesis. Esta es la razón de que termine por aceptar, sin demasiado resentimiento, una derrota que considera pura­mente provisional, como la sufrida frente a los komitetchiki en el congreso de 1905, en vísperas de una revolución de la que espera la destrucción de todas las rutinas. Hacia el final del mismo año, cede, ante el impulso de los militantes que desean una reunificación, prematura en su opinión, limitando de antemano las posibles pérdidas por la concentración de su esfuerzo en conseguir, dentro del partido unificado, que la elección de miembros del comité central se haga según el principio de representación proporcional de las tendencias. Entre 1906 y 1910, redobla su acción para convencer a los disidentes de su fracción, dejando, por último, que ellos mismos tomen la iniciativa de la ruptura. En 1910, se inclina ante la política de los "conciliadores", defendida por Dubrovinsky , al que considera como elemento de gran valía y al que espera convencer rápidamente por la experiencia.

No obstante, sobre las cuestiones que considera fundamentales, se mantiene en la más absoluta intransigencia -a su ver, el trabajo ilegal constituye una de las piedras de toque que confirman la naturaleza revolucionaria de la acción emprendida-, de vez en cuando, llega a un acuerdo o se retracta, y no sólo cuando, por encontrarse en minoría, debe dar ejemplo de la disciplina que exige cuando cuenta con la mayoría. Su objetivo no es tener razón solo, sino fabricar el instrumento que le permitirá intervenir en la lucha de clases y tener razón a escala histórica, "a escala de millones", como gusta repetir: para conservar su fracción, compuesta por esos hombres cuidadosamente elegidos durante años, sabe esperar e incluso doblegarse; sin embargo, jamás oculta que no vacilaría ni un momento en empezar de nuevo si sus adversarios insistiesen en poner lo esencial en tela de juicio. En la polémica ideológica o táctica, parece interesarse particularmente por la exacerbación de las diferencias, forzando las contradicciones hasta el límite, revelando los contrastes y es­quematizando e incluso caricaturizando el punto de vista de su oponente. Son estos los métodos de un luchador que busca la victoria y no el compromiso, que quiere llegar a desmontar el mecanismo del pensamiento de su antagonista para reducir los problemas a unos elementos que sean comprendidos con facilidad por todo el mundo. Sin embargo, nunca pierde de vista la necesidad de conservar la colaboración, en la empresa común, de aquel con quien está manteniendo el duelo dialéctico. Durante la guerra, Bujarin y él no llegaban a un acuerdo respecto al problema del estado; Lenin le pide entonces que no publique ningún trabajo sobre esta cuestión para no acentuar los desacuerdos sobre unos extremos que, en su opinión, ni uno ni otro han estudiado suficientemente. Lenin argumenta siempre, cediendo a veces, pero jamás renuncia a convencer al final, pues sólo así -a pesar de lo que hayan podido alegar sus detractores- obtuvo sus victorias y se convirtió en jefe indiscutible de la fracción, construida con sus propias manos y cuyos hombres escogió y educó personalmente. Por otra parte, tal actitud le parece perfectamente normal, como lo demuestran las palabras que dirige a los que se preocupan por los conflictos surgidos entre compañe­ros de armas: "Que los sentimentales se lamenten y giman: ¡Más conflictos! ¡Más diferencias internas! ¡Aun más polémicas! Nosotros respondemos: jamás se ha formado una social-democracia revolucionaria sin continuo surgimiento de nuevas luchas" [29]. Por ello, la inmensa autoridad que posee sobre sus compañeros, no es la del sacerdote ni la del oficial, sino la del pedagogo y la del camarada, la del maestro y la del veterano -familiarmente se le suele llamar "El viejo"- cuya integridad y perspicacia se admira y cuyos conocimientos y experiencia son muy estimados; por otra parte, es evidente su huella en la historia reciente y todo el mundo ve en él al constructor de la fracción y del partido. Su influencia se basa en la vigorosa fuerza de sus ideas, de su temple de luchador de su genio polémico, antes que en el conformismo o en e acatamiento de una severa disciplina. Todos sus compañeros, de Krasin a Bujarin, manifestarán hasta que punto supone para ellos un verdadero problema de conciencia en­frentarse con él. Sin embargo, no reparan en hacerlo pues se trata de un deber, él mismo lo afirma, "el primero de los deberes de un revolucionario" es criticar a sus dirigentes: los discípulos no serían por tanto dignos de su maestro si no se atreviesen a combatir su punto de vista cuando piensan que está equivocado. Además, un partido revolucionario no se construye con robots. Esta es la opinión de Lenin cuando escribe a Bujarin que, si prescindiesen de las personas inteli­gentes pero poco disciplinadas y no conservasen más que a los imbéciles disciplinados, el partido se iría a pique. He aquí el motivo de que, tanto la historia del partido, como la de la fracción, no sean, desde 1903, sino una larga sucesión de conflictos ideológicos que Lenin supera sucesivamente mer­ced a un prolongado alarde de paciencia. A este respecto, resulta extremadamente difícil separar el estudio de la personalidad de Lenin del de su fracción, cuya unidad de criterio surge de la discusión, casi permanente, que se opera, tanto sobre las cuestiones fundamentales como a propósito de la táctica a seguir en cada momento.

