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Red Internacional

Charlamos con Ariane Díaz, compiladora del libro El encuentro de Breton y Trotsky en México, que se presentará este viernes 6 de mayo, a las 20.30 hs., en la Feria del Libro.

Lunes 2 de mayo de 2016 | 10:48

La compilación tiene un eje en el “Manifiesto por un arte revolucionario independiente”. ¿Cómo definieron los textos que lo acompañan?

Nos parecía que el manifiesto condensaba varios de los problemas que plantea la relación arte/revolución, que atravesaron buena parte del debate ideológico, mínimo desde el surgimiento de las vanguardias históricas para acá. Por ejemplo, si el arte puede funcionar como una forma de crítica de la sociedad capitalista, o es vehículo de las ideologías dominantes; si puede ser una práctica libre en esta sociedad; etc. El manifiesto llega a una serie de posiciones comunes sobre esos temas, pero sus distintas versiones y las discusiones que tuvieron Breton y Trotsky permiten profundizar en las definiciones que lo sostienen, donde no siempre hubo acuerdo.

Pero también queríamos mostrar los caminos por los que llegaron allí. Así que compilamos cartas, declaraciones y entrevistas de ambos referidas a estos temas previas al encuentro, así como textos posteriores para ver las repercusiones que tuvo. Son textos que en algunos casos estaban en castellano pero incompletos, o no estaban traducidos, y abarcan un poco más de una década. Una década muy convulsionada, amenazada por el ascenso del fascismo y la consolidación del stalinismo en la URSS, pero también cruzada por procesos revolucionarios abiertos, como el de España. Y como nuestra idea era abrir debates, agregamos un segundo bloque de otros autores que o fueron testigos o estudiaron el encuentro y lo relataron, algunos simpatizantes del trotskismo, otros partícipes e historiadores del surrealismo, o ambas cosas.

¿Por qué decís que también las diferencias que hubo son significativas? En la introducción también hablás de “destiempos”…

Está claro que ambos llegan a estas definiciones desde distintos lugares: uno es uno de los dirigentes de la Revolución rusa, que había mostrado interés en estos temas, pero que no se dedicaba a la crítica de arte o de literatura. El otro es un artista que para la década del treinta ya tiene no sólo una obra consolidada sino todo un aparato de definiciones sobre las que se apoya, donde va a empezar a cobrar peso la política sobre todo alrededor de distintos eventos de la lucha de clases de esos años. Pero cuando en 1925 Breton por ejemplo homenajea a Lenin y a Trotsky como los líderes de la Revolución rusa, no sabía que en la URSS, ya muerto Lenin, Stalin pretendía poner eso en cuestión; cuando los surrealistas definen entrar al PC, después de largos debates sobre si debían o no asumir ese compromiso político, el proceso de stalinización ya había avanzado por todos los partidos que integraban la Internacional e incluía posturas hacia el arte que no podían compartir, así que así como entran, salen al poco tiempo.

Entre la versión original y la final del manifiesto que están en el libro, se pueden ver las marcas de estos distintos recorridos, no sólo las referidas a los préstamos que podían tomarse del psicoanálisis, por ejemplo, sino respecto a las definiciones marxistas y la política de los revolucionarios sobre el arte. Y algunos de estos cambios, como está analizado en distintos textos de la compilación, si uno se deja llevar por los prejuicios más difundidos hoy, pueden ser sorpresivos, porque las de Trotsky parecen más probablemente salidas de la pluma de Breton y viceversa.

¿Qué opinión tenía Trotsky sobre el surrealismo?