Por otra parte, el éxito en la empresa de organización, se explica por la capacidad de Lenin para agrupar, mediante la lucha en el campo de las ideas, a elementos tan dispares, a caracteres tan opuestos y a personalidades tan contradictorias como Zinóviev, Stalin, Kámenev, Svérdlov,, Preobrazhensky y Bujarin: "el ejército de hierro" que pretendía ser -y de hecho fue- el partido bolchevique, surgía, no sólo de aquel "maravilloso proletariado" al que se refería Deutscher, sino también de la mente del hombre que había escogido este medio para construirlo.

Mas esto explica igualmente la soledad de Lenin. En última instancia ningún militante del partido se encuentra a la altura de las capacidades de su líder: sin duda Lenin cuenta con auxiliares y discípulos, colaboradores y compañeros a la vez, pero, salvo la excepción de Trotsky -cuya propia personalidad es tal vez suficientemente aclaratoria del hecho de no haber sido bolchevique y del de no haber aceptado la hegemonía de Lenin hasta 1917- no establecerá con nadie una camaradería de igual a igual. Esta es una de las razones de que, más adelante, los viejos bolcheviques le consideren insustituible, y esto, a pesar de que, como dijo Preobrazensky, no era tanto "timonel como cemento de la masa". Si, como Bujarin, admitimos que las victorias del partido se debían tanto a su "solidez marxista" como a su "flexibilidad táctica" -esta era la opinión de los viejos bolcheviques-, tendremos que reconocer asimismo que, bajo esta doble faceta, Lenin era el único motor y que, con el tiempo, escarmentados por sus sucesivas derrotas, sus adversarios bolcheviques habían aprendido a ceder ante él. Este es el momento en que la etapa revolucionaria, al sumergirle en esa historia en la que son protagonistas "millones y millones", le priva definitivamente de la posibilidad de formar la generación de los que tal vez hubieran podido medirse con él victoriosamente. En cualquier caso, esta es la hipótesis que sugiere la historia del partido hasta la muerte de Lenin, muerte que hizo posible que, de su pensamiento antidogmático por excelencia, naciese el dogma del "leninismo", que terminará por suplantar al propio espíritu "bolchevique" que había sabido crear. 

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[1] Citado por Brian Pearce: "Building the bolshevik party", en Labour Review, nº 1, 1960, pp. 28-29.

[2] Citado por Pearce, ibídem, pág. 27.

[3] Yaroslaysky, Histoire du P. C. de l’U.R.S.S., pág. 197.

[4] Lenin, Oeuvres Choisies, t. 1, pág. 464.

[5] Lenin, Selected Works, vol, IX, pág. 92

[6] Lenin, Sochineníya, 3ª ed., vol. VIII, págs. 13-15.

[7] Ibídem, vol. X, pág. 170.

[8] Krúpskaya, Ma vie avec Lénine, pág. 142.

[9] Citado por Trotsky, Ecrits, t. 1, pág. 322.

[10] Citado por Zinóviev. Histoire du P. C. R., págs. 103-104

[11] Ibídem, págs. 105-106.

[12] Citado por John Daniels, Labour Review nº 2, 1957, pág, 48

[13] Citado por Brian Pearce, op, cit, pág. 29.

[14] Citado por John Daniels, op. cit., pág, 48.

[15] Krúpskaya, op. cit., pág. 77.

[16] Badaiev, Les bolcheviks au Parlement tsariste, pág, 49.

[17] Piatnitsky, Souvenirs d' un, bolchevik, pág. 148

[18] Badaiev, op. Cit., pág 215.

[19] Deutscher. El profeta armado

[20] Shliapníkov, "A la veille de 1917", Bull. com., dic. 1923, pá­gina 598

[21] Piatnitsky, op. cit., págs. 100-101.

[22] ibídem , págs. 136-138.

[23] Yaroslavsky, op. cit., pág. 163.

[24] Schapiro, The Communist Party Of The Soviet Union, págs. 107-108

[25] Ibídem , pág. 130.

[26] Yaroslavsky, op. cit., pág. 164.

[27] Citado por Bobrovskaia, Le premier président de la république du travail, pág. 14.

[28] Trotsky, Stalin, pág. 73.

[29] Lenin, Sochineniya, 3ª ed., vol, XII, pág. 393