Por lo que se desprende de varios de los textos, lo conocía más bien poco en su producción y estaba lejos de sus preferencias literarias. Pero de eso se trataba: Trotsky no pretendía incentivar tal o cual corriente estética. Si no lo había hecho en plena revolución, como uno de sus dirigentes más reconocidos, no iba a ponerse ahora a defender de manera oportunista los procedimientos del surrealismo u otra corriente porque tuvieran acuerdo político con él, ni a tratar de acomodar esas prácticas a sus gustos estéticos. Podía claro discutir con sus presupuestos, como había hecho con muchas tendencias de la literatura soviética años antes (nunca consideró al arte algo indiscutible en nombre de un “arte puro”), pero de ahí a prescribir tendencias había un trecho que no quiso recorrer aun cuando el stalinismo todavía no había establecido su doctrina oficial; menos todavía cuando el stalinismo impone el llamado “realismo socialista”.

Esa política del stalinismo tuvo un papel importante acercando posiciones, ¿no?

Si claro, es uno de los ejes que los reúne. Es por entonces que se instala esta regimentación de la actividad artística, hecha en nombre de la revolución, que prescribía temas y estilos acusando a quienes no la aceptaban de reaccionarios, y es también entonces cuando muchos artistas o críticos que se definen simpatizantes del marxismo, no sólo los troskistas, también la van a cuestionar.

Pero hay otro núcleo importante creo en común, que es la voluntad explícita de las vanguardias como el surrealismo de enfrentar las instituciones burguesas ligadas al arte por las limitaciones que le imponen, así como el objetivo que declaraban de fusionar arte y vida cuestionando esa separación entre la práctica creativa y enriquecedora y una sociedad cada vez más alienada y empobrecida. Trotsky había discutido esta cuestión en Literatura y revolución con las vanguardias soviéticas, criticándolas por suponer que eso podía establecerse a puro voluntarismo, pero destacando que mostraban una amplitud de miras y una voluntad radical de cuestionar hasta el fondo las bases de una sociedad que mantiene al arte como una excepción, un reducto para pocos, dentro de una sociedad alienada. Breton seguramente encontró en esos escritos ecos de su propio entusiasmo.

Lo que pasa es que ya en los treinta, lo que pretendía establecerse como versión marxista “oficial” consideraba al arte una herramienta de propaganda de un régimen, la exaltación de determinados jefes, etc., considerando toda otra expresión como “degenerada”. Es decir que el arte, en vez de tener posibilidades de cuestionar la sociedad, debería pasar a ser una práctica conservadora y justificadora de determinadas políticas, incluso de políticas reaccionarias, como por ejemplo vemos en uno de los textos de Breton sobre los intentos nacionalistas del PC francés, avalados por el aparato cultural de la URSS, de defender una “cultura francesa” nacionalista contra todo lo alemán, que se identificaba con el fascismo. “¿Pero Marx no era alemán?”, se pregunta Breton.

Lo que tratan de plantear entonces es un camino que ni reduzca al arte a la propaganda, ni lo deje “librado” a las leyes del mercado y sus instituciones, que también son claro una forma de poner límites a la actividad creativa aunque parezcan más sutiles.

Y que sigue actuando hasta hoy…

Sí, incluso quizás más perfeccionadas que entonces, cargadas de triunfalismo burgués. La comercialización, la adaptación de los formas de creación artísticas a las formas de la producción capitalistas, los cuestionamientos de las vanguardias deglutidas como gestos de una “moda rebelde”, no han dejado de crecer. Incluso una parte del mundo del arte está ahora altamente financierizado y funciona como espacio de especulación. Fue después de la guerra que aparece como fenómeno la llamada “industria cultural”, que comenzó a discutirse en la posguerra y que fue puesta en cuestión nuevamente en los sesenta y setenta cuando un nuevo ascenso revolucionario ponía de nuevo las instituciones burguesas “normales” en cuestión.

Eso fue acompañado de la crítica a las versiones marxistas oficiales. Lo extraño es que después de todas estas discusiones abiertas, muchos sigan confundiendo las definiciones marxistas sobre el arte y la cultura con el “realismo socialista”. Creo que los textos reunidos en el libro son un ejemplo de que la tradición marxista revolucionaria estuvo no sólo lejos de ella, sino que mostró una riqueza que hoy necesitamos seguir desarrollando.

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